Egipto: signos y símbolos de lo sagrado – Letra N

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Elisa Castel Ronda – Agosto de 2007

NATRÓN

Natrón

El natrón es una sal compuesta de carbonato sódico, bicarbonato sódico, sulfato sódico y cloruro sódico, que en Egipto se encontraba en estado natural. Se obtenía, principalmente en el Uadi Natrum y en el-Kab, aunque los textos nos citan distintas variedades.
Tuvo muchas aplicaciones: se usó en rituales religiosos, en la momificación, en la limpieza diaria, así como en la elaboración de ciertos objetos que podrían incluirse dentro de las “artes menores” (cristal, mezclas con incienso…). No obstante cabe destacar sobre todas sus aplicaciones la de actuar como deshidratador y conservante sobre los cuerpos de los difuntos para que éstos se mantuvieran incorruptibles eternamente.
Gracias a sus cualidades, el natrón, como sustancia divina, denotaba pureza tanto en las abluciones de los vivos como en las que se llevaban a cabo en honor de los dioses o a los difuntos. Así fue especialmente importante en la Ceremonia de la “Apertura de la Boca”. Mitológicamente se entendió que era una emanación de la diosa Hathor, pero que había sido producida por su hijo Horus. Igualmente, el natrón obtenido del Uadi Natrum, se relacionó con las exudaciones del dios Osiris, ya que estaba relacionado con las aguas (y por tanto con los depósitos de natrón acumulados en ciertos lagos) y la germinación.
En los templos del periodo ptolemaico y en ciertas ceremonias funerarias se cita el acto de ofrecer cinco bolas del natrón del Norte y cinco bolas de natrón del Sur, en conexión con las diosas tutelares del Bajo y Alto Egipto: la cobra Uadyet y el buitre Nejbet.
Tal fue la importancia que tuvo el natrón en la civilización faraónica que en el Periodo Ptolemaico se convirtió en un monopolio real.

NÉBRIDA (Imiut)

Nébrida (Imiut)

Presente desde la dinastía I, la nébrida consiste en una piel colgada de un soporte vertical apoyado en una base que tiene el aspecto de unmortero. Citar este elemento es problemático, porque las distintas interpretaciones no aciertan a ponerse de acuerdo respecto a si la piel que cuelga del palo es de un toro, de una vaca o de un felino ya que tras finalizar la Dinastía XVIII en las representaciones parece más la piel de felino, pudiendo ser la de un leopardo. En cualquier caso suele asociarse al dios Nemty y desde el Reino Antiguo a Anubis; de hecho, algunas veces lo encontramos bajo la denominación “el fetiche de Anubis”, pasando posteriormente a ser representado junto a Osiris. Este objeto ha sido denominado nébrida acuñándose un término griego usado para denominar el uso de una piel de ciervo (a modo de revestimiento) en fiestas dionisíacas.
Es posible que el origen de este pellejo debamos buscarlo en las antiguas pieles de animal en las que se enterraban los difuntos, estableciéndose quizás un paralelo entre estas y la generación, la regeneración y la resurrección del difunto en el Más Allá.
La conexión con Osiris responde a que el Imiut se denomina “El que está en las vendas” relacionándose al dios del Más Allá momificado y regenerado con esta piel.

NEFER

Nefer

El jeroglífico Nefer es quizá uno de los signos más comunes en las inscripciones jeroglíficas. Tuvo connotaciones positivas y sirvió para designar conceptos de belleza y de bondad.
Existen dudas respecto a lo que pudiera representar. Así algunos autores se inclinan a pensar que se trata del estómago conectado a la tráquea, otros un corazón junto a la tráquea y finalmente un tercer grupo al esófago y el corazón. Estas dos últimas versiones son las que parecen acercarse más a lo que los egipcios quisieron representar. En cualquier caso es un conjunto de algunas partes internas de un animal mamífero y en ningún modo de un ser humano.
El signo nefer, como otros de los que integran la escritura jeroglífica, es extremadamente antiguo. Una de las primeras veces que aparece, aunque de forma burda, es sobre una estela de la Dinastía I que perteneció a un sirviente del rey Semerjet y que hoy se aloja en el Museo Británico.
La razón para conectar todos estos órganos animales con una significación más abstracta como lo bueno, lo bello, feliz, joven o perfecto, es decir, a connotaciones francamente beneficiosas, es todavía un misterio. Sin embargo su uso, en este sentido se repite sin cesar presentándose como un amuleto muy utilizado, tanto como elemento aislado como pendiendo de collares, o inscrito en brazaletes y pulseras.
El signo nefer aparece también en una importante cantidad de nombres propios desde el Reino Antiguo.

