Pilar Pérez González – Abril de 2003
El Antiguo Egipto, es quizá, la parte más estudiada y trabajada de la historia antigua. La fascinación que se ha sentido por ese mundo ha intrigado al hombre contemporáneo hasta límites a veces exagerados y ha conformado todo un puzzle de los más diversos intereses, desde la más pura ortodoxia hasta aquellos que ven clarísimos testimonios de presencias ajenas a nuestra cultura, desde en los que su mayor aliciente es el de el conocimiento e investigación hasta los que ven en ello una fuente de enriquecimiento, aún a costa de la especulación y el robo.
Nuestro interés, esta vez, se concreta en el mundo femenino. La mujer egipcia tuvo un papel muy importante socialmente, no olvidemos que la herencia al trono era por parte matrilineal, y a pesar de las limitaciones de la época, gozó de una independencia desconocida en otras culturas.
Intentaremos adentrarnos en el mundo de las damas y reinas y también en el de las mujeres que no han hecho historia individual, que han conformado la base social. Como vivían, que aspecto tenían, cual era su mundo cotidiano, …
Veremos el mundo femenino desde dentro y fuera del hogar, desde el poder y la riqueza hasta la esclavitud y el trabajo. Esperamos que os sea interesante y entretenido y no defraudaros en las expectativas.
La vivienda
Un título adquirido por la mujer desde principios de la XX dinastía fue el de “señora de la casa”. En la instrucción para Any leemos: “no controles a tu mujer en su casa, si sabes que es eficiente, no le digas ¿dónde está esta cosa? ¡búscalo! si lo ha colocado en el sitio correcto, deja que su ojo te guíe en silencio y entonces reconoce su habilidad”.
Aunque las evidencias son escasas, podemos deducir que en las clases altas el hombre tenía un trabajo burocrático, como el de administrador estatal, y podía ir a cazar al desierto, la mujer, a veces, participaba en esas actividades (fig. 1 ), pero principalmente se ocupaba de las tareas domésticas.
Arqueológicamente, las casa y poblados egipcios no son bien conocidos ya que sólo algunos pertenecientes a los Imperios Medio y Nuevo han sido excavados. Las casas del Imperio Medio son las del personal consagrado al culto de Senusret II en la ciudad de Kahun, al borde del desierto. Del Imperio Nuevo conocemos algunas viviendas de la ciudad de Amarna (fig 2), fundada por Akhenaton en la XVIII dinastía y el poblado de Deir el-Medina, asentamiento de los trabajadores que participaban en la construcción de las tumbas reales en el Valle de los Reyes. De estas ciudades podemos obtener información suficiente para conocer algunos aspectos de la vivienda del antiguo Egipto.
De las casas de Kahun sabemos que tenían una sala central, dormitorios, un patio y una galería. La sala central tenía cuatro columnas que sujetaban el tejado y a la cual rodeaban los dormitorios, corredores y otras dependencias, una de las cuales se ha reconocido como el granero. Desde el Primer Periodo Intermedio hasta la primera mitad de la XX dinastía era usual incluir en el ajuar funerario maquetas de actividades y ocupaciones varias. Los silos para almacenar grano son de lo más común. Una de las tumbas más rica en modelos es la del canciller Meketra de Tebas. En ella se han encontrado varios talleres que muestran variedad de actividades: un granero, un establo, un matadero, una panadería y cervecería, un telar y una carpintería.
El tipo de distribución que hemos visto en Kahun es usado todavía en Amarna. Un muro rodeaba no sólo la casa si no otras dependencias domésticas. En el patio había un pozo, un jardín con árboles, donde se podían tener flores y un pequeño huerto, así como una capilla dedicada al culto del rey y su familia. Las familias de mayores recursos económicos tenían también una casa del guarda a la entrada.
Las viviendas del poblado de Deir el-Medina (fig. 3) tienen algunas diferencias. La situación era lineal una tras otra y el poblado estaba amurallado. La planta de las viviendas era rectangular y ocupaban un área de entre 5 y 10 metros, divididos en 3 piezas
El techo se apoyaba en una columna central de madera, bajo un tejado de ladrillo. Por las escenas halladas en las tumbas, las familias de nivel superior se sentaban en sillas o alfombras, mientras que las de los trabajadores directamente sobre el suelo. La parte de atrás de la casa se dividía en dos zonas: dormitorio y otra que tenía una escalera que conducía al tejado e incluía una alacena.
La familia en el hogar
Desconocemos cual era el tamaño de la familia, la higiene, cómo y cuándo dormían, los lujos (si los tenían) y las carencias. Por la Instrucción para Any, del Imperio Nuevo, sabemos que el ideal era tener muchos hijos. En estelas de los Imperios Medio y Nuevo encontramos la representación de familias numerosas. En una de la dinatía XIX, de Tebas, tenemos la demostración de que la esposa del propietario tuvo doce hijos. En otro documento, de principios del Imperio Medio, aparece un terrateniente, Heganakht, cuya madre, llamada Hepepet, tuvo dieciséis hijos. Estelas y otros materiales de Deir el-Medina nos ratifican que las familias de los obreros de las necrópolis eran muy numerosas.
El tamaño de las viviendas está en contradicción con las familias numerosas, aunque se puede pensar que la vida se hacía en la calle y en los tejados, usando el suelo para dormir y con total ausencia de vida privada, o que en las imágenes están representados todos los hijos habidos en la pareja, aunque muchos no vivieran más allá de la infancia.
La señora de la casa
Varios documentos nos indican que el concepto de unidad familiar para los egipcios consistía en: el cabeza de familia, su esposa e hijos y otras parientes femeninas como la madre, la abuela, hermanas o tías. Los parientes masculinos no aparecen, ya que estos se establecían en sus propias viviendas. Las mujeres podían ser propietarias de las casas, pero en las listas de viviendas y moradores todas pertenecen a hombres. Tomemos como modelo una de las mayores casas de Amarna, la del visir Nakht. Era muy espaciosa, con zonas separadas para hombres y mujeres. Las únicas evidencias que nos han llegado de las situaciones sociales, son los banquetes, representados en las cámaras funerarias, donde se muestran grupos de hombres y de mujeres separados, aunque las parejas casadas aparezcan juntas.
Otras pinturas nos dan una idea de las escenas cotidianas en las cuales el dueño se nos muestra supervisando actividades privadas y obligaciones oficiales. Estas escenas muestran poco del papel de la “señora de la casa”.
En Tebas, dinastía XVIII, hallamos la tumba de Senet, en la cual la figura de su hijo es predominante. Se nos muestra, cazando en el desierto, con su mujer . Sabemos que la señora de la casa se ocupaba de las actividades relacionadas con el hogar, la alimentación familiar y que trabajaba más en la casa que fuera. No encontramos a damas de clase alta trabajando en el campo (los trabajos en el exterior los hacían las sirvientas) y su papel era organizar y supervisar, aunque también posiblemente estaban embarazadas gran parte de su edad fértil.
La mujer no tomó parte en las actividades burocráticas del país; sí tuvieron ocupaciones estatales, las hijas de las clases más altas fueron sacerdotisas de Hathor o intérpretes musicales durante los cultos de sus templos, en el Imperio Nuevo.
La situación en las clases bajas debió se muy diferente, las mujeres se ocupaban de la fabricación textil, el campo, la alimentación (resumida en pan y cerveza), la servidumbre en las casas más ricas y la venta de productos manufacturados, excedentes. No son muy comunes las escenas de mercado en las tumbas, pero en la de Ipy , en Deir el-Medina, se ve un barco cargado con grano, trocándolo por pescado, pan y verduras, que venden algunas mujeres.