NEMES

Nemes

El nenes era un cubrepeluca confeccionado en tela con el que se adornaban los reyes. Consistía en una pieza que cubría la cabeza cayendo a ambos lados del rostro y anudado en la parte posterior.
Aparece tanto en contextos donde el rey se representa vivo como cuando ya ha fallecido. En ambos casos el atuendo le sirve para identificarse con la divinidad y obtener cierto poder indeterminado.
Aunque en las representaciones pictóricas suele aparecer como si fuera listado en amarillo (o quizá oro) y azul, los textos nos hablan de un pañuelo blanco, relacionado con la diosa Nejbet, patrona del Alto Egipto. Mitológicamente, el azul con el que pudo teñirse esta pieza de tela era del mismo tono que el lapislázuli por lo que podría guardar cierta relación con el mineral. Por otro lado el color amarillo del oro era un símbolo solar de eternidad e incorruptibilidad.
Se encuentra desde periodos muy tempranos y en algunas tabletas tinitas el monarca se muestra vistiendo un atuendo muy similar al tradicional, aunque algo más largo, que podría ser el precedente del que aparece en el Reino Antiguo. Tras finalizar el Reino Antiguo, el nemes puede encontrarse relacionado con enterramientos de personajes que no han ostentado el trono de Egipto. En estos casos el nemes actúa de talismán.
Su aspecto se hará habitual en todos los periodos de la civilización faraónica como un modo de representar el poder del rey contra las fuerzas del mal, simbolizando en este caso por el enemigo asiático de Egipto.

NOMBRE

Nombre

Junto al Ka, el Ba, el cuerpo físico y la sombra, éste era uno de los elementos que formaban al ser humano. Debía ser asignado nada más nacer para que el individuo existiera realmente y era un concepto importante e imprescindible. Sin el nombre el recién nacido no existía, no tenía identidad, como tampoco podía existir ningún objeto inanimado o deidad.
El nombre era un poderoso instrumento mágico que portaba parte de la esencia de la persona o cosa que lo llevara y su eliminación suponía la anulación de su propio ser. Conociendo el nombre de un dios o de un individuo se tenía control sobre el mismo, se tenía conciencia de su “ser”, pero también se corría el riesgo de una manipulación maligna. Especialmente arriesgado para los dioses era que fueran conocidos sus nombres secretos ya que eso suponía perder el dominio sobre su persona, sobre su energía y transferir en beneficio del conocedor parte de sus poderes. El propio secreto tenía en sí mismo un poder sobrenatural. Al respecto, conocemos una descriptiva leyenda, recogida en el llamado papiro mágico de Turín, donde se nos cuenta cómo la diosa Isis, amparada por su magia, logró enfermar al dios Ra para, por medio de promesas de curación, robarle su nombre secreto y obtener el poder y la fuerza del dios.
Una medida de precaución divina era tener un número grande de nombres, algunos secretos, tal y como relata el Capítulo 142 del “Libro de los Muertos”, del Reino Nuevo, haciendo referencia a Osiris e, identificado a éste con el difunto. De este modo nunca se podría atentar contra la persona del dios o del fallecido
Por todo lo expuesto, se explica que en el Antiguo Egipto los reyes y los personajes privados tuvieran un especial interés en permanecer eternamente con su nombre inscrito en estelas, templos, tumbas o cualquier objeto material. Por la misma causa algunos soberanos ordenaron eliminar el nombre de un monarca anterior que no hubiese seguido la regla o las costumbres establecidas desde tiempo inmemorial condenándoles a la desaparición eterna y logrando la restauración del orden, un sistema seguido también mediante la supresión de la imagen.
Los reyes egipcios inscribían su nombre en el interior de un cartucho. Poseían cinco nombres: el Nebty (las Dos Señoras o lo que es lo mismo Uadyet y Nejbet), el nombre de Horus, el Horus de oro, el de la Caña y la Abeja y el de Hijo de Ra, que era el nombre que se le daba al nacer.