Las comidas
Los egipcios comían sentados, solos o en parejas, ante la mesita en la que habían colocado los alimentos y que consistían en carne, verduras y fruta. Las clases bajas tenían una alimentación más austera: pan, algunas verduras y cerveza, pues ésta se utilizaba como alimento, no sólo como bebida.
La familia no se reunía para desayunar, al padre se le servía el desayuno en cuanto terminaba su aseo. Este consistía en pan cerveza y alguna loncha de carne fría o un pastel. La madre desayunaba mientras procedían las sirvientas a su arreglo personal o inmediatamente después. El “menú” de las comidas principales, almuerzo y cena, consistía en alimentos propios de la estación, carnes, aves fruta, legumbres, verduras, pan y pasteles, incluyendo la cerveza. Los egipcios no consumían mucho pescado por cuestiones religiosas ya que hubo épocas que éste estuvo vetado por sus propias creencias. La carne, dado el clima egipcio y la dificultad de consumirlo rápidamente por una familia, se dejaba para festividades en las que se reunía el suficiente número de personas como para poder matar un buey y asarlo entero para consumirlo inmediatamente.
Los grandes propietarios y los templos se permitían el consumo de carne con bastante más frecuencia. El tema de la comida no es muy común en los bajorrelieves, en la tumba de Akhenaton, Amarna, podemos ver al rey y su familia durante una comida; el rey devora una paletilla, y la reina un ave. La reina madre se lleva con una mano un bocado a la boca, y con la otra ofrece un pedazo a una de las princesas, que está sentada junto a ella en un almohadón. Junto a los comensales se ven mesas con alimentos, pero hay una total ausencia de cubiertos, bandejas, platos o copas. Esto está en desacuerdo con las colecciones arqueológicas, en las cuales encontramos vajillas, con recipientes en los que se podía comer sopa u otro alimento líquido o cremoso, y cubiertos. La imagen no tiene porque ser reflejo de la realidad diaria o bien los platos y cubiertos se servían con posterioridad junto a otros alimentos, eso no lo podemos saber. En el Museo del Louvre tenemos una amplia colección de estos objetos, pero que curiosamente nunca fueron utilizados.
Animales domésticos
A los antiguos egipcios, sociables por naturaleza, les gustaban los animales domésticos, si bien hace unos cinco mil años, todavía algunos de los que hoy conocemos como tal, estaban a medio camino entre domésticos y salvajes. Se han encontrado muchas momias de estos animales, que llegaron a tener consideración sagrada.
El perro, amigo y ayudante del hombre está desde luego presente. El de caza puede entrar en la casa y situarse bajo la silla del amo. El del pastor tampoco abandona a este, está adiestrado para reunir el ganado, al silbido de su amo, tal y como ocurre en la actualidad. Los perros guardianes, lebreles normalmente, están atados o en un espacio reducido en el que se pueden mover libremente. Durante el Imperio Antiguo se utilizaron para esta labor los galgos africanos y en el Imperio Medio los basset. En el Imperio Nuevo, además de los lebreles existía una raza, los keffet, de tamaño más pequeño.
Otro animal que tuvo el afecto humano fue el mono. Divertía a todo el mundo con sus muecas saltos y habilidades. En la tumba de Tutmosis III se encontró la momia de uno de estos animales.
La oca del Nilo, smon, a pesar de su carácter agresivo consiguió el aprecio del hombre. Acepta, según aparece en dibujos, la compañía humana y les divierte con su glotonería, sus travesuras y su grito ronco. Los egipcios renunciaron a su caza y a llevarlas a su mesa. En caso de que hubiera que castigarlas, el mono cumple encantado esa tarea.
Por último hablaremos del gato, miw para los egipcios utilizando una clara onomatopeya, sin someter su carácter independiente ni olvidar sus instintos, se ha convertido en huésped de la casa. Acepta que le pongan collar, pero afila sus uñas en telas y vestidos de lino. Es el animal doméstico que más conserva su pasado salvaje y que más pasiones alcanza, llegando a ser identificado con la diosa-gato Bastet.
Los animales domésticos por su situación, física, en el hogar, pensamos que debió estar cerca de las mujeres egipcias y que su relación debió ser estrecha. Desafortunadamente, al contrario que ocurre con los hombres, no poseemos documentación, ni escrita ni iconográfica, de dicha relación.
La posición legal de la mujer
No encontramos muchos documentos que nos hablen de la situación legal de la mujer en el antiguo Egipto, ni de mujeres dueñas de tierras u otras posesiones (fuera de las damas reales). Por lo tanto nuestro conocimiento del tema nos llega a través de litigios y situaciones en las que se necesitaba la decisión de un tribunal para dirimir diferencias.
En la dinastía III, una inscripción nos habla de un oficial llamado Mejten, heredero de 50 “arouras” (aproximadamente 2/3 partes de un acre) de tierra por parte de su madre, Nebsenet.
En la V dinastía otro oficial ,llamado Tjenti se refiere a 2 arouras de tierra de su madre. Existe un documento de finales del Imperio Medio sobre la disputa de un padre y su hija sobre unas propiedades. El padre intenta ceder 15 esclavos más a los 60 dados a su esposa. Su hija presenta una demanda, reclamándolos como una propiedad regalada por su marido, pero que su padre ha entregado a su nueva esposa.
De la situación legal de la mujer en el Imperio Nuevo, la documentación que poseemos nos ha llegado de Deir el-Medina, y nos muestra que, en teoría, el hombre y la mujer eran iguales ante la ley, las mujeres podían heredar propiedades, negociar en transacciones comerciales e ir a la corte como demandantes, acusadas o testigos, sin necesidad de que un varón actuara por ellas.
Las mujeres de Deir el-Medina eran más propensas a aparecer delante de un jurado como acusadas que como demandantes aunque no es frecuente encontrarlas de una u otra manera ya que normalmente no estaban implicadas en transacciones económicas importantes.
Juegos
La diferencia entre sexos, desde comienzos de la humanidad, también se mostró en los juegos, (no polemizaremos si por aprendizaje o por instinto) preferidos de los niños y las niñas. Las chicas se inclinaron más por los juegos de habilidad, como los juegos de manos. Las más pequeñas, montadas sobre las mayores, se lanzaban pelotas. También les gustaba los juegos de competencia. El pasatiempo favorito era la danza. Toda joven tenía que saber bailar, y no sólo las que deseaban convertirse en bailarinas profesionales.
Se ataban una bola a la trenza y cogían un espejo. Así adornadas, giraban y se contorsionaban mientras las compañeras formaban un círculo cantando y batiendo palmas. La canción, que no nos ha llegado, era una invocación a Hathor, diosa de los placeres.
El juego preferido en el Imperio Antiguo era el de la serpiente, no sabemos como se jugaba, pero sus piezas sí las conservamos, eran una serpiente enroscada en sí misma y dividido el cuerpo en compartimentos, tres leones, tres leonas y bolas blancas y rojas. Se jugaba en unas mesitas preparadas para ello. Han sobrevivido algunos bellamente tallados en marfil y guardados en estuches de ébano.
Otro juego muy apreciado y que perduró durante toda la antigüedad egipcia fue el senet ( fig. 9) con figuras, que recuerdan a nuestro ajedrez con “peones” cilíndricos con cabeza en forma de botón, torres con techo puntiagudo, y reyes. Creemos que a los egipcios les gustaban los juegos, pero lamentablemente solamente estos dos han permanecido.
Fiestas y convites
Las pinturas murales de las tumbas nos muestran que las fiestas y los convites eran muy apreciados por los egipcios. Las flores tienen gran importancia y en prácticamente todos las pinturas aparecen.
Los dueños de la casa se sientan en sillas de alto respaldo con incrustaciones de oro plata, turquesas cornalina y lapislázuli, parecidos asientos son para los invitados. Si la vivienda no es tan lujosa, los asientos también son más sencillos, sillas de forma de X, taburetes o simplemente esteras. Los asientos preferidos de las jóvenes son grandes cojines de cuero repujado. Los hombres se colocaban a un lado y las mujeres a otro.
Habitualmente se colocaba sobre la cabeza de los anfitriones y los invitados conos de color blanco, con pomada perfumada, que las sirvientas distribuían y que era nota imprescindible de buen gusto. Este adorno era imprescindible, disimulaba los olores de comida y cerveza y daba un aroma agradable,que los egipcios, como hemos dicho al principio sobre las flores, apreciaban mucho.
En las fiestas privadas, al igual que en las religiosas, la inclusión de música estaba muy generalizada. Se utilizaban sistros y crótalos (menat en egipcio) en honor a Hathor, címbalos de metal y arpas. La danza completaba la distracción y al igual que ocurre en las fiestas actuales, se consumían bebidas y golosinas durante el resto de la velada.
Sexo y sexualidad
A pesar de la abundante representación de sexualidad femenina, las imágenes del acto sexual son evitadas en las escenas formales de capillas funerarias y templos. La representación del divino nacimiento del rey está simbolizado por la pareja real sentada junta en una cama mientras las manos del dios ofrece la llave de la vida a la reina.
Las connotaciones sexuales de las representaciones de algunos banquetes, parecen, sin embargo, evidentes. Los invitados llevan collares de flores y las sirvientas, jóvenes desnudas, escancian bebidas. Se puede leer como un juego sexual de palabras , ya que tanto “fluir” como “impregnar, son iguales en egipcio “seti”. La sexualidad, desde luego, no formó parte del arte del antiguo Egipto. Los hombres y mujeres copulando, se han encontrado en ostraka y otros graffiti
En el museo de Turín encontramos un papiro erótico de Deir el-Medina (fig. 13) con abundantes imágenes de parejas, en una situación que no hace falta explicar. Ellas llevan el sistro y el espejo de Hathor y el loto del renacimiento. Es difícil saber cual fue el propósito del papiro, pero claramente pertenece a un género que no está descrito en nuestras fuentes.
El vestido y los adornos
Desde el Imperio Antiguo hasta mediados de la dinastía XVIII, la mujer solía llevar un vestido ajustado que caía desde debajo del pecho hasta los tobillos, sujetándolo por detrás con dos tirantes, o bien los tirantes cubrían los pechos (fig. 14). De perfil, tanto en estatuas como en dibujos muestran un pecho desnudo, porque la línea delantera del cuerpo es el perfil del pecho en ese punto, en otros casos (cuando la figura se gira) muestran ambos pechos de frente; se trata de mujeres músicas cuyos atractivos corporales eran importantes.
Los vestidos eran confeccionados con lino que tendía a ceder, realzando cada curva del cuerpo femenino, haciendo énfasis en la sexualidad de la figura.
Durante la dinastía XVIII la imagen de la mujer sufre algún cambio, los vestidos son más largos, menos ajustados y añaden una pieza de lino que cae en pliegues hasta los pies.
Una imagen femenina muy común en el arte del Imperio Nuevo, es el de jovencitas desnudas con un elaborado peinado y llevando como único adorno, joyas o un cinturón alrededor de las caderas. Estas imágenes sugieren connotaciones sexuales, ya que están relacionadas con Hathor diosa de la sexualidad, llevan tatuado a Bes, dios relacionado también con el sexo.
Es curioso que no haya contrapartida de muchachos desnudos ya que todas las representaciones de sirvientes o músicos llevan cubierta la parte genital. Los niños, de ambos sexos son representados desnudos, aunque en realidad debieron llevar ropa, puesto que nos han llegado algunas y además el invierno en Egipto es frío. Parece que las representaciones desnudas de niños, intenta marcar una frontera de edad para separarlos del mundo adulto , en el cual no tuvieron sitio.
El pueblo trabajador vestía de un modo más práctico. Los campesinos y artesanos se contentaban con un taparrabo recto, sujeto por un cinturón de la anchura de una mano, las mujeres llevaban un vestido más amplio que les permitía trabajar más cómodamente. A los egipcios les encantaban los adornos, llevaban anillos de oro macizo, hileras de perlas, cadenas en espiral o cintas de oro. El cabello lo sujetaban con diademas de turquesa lapislázuli u oro. La gente modesta , a falta de oro y joyas, utilizaba cuentas y piezas de cerámica y de bronce.
El peinado
Las niñas llevaban el pelo corto o una coleta en el lado derecho de la cabeza, que cortaban al llegar a la pubertad. Las mujeres casadas, a menudo, se peinaban dividiendo el cabello en tres partes cayendo en la espalda y sujeto con una cinta.
Otra manera era con el pelo más largo, sin dividir, dejándolo suelto, y sujeto con una diadema. Este estilo llegó a ser más popular desde el reinado de Tutmosis III hasta el de Amenofis III, ambos de la dinastía XVIII.
El peinado de las sirvientas era con la melena mucho más corta, por encima de los hombros o con tirabuzones a cada lado de la cara y uno más grueso en la espalda.
El tipo de peinado también informaba sobre el estado de la mujer, embarazada en el parto o en la lactancia
Como los estilos artísticos también las modas cambian. La cantante de Amón Merit, esposa de Maya (dinastía XIX) se adorna con una peluca y sostiene en su mano el menat, con la cabeza de la diosa Hathor.
El arreglo personal
En el antiguo Egipto no faltaron los productos de belleza. Para combatir el mal olor corporal, en época de calor se friccionaban varios días seguidos con un ungüento a base de terebinto e incienso, que se mezclaba con algunas semillas y un perfume, cuya composición desconocemos.
Existían productos para embellecer, para renovar la epidermis, para reafirmar los músculos y para combatir las manchas y los granos de la cara. Por ejemplo para endurecer los músculos utilizaban el polvo de natrón, el de alabastro y sal del norte mezclada con miel. También existían recetas basadas en leche de burra.
El cuero cabelludo era objeto de incesantes cuidados. Unas veces se trataba de hacer desaparecer los cabellos grises, otras evitar que las cejas se volvieran de ese color y otras de combatir la calvicie o hacer crecer el pelo para lo que utilizaban aceite de ricino. También conocían el medio de librarse del vello superfluo. Incluso existía una receta para la mujeres que deseaban que se les cayera el pelo a una rival (Papiro Chester).
Habitualmente el trabajo femenino estuvo ligado al hogar y sus necesidades; sin embargo en algunas áreas laborales la mujer jugó un papel fundamental, tanto con el hombre, como en solitario.