NUDO

Nudo

Nudo

Copyright Alain Guilleux Une promenade en Egypte

Los nudos en Egipto se interpretaron como una forma mágica de “atar y desatar”, de ligadura energética. Fue el modo mágico de unir ciertos elementos básicos para el mantenimiento del orden, proteger contra demonios o genios agresivos y peligrosos, practicar ciertos encantamientos e incluso para magia amorosa, entre otras cosas.
Se encuentran citados en los textos más antiguos y continúan hasta el fin de la civilización del Egipto Faraónico alcanzando, progresivamente, un mayor simbolismo. Simbolizaba la unión, la eternidad, la infinidad ya que una cuerda anudada y en forma de anillo no tenía principio ni fin. Por ello se identificó con el ciclo solar y se relacionó con la vida imperecedera.
Muchos son los signos y símbolos que incorporan el nudo en su aspecto gráfico. Entre ellos destacaremos la Sema Taui, como representación del Egipto unificado, el Shen o el Tit.

NÚMERO

Número

Los egipcios emplearon los números como método para simbolizar distintas cualidades y conceptos más o menos abstractos. Citaremos los más importantes.

El uno

Uno

Era el símbolo del creador. Es el dios que se hizo consciente de sí mismo y creó sin necesidad de contrapartida femenina a los dioses y al mundo ordenado.
Uno era el dios principal del santuario (excepto en por ejemplo el templo de Haroeris y Sobek en la ciudad de Kom Ombo) aunque en el templo se veneraran a otras divinidades secundarias. Era además, un importante distintivo singularizador.

El dos

Dos

Representó la dualidad puesto que los egipcios veían en el mundo muchos conceptos duales formados por pares opuestos y lo plasmaron en su pensamiento. Por ejemplo, existía el Alto y el Bajo Egipto, la Corona Roja y la Corona Blanca, la diosa Uadyet y la diosa Nejbet, el bien y el mal, el desierto y el valle, la noche y el día, el hombre y la mujer, el invierno y el verano, la Luna y el Sol, etc. En definitiva, lo complementario.
Una forma clara de entender esta dualidad es siendo conscientes de que los egipcios concebían que existía un mundo paralelo al suyo, con elementos iguales a los existentes en el Valle del Nilo. Éste era el Más Allá idílico.

El tres

Tres

Era la pluralidad, el concepto de tríada que representaba el modelo a seguir, la formación de una familia (padre, madre, hijo) llevada a la esfera divina.
Según la cosmogonía de la ciudad de Heliópolis, el mundo se creó en tres fases: uno creó a dos, dos crearon a dos, dos crearon a cuatro obteniendo la enéada como conjunto de divinidades.
También el Sol mostraba tres aspectos consecutivos: Jepri en la mañana, Ra en el cénit y Atum al anochecer.
A un nivel más terrenal, el día estaba dividido en tres periodos: mañana, tarde y noche y el año en tres estaciones, (Ajet o la inundación, Peret o la siembra y Shemu o la recolección).
Como número mágico, algunos rituales debían repetirse tres veces en el día (Culto Diario) para que los dioses estuvieran complacidos.

El cuatro

Cuatro

Corresponde al concepto de totalidad, de algo que está completo. Era la protección universal.
Cuatro eran los pilares que sujetaban el cielo, los hijos de Horus, los cuatro vientos e incluso algunas divinidades podían representarse con cuatro cabezas. Los puntos cardinales también eran cuatro; por ello el rey debía lanzar cuatro aves hacia esos lugares para que todo el cosmos tuviera noticia de sus hazañas.
Los egipcios entendían que las razas humanas estaban divididas en cuatro: nubios, libios, asiáticos y egipcios.
Ciertos objetos litúrgicos, como los cofres Meret se ofrendaban cuatro veces pero, además, aparecen en conjuntos de 4 y llevan cuatro plumas en la parte superior. Los cofres simbolizaban las cuatro esquinas de la tierra, los cuatro puntos cardinales y en época tardía al Egipto unificado. Por lo que el cuatro simbolizó la inmensidad del espacio.
Algunas ceremonias se repetían cuatro veces para que su magia llegara a los confines del mundo.