Los principales oficios que ejerció la mujer fueron:
– la agricultura – la molienda del grano – la panadería – la hilatura – el textil – el comercio de excedentes domésticos – la música y la danza – el servicio doméstico
En los Imperios Antiguo y Medio, unas cuantas mujeres tuvieron títulos administrativos, estando al servicio de damas reales o privadas, dependiendo su estatus del de su patrón Al menos ocho mujeres del Imperio Antiguo y Primer Periodo Intermedio, y dos más en la XII dinastía tuvieron el título de “seales”. Portador del sello, fue una del as funciones menos comunes de la burocracia. Los sellos servían para salvaguardar propiedades cuando existía la ausencia de cerrojos o llaves. Sus portadores llevaban el sello autorizado, con el cual evitaban la entrada, a personas no autorizadas, a las propiedades.
Las campesinas
Para el escriba todos los oficios manuales son despreciables, pero el peor de todos es el de agricultor. “La gente que se dedica a ello se desgasta muy pronto. Golpeado y explotado por sus señores y por los recaudadores de impuestos, robado por sus vecinos, decepcionado por la propia naturaleza y arruinado por la langosta, los roedores y por todos los enemigos. Tal es la condición del hombre del campo. Su mujer prisionera, sus hijos tomados en rehén”. Esta visión apocalíptica del campesino posiblemente no es total reflejo de la realidad, pero sí nos da una idea de la vida dura del agricultor egipcio. Este trabajo, complementado por la ganadería, constituyó la base de la economía del Antiguo Egipto.
En el tiempo de cosecha se entraba en un periodo de actividad renovada y nos han llegado bastantes representaciones de la siega de los cereales y la recogida del lino (ver fig. 1) y del transporte de lo cosechado a lomos de un asno hasta las eras, donde era trillado por el pisoteo de bueyes; por último después del aventamiento, en el que las mujeres tenían una gran participación, del transporte por camino o por río hasta los graneros, los cereales se almacenaban hasta que se los necesitara.
La viticultura era una ocupación masculina y sólo en una tumba de la XVIII dinastía aparece una mujer cortando uvas. Por las representaciones, los trabajos del campo en que se necesitaba utilizar herramientas cortantes, como tijeras en viticultura u hoces en agricultura, estaban en manos de hombres, no sabemos si por una cuestión religiosa o por pura precaución. En un texto del Imperio Nuevo, copia de uno del Imperio Medio, las mujeres actúan como bateadoras en la caza de pájaros salvajes, en los pantanos.
Molineras
El trabajo de molinero, parece estar en manos femeninas. A las mujeres se les entregaba el grano ya limpio de toda impureza. El primer trabajo de la molienda, lo realizaban los hombres. Dos o tres fornidos mozos lo trituraban cadenciosamente con sus pesados mazos de dos codos de largo. A partir de ahí el trabajo es para las mujeres, las tamizadoras recogen los granos aplastados, separan el salvado, destinado a los animales y entregan el resto a las molineras. Las herramientas empleadas eran una gruesa piedra y una artesa de dos compartimentos. La molinera, inclinada hacia delante, mueve la piedra por encima del grano, echando la harina en el compartimento inferior. Se tamiza y se vuelve a empezar hasta que tenga la finura deseada. Solamente se prepara la cantidad necesaria para el pan del día. En los cuadros los panaderos trabajan junto a las molineras.
Hilatura y textil
Después de la recolección del lino (labor en la que también la mujer participaba), este se preparaba para ser hilado y poder utilizarlo en el telar. En las maquetas de Meketre podemos reconocer un taller textil con todos lo necesario para este oficio. Las mujeres que trabajaban en los telares solían se sirvientas o esclavas de una hacienda en la que se tenía que confeccionar telas para los vestidos de todos las personas que integraban estas grandes mansiones. A nivel familiar también las mujeres eran las responsables de los vestidos familiares.
El comercio de los excedentes domésticos
Los campesinos pocas veces poseían las tierras que trabajaban. Parte de la cosecha era para su consumo, pero si era un año muy bueno podían tener excedentes. Otro tanto ocurría con los pequeños huertos familiares. También en la producción de telas se daba el caso de fabricar una cantidad que superaba las necesidades familiares. Así podríamos ir numerando todos los útiles que se elaboraban a pequeña escala en los talleres domésticos. De la venta de estos productos se encargaban las mujeres, en la mayoría de los casos el procedimiento era de trueque con productos que difícilmente se podían conseguir en sus poblados.
Interpretes musicales y bailarinas
De los oficios de intérprete musical y del de bailarina tenemos evidencias desde el Imperio Antiguo. En las clases altas, las mujeres interpretaban música como entretenimiento para sus maridos y sus padres.
Las mujeres formaban grupos musicales, de baile, o de percusión. Actuaban en los cultos del templo (fig. 27) o para fiestas privadas.
Al principio estos grupos sólo los integraban mujeres, pero a finales del Imperio Antiguo, cantantes y bailarines varones fueron incluidos.
Sirvientas y esclavas
No siempre es fácil distinguir la condición de los personajes representados en las imágenes que conservamos del antiguo Egipto. Como norma general se puede decir que la mayor diferencia entre sirviente y esclavo era que al primero le pagaba y mantenía con sus propios medios aquel que le empleaba.
Dentro de los criados había varias categorías estaban los de las capas más bajas, que se ocupaban de las labores más duras hasta aquellos que servían directamente al señor o la señora, teniendo cierta cualificación. Entre los servidores masculinos tenemos los escuchadores, su obligación consistía en escuchar las llamadas. Los coperos, whaw palabra que designa también un vaso, servían la mesa, actuaban como mayordomos y en muchos casos como confidentes, por lo que su labor era muy importante. Los shemsw, que acompañaban a su señor en las salidas y cuando este se detenía desplegaba la esterilla en la que su señor podía escuchar un informe o recibir a sus intendentes; otro shemsw le llevaba las sandalias durante la marcha, cuando se detenían, limpiaba los pies de su señor y le calzaba.
La gente llamada hemw o beku se les puede considerar, al menos en el Imperio Nuevo, como esclavos. Además de tratarlos con dureza, si intentaban huir se salía en su busca. La mayor parte de estos esclavos son de origen extranjero. Capturados durante una campaña victoriosa en Nubia, Libia, Siria o el desierto oriental. El señor podía alquilar o vender a sus esclavos y desde luego podía pegarles. En muchos casos recibían los golpes a los que su amo había sido condenado por un tribunal.
Si las condiciones de vida eran malas para los esclavos, debieron ser aún peor para las esclavas que eran preferentemente alquiladas por altos precios. No se conoce que clase de trabajo se esperaba de ellas, pero la omisión, precisamente de este, tiene connotaciones sexuales.
Condiciones laborales en tiempos de Ramsés II
Todos los trabajadores estaban afiliados a cofradías religiosas y participaban activamente en sus fiestas, oficios y procesiones. Los salarios debían ser suficientes, pues muchos son propietarios de sus viviendas (el nombre del propietario aparece regularmente grabado en los soportes de una columna de la vivienda).
Tenían derecho a acudir a los tribunales cuando se consideraban injustificadamente agraviados. Tenemos un caso de un capataz, que había expulsado a una joven obrera inexperta, que trabajaba en el taller de tejidos del estado. Denunciado el hecho, la madre de la expulsada invocó la justicia del visir y éste, a través del escriba, ordenó al capataz que readmitiera a la obrera, dando la razón a la demandante. Algo así resulta impensable en épocas anteriores.
La pareja
Los monumentos privados nos muestran una importante organización a nivel social. Esta ordenación de la sociedad fue a través de grupos familiares formados alrededor de un hombre, una mujer y sus hijos.
El núcleo familiar se confirma por un registro de los habitantes del poblado de los obreros del Imperio Nuevo en Deir el-Medina. El censo tiene listas de habitantes casa por casa y a pesar de estar muy fragmentado el documento, da una filiación completa de sus propietarios.. Primero nos informa del nombre de sus padres, después, si está casado, el nombre de su esposa y la filiación de ésta, finalmente el nombre de sus hijos.
Hay que reseñar que el término “esposa” es una traducción del egipcio hemet y presuponemos la existencia del matrimonio. Esta institución en el antiguo Egipto, presenta a los estudiosos, numerosos problemas. No hay testimonios de ninguna ceremonia legal o religiosa para formalizar el vínculo. De hecho el único acto significativo fue la cohabitación y en particular la entrada de uno de ellos, normalmente la mujer, en la vida doméstica familiar del otro. Los términos usados por los egipcios fueron “establecer una familia”, “entrar en una familia” y posteriormente “vivir juntos”. Por oposición, divorciarse se expresa como “expulsión” ó “partida”. Otra expresión con significado matrimonial es “tomar (a alguien) como esposa, el equivalente “tomar a (a alguien) como esposo no se encuentra hasta la segunda mitad del siglo sexto a. C. y es concerniente a un divorcio. Esto no significa que la expresión no existiese anteriormente, pero los textos con los que contamos están escritos desde el punto de vista masculino.
Escasísismos documentos aluden a una tercera persona en la sanción del vínculo. La primera inscrita es una estatua perteneciente al peluquero de Tutmosis III, Sebastet , en el año 27 de su reinado y dice: “a mi esclavo Ameniuy, al cual capturé con mi fuerte brazo cuando estaba siguiendo al gobernante…, le di la hija de mi hermana Nebetta, como esposa y cuyo nombre es Takemet”.
Un largo papiro de finales del Imperio Nuevo nos relata que una viuda, llamada Rennefer, crió tres hijos nacidos de una joven esclava a la que su marido había comprado. Esa pareja probablemente no podía tener descendencia y compró a la joven con el fin de adoptar a los niños. En otro caso Rennefer nos cuenta” el jefe de las caballerizas, Padiu, entró en mi casa y tomó a Taiemniut, la mayor de mis tres hermanas, pasando a ser mi hermano pequeño. Yo le acepté y desde ese día está con ella”.
La tercera referencia es muy posterior, de la dinastía XXVII, pero nos describe sucesos ocurridos en la XXVI. Psamético nombró a un hombre, llamado Padiasel, como sacerdote de Amón-Ra en Teuzoi en el Fayum. En el año 14 de ese rey, otro sacerdote de Amón-Ra de Tebas, llamado Horwedja, le preguntó por una cita en Teuzoi, en las tierras de su padre el cual había sido sacerdote allí. En definitiva él preguntaba por Nitemhat, hermana de Padiaset, a la cual quería por esposa. Padiaset replica: “el momento aún no ha llegado, hazme sacerdote en Tebas y te la entregaré. En la actualidad cuando el padre entrega a ésta en la ceremonia religiosa, puede ser un recuerdo de la auténtica entrega, que en tiempos remotos, hacían los padres con sus hijas.
Volviendo al Imperio Nuevo, encontramos dos textos en Deir el-Medina sobre arreglos matrimoniales. En uno un hombre expone: “traje un paquete a la casa de Payom y me casé con su hija” y en una tablilla da la lista de objetos con los que obsequió a su padre (¿político?) cuando hizo a Aset su esposa. Parece que los padres concertaban el matrimonio de sus hijas y recibían presentes de los futuros esposos, aunque desconocemos si previamente había un acuerdo entre la pareja.
El llamado contrato matrimonial es conocido, desde principios del siglo VII a. C. hasta finales del periodo ptolemaico. Se ha conservado un regalo hecho por un marido a su esposa llamado el shep en sehemet, el cual puede ser el pago al padre de la novia y que podría traducirse como “precio ó compensación por (el matrimonio) de una mujer”. Esos contratos no nos pueden llevar a conclusiones erróneas y trasladarlos a los actuales documentos matrimoniales.
En muchos casos la pareja ya tenía hijos y son disposiciones económicas hacia la esposa, sobretodo cuando se la quería repudiar “te he tomado como esposa. He dado por ti (suma de dinero registrado aquí) como tu shep en shemet. Si te repudiase porque quisiera a otra mujer como esposa, te daría además de (la suma registrada) 1/3 de todo lo que tuviésemos como resultado de nuestra convivencia”. Cuando el hombre repudiaba a la mujer, también incluía a los hijos nacidos en su casa, por lo tanto los desheredaba.
Tenemos que tomar con cierta precaución los contratos matrimoniales, ya que estos eran verbales, y hasta finales del Imperio Nuevo no se reseñaron por escrito. La palabra hi (marido) se encuentra raramente en monumentos, ya que estos son del propietario y nunca es llamado “marido” sino por su posición o nombre propio. Encontramos esa palabra cuando se refiere a una tercera persona, por ejemplo “el marido de mi hija”.
El término equivalente para esposa hemet lo encontramos exclusivamente en los monumentos, a partir de la segunda mitad de la dinastía XVIII. Hasta entonces el término utilizado es el de senet normalmente usado para “hermana” o cualquier miembro femenino colateral.
Hemet se sigue utilizando en documentos en escritura hierática, mientras senet no volvemos a encontrarlo con ese significado. Otro término utilizado es hebsut, mucho más escaso, y lo hemos traducido como “concubina”. En un papiro del Imperio Nuevo, un sacerdote debe decidir sobre algunas propiedades de su segunda esposa, Inksunedjem, esto complica al tribunal, pues al oír a los hijos de su primera esposa parece que las propiedades de su padre están trasladándose a la segunda mujer. En el curso del documento, Inksunedjem, es referida con ambos términos, hebsut y hetmet.
En resumen en hierático tanto los términos, hemet como hebsut tienen la identidad de ankhet en niut que nosotros hemos considerado como “mujer casada”. El problema principal para la interpretación de los términos es que su aparición no es frecuente. El índice de mortalidad femenino, los partos y los frecuentes divorcios, hacen que muchas mujeres figuren como la primera esposa y por tanto muy pocas como hebsut. Este término aparece más comúnmente en los matrimonios múltiples.
Matrimonios reales
Existe la teoría de la herencia del reino a través de la línea femenina, sin embargo esta teoría tiene aspectos que la apoyan y otros que la desestiman. Parece estar claro que el matrimonio de un rey con la heredera real legitimaba su condición de faraón y de ello es representativa la dinastía XVIII, sin embargo los matrimonios con mujeres de sangre no real también frecuentes, ostentan la misma consideración que los anteriores.
Los matrimonios entre hermanos, aunque innegable su existencia, no parecen tan frecuentes como la leyenda nos ha hecho creer. Entre la realeza cuando un rey no concebía varón con su esposa principal, el matrimonio de su hija heredera con su medio hermano ha tenido exponentes tan conocidos como la reina Hatshepsut con Tutmosis II. Mucho antes en la IV dinastía sabemos que Menkaure (Micerino) era hijo de una esposa menor de Khefrén y se casó con su hermana, primogénita y heredera real por ser hija de la “esposa principal ” de Khefrén, continuando la tradición dinástica para acceder al trono.