El cinco

Cinco

Este número se encuentra en títulos sacerdotales de gran importancia tales como el del Sumo Sacerdote de Hermopolis, denominado “El Más grande de los Cinco”.
Además también aparece en relación con el monarca, ya que éste tiene cinco nombres; cinco son asimismo los elementos que forman al ser humano (Aj, Ba, Ka, Nombre y Sombra .
Cinco eran los días que se incluían al finalizar el año de 360 días para completar el ciclo de 365 jornadas y que se denominaron días epagómenos. Finalmente las estrellas que adornan los techos de tumbas y templos tenían cinco puntas.

El seis

Seis

Estuvo relacionado con el calendario lunar.
En el Encantamiento 75 de los “Textos de los Sarcófagos” se encuentra el seis con un alto valor simbólico y se cita una misteriosa mansión de justicia divina denominada “La Mansión de los Seis”.

El siete

Siete

Denotaba perfección y totalidad y era un número mágico por excelencia. Unía en sí mismo las cualidades del tres y del cuatro.
Algunos dioses presentan siete hipóstasis de sí mismos ya que así se simbolizaba algo que, al ser perfecto, era también completo.
La mitología egipcia nos cita las siete Maat y éstas se encuentran en el Encantamiento 126 de los “Textos de los Sarcófagos” del Reino Medio. Por otro lado, un claro ejemplo de siete hipóstasis divinas lo constituyen las 7 Hathor, hadas madrinas que auxiliaban al difunto y que, en el mundo de los vivos, eran las encargadas del destino del individuo desde su nacimiento. Se encuentran en el Capítulo 148 del “Libro de los Muertos” del Reino Nuevo:
Análogamente algunas divinidades, como es el caso de Ra, estaban dotadas de 7 Bas o podían presentarse con siete formas distintas.
El siete, como otros números, también se utilizaba crípticamente, es decir, empleando sus múltiplos. El 14 se obtenía duplicando el número 7 y era el número de los Kas de Ra. El 42, fruto de multiplicar 7 x 6, era el número de los jueces que presidían el juicio ante Osiris.
Asociado al dios del Más Allá, se encuentra a través de las capillas que se ubican en el templo funerario que el faraón Sethy I mandó construir en Abidos. Estas estaban encomendadas a: Sethy I divinizado, Ptah, Ra-Horajty, Amón-Ra, Osiris, Isis y Horus.
Siete aceites se empleaban en los funerales, siete escorpiones que acompañan a la diosa Isis, son otros símbolos mágicos que se recogen en el “Libro de los Muertos”.
Los siete nudos también se citan en los “Textos de los Sarcófagos” del Reino Medio, gracias a los cuales se conseguía un poder mágico. En la mitología estos nudos servían para aliviar el dolor de cabeza de Horus y como número mágico servía también como remedio para los hombres vivos o muertos.
Ciertas fórmulas debían de repetirse siete veces, cumpliendo requisitos específicos, para que tuvieran el resultado deseado.
En un plano más terrenal, los egipcios consideraban que la cabeza tenía siete orificios (dos ojos, dos orejas, una boca y dos en nariz).

El ocho

Ocho

Fue el número de los componentes de la Ogdóada hermopolitana o de los ocho dioses Heh que creó Shu para sujetar la bóveda celeste.
Su simbolismo parece relacionarse con la repetición del número 4 y, por tanto, se entendía que se duplicaba el concepto de totalidad.
El ocho era también el número del conjunto formado por las siete vacas del destino más el toro que las acompañaba.
Ocho fueron los dioses “Heh” creados por el dios del aire Shu para sostener la bóveda celeste, representada en forma de vaca.

El nueve

Nueve

Fue el resultado de la creación según la cosmogonía de la ciudad de Heliópolis y simbolizó a la pluralidad en la esfera divina. Según la concepción del mundo de esta localidad, los primeros dioses nacieron gracias a un proceso establecido en tres fases: uno hizo a dos, dos hicieron a dos, dos hicieron a cuatro dando como resultado el nueve. Éste fue uno de los sistemas de creación que más influyeron en el Antiguo Egipto, tanto como para que en algunos textos religiosos se dé por supuesto que la agrupación de nueve entidades divinas no pueda ser otra que la de este lugar.
El nueve era la pluralidad multiplicada por sí misma, la cifra más grande posible antes del comienzo de un nuevo ciclo superior que empezaba con el diez. Por otro lado, simbolizaba a la humanidad hostil, que en Egipto se representaba con los llamados “nueve arcos”, es decir, los nueve enemigos tradicionales del país.