El origen de esta práctica, muy rara entre las clases bajas, arranca de la religión egipcia. ya que es lógico pensar que el proceso de creación del panteón egipcio se realiza a través del matrimonio entre hermanos como son los casos de Isis-Osiris y Neftys-Set, puesto que la elección de compañeros no ofrecía muchas más posibilidades.
De esta manera y tras legitimar los matrimonios entre dioses-hermanos, queda legitimada la unión entre reyes-hermanos, pues su paralelismo es sustancial a la historia egipcia.
No sabemos nada a cerca del modo de elección de esposas por parte de los reyes y menos aún la manera en que era aceptada por parte de las esposas la elevación de una de ellas como “esposa principal”.
La poligamia parece ser práctica habitual entre los reyes de la dinastía XVIII, aunque ya en la dinastía XIII encontramos el título de “esposa principal del rey”. En la dinastía XVIII vemos a las esposas divididas entre las que tienen origen real y las que no, en este último caso desconocemos el origen de la mayoría, obteniendo esta información por la ausencia del título de “hermana del rey”.
La situación familiar cambiaba substancialmente cuando el rey elegía a una joven para ser su esposa ya que la riqueza y el poder de la familia aumentaba. Las luchas por ser nombrada “esposa principal” debieron de ser tremendas y más aún cuando teniendo un hijo varón, el rey decidía nombrarle su heredero. El estatus de la reina pasaba a tener el grado de “madre del rey”.
El matrimonio entre padre-hija no es demasiado frecuente, aunque tenemos evidencias de algunos de ellos. Amenofis III se casó con su hija Sitamón, llegando a ser “esposa principal” aún en vida de su madre Tiye que también ostentaba ese título. En algunas ocasiones los tres son nombrados juntos.
En caso de Akhenaton el matrimonio con dos de sus hijas: Meritatón y Anjesenpatón , que fueron madres a su vez de Meritatón II y Anjesenpatón II, respectivamente, existiendo demasiadas lagunas como para considerar a Akhenatón padre de las niñas.
En la siguiente dinastía tres hijas de Ramsés II, Bintanat, Meritamón y Nebettawy llegaron a ser “esposa principal”. Bintanat, en particular, hija de Asetnefret con la que aparece en algunos monumentos, fue consorte de su padre hacia la mitad de su reinado.
Matrimonios múltiples
Como hemos visto anteriormente, casarse una segunda ó más veces viviendo las anteriores esposas era posible, el matrimonio simultáneo con más de una mujer sin existir divorcio fue también una práctica común en el Imperio Antiguo, donde la expectativa de vida era muy baja y alta la mortalidad femenina por parto. Existen monumentos de todas las épocas que evidencian los matrimonios múltiples. Desde el Imperio Nuevo, encontramos ejemplos de mujeres etiquetadas como “su anterior esposa”. No es probable que fuesen esposas divorciadas en cuyo caso el propietario del monumento no la hubiese colocado. Parece más bien que la primera esposa hubiera muerto y él hubiera vuelto a casarse.
Tenemos casos en los que el propietario de la tumba aparece con todas sus esposas, muertas o no, esperando perpetuar su memoria, y es difícil distinguir entre matrimonios sucesivos o concurrentes.
La mayoría de los egipcios eran monógamos, pero no había prohibición para efectuar matrimonios múltiples, si bien la causa económica reducía su frecuencia. La mayoría de los hombres no podían cubrir los gastos generados por más de una familia y los casos de poligamia que nos han llegado pertenecen a clases elevadas.
Durante los Imperios Antiguo y medio, las manufacturas textiles estuvieron en mano de las mujeres y aún en el Imperio Nuevo tomaron mucha parte. La mujer aparece como responsable de abastecer de ropa a la familia y de comerciar con los excedentes de la producción. Esta explicación sobre el trabajo de las mujeres es a propósito de la consideración que dicho trabajo tenía y de cómo era económicamente rentable para un hombre el tener varias esposas. También en la agricultura, las mujeres, colaboraban intensamente como mano de obra gratuita, por lo tanto sólo en el caso de que la mujer fuera completamente improductiva, era una carga para el marido.
Un testimonio de matrimonios múltiples podrían ser las listas de Deir el-Medina, pero no nos dan mucha luz al respecto ya que, ni por el padrón, podemos deducir que hubiese más de una esposa por hogar. Se conoce el caso de poligamia de un bandido que participó en el saqueo de tumbas en Tebas, durante la dinastía XX, que tuvo cuatro mujeres. Dos de ellas estaban vivas cuando el tribunal lo juzgó y el papiro nos dice: ” la ciudadana Herer, esposa del vigilante del tesoro del faraón, Paaemtawemet y la ciudadana Tanefrery, su otra esposa, siendo ésta la segunda.” y también dice: “soy una de sus cuatro esposas, dos murieron, pero otra aún vive”.
En un país donde el bastón tenía un papel importante, el marido tenía derecho a pegar a su mujer y el hermano a la hermana, a condición de no abusar. Se castigaba el insulto. Un individuo debía comprometerse ante los jueces a no volver a insultar a su mujer, so pena de recibir cien golpes y de verse privado de todo bien ganancial compartido con ella.
Unos siglos después, en la Baja Época, parece difícil que el hombre tenga una segunda mujer sin divorciarse de la primera. Las relaciones sexuales con sirvientas o mujeres domésticas de clase inferior son frecuentes. En algunas tumbas de la dinastía XVIII aparecen niños con sus madres y que desde luego no son la esposa del propietario. El hecho de aparecer en la tumba significa que estos niños no eran repudiados ni apartados de la familia, cuya imagen ideal perpetuaba la tumba.
No hay evidencias en monumentos a cerca de la ilegitimidad o no de los hijos habidos en estas relaciones. Por los documentos del poblado de Deir el-Medina sabemos que una mujer concibió un niño de un hombre, mientras era hemet de otro, desafortunadamente no conocemos lo que ocurrió con la mujer y el niño porque el documento se refiere a la conducta del seductor, el cual fue condenado incluso por su propio padre. La posición económica y social de estos hijos nos es desconocida, pero sabemos que cualquier vástago, independientemente de la identidad de la madre, compartía automáticamente el estado de su padre e incluso un hombre asumía los hijos no habidos con su esposa y los mantenía.
Un hombre, como ya hemos visto, podía tener más de una esposa, a la vez, pero no existe evidencia de que una mujer tuviese varios maridos al mismo tiempo. Tenemos conocimiento de mujeres que realizaron segundas nupcias. En Deir el-Medina, durante la dinastía XX, una mujer llamada Naunakht, se casó con un hombre llamado Kenherkhepeshet. Cuando a los 60 años el marido muere y deja a la esposa sin hijos, ella vuelve a casarse y tuvo ocho. Suponemos que ella era mucho más joven que su primer marido. Económicamente ese matrimonio, para ella, fue rentable ya que heredó propiedades del difunto.
Matrimonios políticos
Los matrimonios con princesas extranjeras con la finalidad de consolidar alianzas diplomáticas, fue otra práctica habitual en el Antiguo Egipto, principalmente en las XVIII y XIX dinastías. A principios de este siglo, la tumba de 3 esposas de Tutmosis III, fueron profanadas y sus antigüedades puestas en el mercado. Sus nombres eran: Menhet, Mertit y Menway, nombres no egipcios con raíces sirio-palestinas. Es curioso que las tres fueran enterradas con ajuares funerarios idénticos. Quizá murieron las tres a la vez víctimas de alguna epidemia declarada en palacio. Las tres llevaron el título de “esposa del rey”, pero no hacen mención de su origen, ni de la posible vinculación familiar con el faraón.
Los matrimonios diplomáticos podían ser de dos tipos: – Cuando el padre de la novia era un igual al rey de Egipto y entonces se dirigía a este como “hermano”. – Cuando era un vasallo del faraón y se dirigía a este como “mi señor, mi divinidad, mi dios-sol”.
En el año 24 del reinado de Tutmosis III, según los anales, después de una campaña militar en el área de Retjenu, recibe como tributo, la hija del jefe con sus ornamentos de oro y lapislázuli, sus tierras con sus siervos y treinta esclavos.
Gran parte del conocimiento que poseemos de estos matrimonios, nos ha llegado a través de las cartas de Amarna que consisten : – cartas de correspondencia entre Amenofis III y su hijo Akhenaton – cartas de Egipto con los gobernadores del próximo oriente, en tablillas de arcilla y escritura cuneiforme utilizando el idioma diplomático acadio.
Los principales matrimonios de reyes egipcios, entonces la máxima potencia de oriente medio, fueron con los reinos de Babilonia en Mesopotamia, con Mitanni al norte del Eúfrates y con Hatti; como ejemplo tenemos a Tutmosis IV casado con la hija del rey de Mitanni, Artamama, a Amenofis III casado con la hija del también rey de Mitanni, Shuttarna y con la hija del sucesor de este, Tushratta. Sus matrimonios con Babilonia fueron: durante la primera parte de su reinado, con la hija de Kurigalzu II y con la del sucesor de este, Kadashman l.
Hay que recalcar que estos matrimonios no se celebraban a nivel de estado, sino individualmente, por lo tanto no creaban vínculos permanentes que desaparecían con la muerte de los gobernantes. Este es el caso del matrimonio de Akhenaton con la princesa de Mitanni Tadukhepa, la cual había llegado dos años antes de la muerte de Amenofis III con la finalidad de casarse con el entonces faraón. Akhenaton renovó la alianza casándose con dicha princesa.
Entre los reinos de Akhenaton y Ramsés II, existieron pocos matrimonios diplomáticos, y en el caso de que ocurriese, no tenemos documentación de ellos. Ramsés II es el faraón más famoso en matrimonios diplomáticos. Sabemos que desposó:
– a la hija del rey de Babilonia – a la hija del rey de Síria – dos princesas hititas. Una de ellas en el año 34 de su reinado, para sellar la paz entre Ramsés II y Hattusilis, tras décadas de hostilidades. El otro matrimonio desconocemos cuando ocurrió puede ser que la primera princesa muriese siendo reemplazada por la segunda.
Conocemos poco de las formalidades precisas para estos matrimonios, pero podemos constatar tres condiciones necesarias:
– que el padre de la novia enviara a esta con una dote importante. – que el futuro esposo devolviera una riqueza igual a la de la novia. – que fuera derramado aceite sobre la cabeza de la novia.
El conocimiento que tenemos de estos matrimonios no proviene de fuentes egipcias, sino de textos amarnienses y de cartas hititas, es importante recalcar que el punto de vista es oriental y está mediatizado por sus propias convenciones. La mujeres tomaron parte de una forma pasiva en las negociaciones matrimoniales, si excluimos la participación de la reina hitita Pudukhepa que intercambió cartas y saludos con la reina Nefertari y con el propio Ramsés II.
Los tratados eran efectuados por hombres, normalmente embajadores, y el papel de las mujeres consistía en consolidar con su matrimonio las alianzas. Sobre la vida de estas princesas extranjeras en la corte egipcia no conocemos nada, ni como sobrevivieron en un país del cual desconocían las costumbres, idioma y entorno. Kadashman Enlid, rey de Babilonia, escribió a Amenofis III preguntándole a cerca de su hermana, enviada años antes a Egipto para contraer matrimonio con el faraón, “quieres a mi hija como tu prometida, cuando de mi hermana, enviada por mi padre, no sabemos si está contigo y desconocemos si vive o ha muerto”, Amenofis III replica ” si nadie anteriormente había visto a la princesa¿como serían capaces de reconocerla?” y sugiere que debe mandar a alguien que la hubiese conocido a hablar con ella, lo que implica que la princesa aún estaba viva.
Cuando Ramses II se casó con la primera princesa hitita, ella recibió el nombre egipcio de Maathornrferura y nombrada “esposa principal del rey”, si bien este rango puede ser parte del acuerdo matrimonial. Maathorneferura, vivió en el palacio de Miwer en El Fayum, los documentos sugieren que estuvo ocupada en la producción de telas, teniendo mucho personal extranjero a su cargo.
Muchas otras jóvenes fueron entregadas a los reyes como tributo de los paises vasallos de Egipto, algunas llegaron a ser concubinas del faraón y otras empleadas en los quehaceres domésticos de los múltiples palacios que el rey poseía a lo largo de Egipto. Desde luego a muchas de ellas la vida no debió de resultarles fácil, sin un protector contra la explotación y el abuso.
Las mujeres como moneda de cambio en los tratados políticos hacían prosperar el sistema creado y alimentado por varones.
Adulterios
El hombre casado podía tener relaciones sexuales con otras mujeres además de su esposa. Una mujer casada no podía aspirar a una situación similar. Conservamos un texto, de Deir el-Medina, correspondiente a una disputa que contiene la siguiente afirmación “una esposa es (una) esposa. No debe hacer el amor, no puede tener relaciones sexuales” obviamente se entiende que con otro hombre que no sea su marido.
El propósito del matrimonio o de la pareja era tener muchos hijos y el hombre quería estar seguro de que era el padre, especialmente cuando los hijos nacidos de esa unión tenían derechos legales de herencia. No es sorprendente que la infidelidad femenina fuera condenada duramente y el hombre que mantenía relaciones con una mujer casada condenado colectivamente.
El contacto de un hombre joven con prostitutas no estaba socialmente censurado. En el Imperio Nuevo encontramos textos con quejas de “amados” contra individuos que han actuado ilegal o inmoralmente. Un caso legal de Deir el-Medina se abre con esta acusación: ” copulando con una mujer casada, donde se cargan las antorchas….” el texto es arduo, pero lo más importante no es este acto en sí sino “la honestidad en el transporte de los bultos” por lo que se le está juzgando, un delito de fraude.
Otra querella, también de Deir el-Medina, contra un hombre de mal carácter, muy impopular capataz llamado Paneb por acusaciones de conducta irregular en sus funciones, también se le acusa de mantener relaciones con una mujer casada “Paneb ha tenido relaciones sexuales con la ciudadana Tuy, que es esposa del trabajador Qenna, con la ciudadana Hunero cuando estaba con Hesysunebef…. y a la vez que tenía relaciones con Hunero las tenía también con su hermana Webkhet, lo mismo que su hermano Aapehty, que también las tuvo con Webkhet”.
El hecho de que Paneb y su hermano tuvieran relaciones sexuales con la misma mujer aparece como una desviación sexual, aún no estando casada, al igual que las relaciones con una mujer y la hija de esta era considerado incestuoso, equivalente a que un padre y su hijo tuvieran relaciones con la misma mujer. El centro de la cuestión en el caso de Paneb era la prueba extraordinaria de su depravación.