El diez

Diez

Fue la representación del comienzo de un nuevo ciclo, la plenitud, la medida del tiempo y del espacio. Es la base del sistema numérico egipcio, que es decimal (excepto en astronomía, campo en el que la influencia mesopotámica impuso un sistema sexagesimal).
Triplicando el diez se obtiene el treinta, número de los días de los meses egipcios. Treinta eran también los años que debían transcurrir para celebrar el Festival de Renovación Real, denominado por los egipcios Heb Sed, pudiendo relacionarse con el paso de una generación.

El doce

Doce

El doce aparece en Egipto ligado al tiempo. Doce eran las horas del día y doce las de la noche, doce fueron los meses egipcios, divididos en tres estaciones. En algunas leyendas también se relacionó con los pedazos en los que fue desmembrado Osiris cuando fue asesinado por su hermano Seth, en algunas versiones del mito.
En otro plano, los ncestros reales estaban representados a través de la imagen de cuatro grupos de tres dioses con cabeza de chacal o de halcón, llamados “las Almas de Pe y Nejen”. En la Baja Nubia, los gobernantes ptolemaicos regalaron a Isis de Filé los 12 schenoi, el Dodecaschoenos, territorio del Sur de Filé que llegaba a Dakka.

El catorce

Catorce

Es uno de los números más significativos. Como ocurre con el doce y con el cuarenta y dos, algunos mitos citan este número como símbolo de los fragmentos del dios cuando fue desmembrado por Osiris. Precisamente en relación con el dios del Más Allá, el catorce simbolizaba la perfección y lo que está completo y los catorce nomos en los que Egipto estaba dividido en algunos periodos. A su vez este número guarda conexión con el ciclo lunar.
Se obtenía duplicando el número siete, mágico por excelencia y doblando así su poder.
Según el historiador griego Plutarco, en su obra Sobre Isis y Osiris (368) nos habla también del número catorce en relación al dios del Más Allá y con la luna:

Cuarenta y dos

Cuarenta y dos

Como ocurre con el doce y el catorce, se relacionó con los trozos del cuerpo de Osiris que su esposa Isis tuvo que reunir ya que se encontraban dispersos por todo Egipto. Es decir, Isis recorrió los cuarenta y dos nomos que en el Periodo Tardío estaba dividido Egipto (20 en el Bajo Egipto y 22 en el Alto Egipto) erigiendo un santuario en cada centro donde halló un fragmento.
Por otro lado, 42 es el número de dioses que se encuentra en el tribunal del Más Allá, según se desprende del capítulo 125 del Libro de los Muertos del Reino Nuevo. Ante ellos el difunto debe hacer una “declaración negativa”, es decir confesar no haber cometido ciertos pecados para poder ser considerado justo y merecedor de vida en el Más Allá.

El mil

Mil

Fue el numeral que sirvió para denotar el concepto de “gran cantidad”. Miles de panes, miles de jarras de cerveza, miles de aves o miles de “cosas buenas”, era parte de la ofrenda funeraria que se inscribía sobre las “Estelas de Falsa Puerta” para que el difunto, por medio de la magia de la palabra pudiera hacerlas realidad, asegurándose que no le faltaría alimentación ni bebida en la eternidad.

El cien mil

Cien mil

Representado con una rana recién nacida (renacuajo) simbolizaba el número que los egipcios entendían como “ilimitado”, la regeneración eterna y la abundancia.

Un millón

Un millón

Era el número que simbolizó lo infinito y se representó mediante un genio llamado Heh que llevaba en la mano una hoja de palma y que se relacionaba con la infinitud de la creación. Significaba “incontable”, “inacabable”.
“Millones de Años de Vida” era la medida inmortal de años que todo humano deseaba disfrutar. Es la medida simbólica de la eternidad.
Los “Templos de los Millones de Años”, son los templos funerarios donde el rey muerto se regeneraba en un ciclo anual infinito.

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