Para el objetivo de este trabajo es más interesante conocer lo que ocurrió con esas mujeres. En el incidente de Hunero, esposa de Hesysunef, el único caso que conocemos, un ostracón datado en el 2º año del reinado de Setnakht, nos informa de que Hesysunebef se divorció de ella como resultado de su infidelidad con Paneb. La desaprobación de las relaciones sexuales de un hombre con una mujer casada, estuvieron profundamente arraigadas en la sociedad egipcia en el capítulo 125 de El Libro de los Muertos un difunto declara: “nunca copulé con una mujer casada” ó “no copulé con la esposa de otro”.
En la Instrucción de Any (dinastía XVIII) el autor previene al lector masculino: “hay que guardarse de una mujer forastera, si no conocemos a nadie en su ciudad, no fijar la mirada en ella al marcharse, no conocerla carnalmente. El agua profunda cuando su curso es desconocido, es igual que una mujer lejos de su marido “soy bonita” te dice continuamente, cuando no tiene testigos, está preparada para echarte el lazo, es un delito mortal si lo escuchas”.
Otro texto más antiguo, las instrucciones de Ptahhotep, probablemente del Imperio Medio, avisa:
“Si quieres hacer amistad en una casa, entra ya sea como señor, hermano, amigo en cualquier lugar, entra. guárdate de aprovecharte de las mujeres. el lugar donde eso te sea dado no puede ser bueno puede no haber sabiduría al descubrir esto cien mil hombres fueron rechazados por su gozo un momentito, semejante a un sueño y la muerte se extendió hasta ellos es algo vil, concebido por un enemigo emerge de uno el rechazarlo con el corazón igual que la aflicción para el que después de haberlo codiciado no obtiene buenos resultados”
El último caso de adulterio que contaremos proviene de una carta de la dinastía XX, cuyo remitente es desconocido y relata el caso de un hombre casado que tuvo una aventura de ocho meses con otra mujer. La indignación de sus vecinos es tan elevada que el gentío intenta cogerlos juntos y dar una paliza a la mujer y a su familia, la queja de esta última es: “durante ocho meses ha estado durmiendo con ella pensando que no estaba casado y aún si estuviese casado podía haber renegado de su juramento con la otra”. La multitud vengadora, es contenida por un sirviente anónimo que envía a la mujer una nota “considera Nesamenemipet, porqué le has recibido repetidamente, si el corazón del hombre está contigo, déjale ir al tribunal con su esposa, que rompa el juramento y vuelva a tu casa”.
La conducta reprobable de hombre está en la duración de la aventura y en las consecuencias económicas de esta.
El adulterio masculino no se consideraba tal cuando no ofendía ni causaba problemas a otro hombre. En el caso femenino, se entendía de la misma manera, no importaban las consecuencias para la mujer, pero sí las del marido, como todas las sociedades antiguas (y algunas actuales) la consideración femenina está en función de los problemas o beneficios que estas den a los hombres.
Divorcio
Mientras el concepto de matrimonio entre los antiguos egipcios está bastante oscuro, hay muchas evidencias de que el divorcio no fue poco común. No conocemos muchas de las causas que llevaron al divorcio a las parejas, pero la infidelidad y la esterilidad femeninas son los argumentos más comunes. Desde principios del siglo V a.C. hay evidencias de que también la mujer podía iniciar un divorcio, aunque la esterilidad masculina, entendida como impotencia no fue interpretada como la esterilidad femenina, que estuvo muy censurada.
El deseo de desposar a otra mujer era causa suficiente para divorciarse los hombres. Se casaban en su mayoría con mujeres mucho más jóvenes o más convenientes para elevar su posición. El adulterio del marido no era, que sepamos objeto de ninguna sanción. El hombre podía llevar a casa concubinas. Una estela funeraria muestra a toda la familia reunida en la necrópolis. Está formada por el padre, la madre, los amigos, los socios, los niños, las ynthnt (concubinas) y los criados.
Para el divorcio, aunque no hubiese sanción religiosa o legal, hubo tribunales con testigos. Volver a casarse era posible para cualquiera de las partes, pero las mujeres podían perder los derechos de herencia para sus hijos, lo cual hacía que estas evitasen el divorcio.
Los solteros
El estado natural del hombre y la mujer parece ser que es el de casado, sin embargo tenemos pruebas de que ya en el antiguo Egipto hubo hombres que optaron por no tener esposa y por lo tanto carecer de descendencia. Un fragmento de narración del Imperio Antiguo nos relata la relación homosexual entre el rey Neferkara y su general Sasenet.
La homosexualidad está en contra de lo aconsejado en las Instrucciones de Ptahhotep y en el Libro de los Muertos en el Imperio Nuevo. El problema de la homosexualidad es que no estaba conforme con el ideal egipcio de vida familiar, basado en el concepto de fertilidad y su conexión con la vida en el más allá. Hay tan pocas evidencias de celibato femenino como masculino.
Las viudas eran consideradas un grupo marginal para la sociedad al igual que los huérfanos, los hambrientos y los desposeídos de toda fortuna. Sabemos muy poco de lo que acontecía a las mujeres divorciadas, algunas se debieron casar o fueron acogidas en los hogares de otros parientes.
Un ostrakón de la XX dinastía en Deir el-Medina, nos informa del intento de un padre de hacer jurar a un hombre que no va a abandonar a su hija bajo pena de recibir cien latigazos y la pérdida de todas las propiedades de la pareja.
No parece haber testimonios de la opinión social sobre la homosexualidad femenina, pero podemos deducir, que al no procrear, crearía la misma repulsión social que la masculina.
Fertilidad
El propósito del matrimonio es tener hijos que perpetúen la familia. El autor de la instrucción de Ani, en el Imperio Nuevo, aconseja a sus lectores varones:
“Toma esposa mientras seas joven engendra un hijo le criarás cuando aún estés vigoroso ya que lo apropiado es continuar la familia porque es estimado aquel, según su progenie”
Otras instrucciones más antiguas siguen las mismas pautas y advierten: “Cuando prosperes, busca un hogar, toma una joven vigorosa de la que nacerá tu hijo” “Y cuando tengas una posición desahogada encuentra una casa, ama a tu esposa con ardor (….)alégrala cuanto puedas y será un campo fértil para su señor”.
Así pues la fertilidad era de máxima importancia y la esterilidad causa de divorcio. En el papiro mágico-médico, hay test para determinar cuando una mujer era o cuando estéril. Han sobrevivido restos de las viviendas de los trabajadores de las necrópolis de Deir el-Medina y Amarna, donde existían altares domésticos en los cuales se veneraba a deidades del hogar como Bes, Tawret y la diosa Hathor, por su relación con la fertilidad y el alumbramiento. También pequeñas figuras femeninas desnudas y con el triángulo público marcado, con elaborados peinados y cinturón alrededor de las caderas, de principios de Imperio Medio y del Imperio Nuevo, como ofrendas en tumbas y templos.
Algunos estudiosos las han llamado “figuras concubinas” considerando que dichas figuras eran puestas en las tumbas para estimular el deseo sexual, pero esta hipótesis cae cuando estas figuras se encuentran también en enterramientos de mujeres. Más acertado nos parece la creencia de que estos objetos tienen relación con la fertilidad y el nacimiento, tanto en la vida como la muerte. Su presencia en tumbas se explica por la esperanza en el renacimiento en el más allá y por tanto pueden ser para enterramientos de niños, adultos, masculinos o femeninos.
En el hogar se relacionan con la continuidad de la familia en este mundo, en los templos se presentan como ofrendas votivas (fig. 40), la mayoría se han encontrado en altares dedicados a Hathor, diosa de la sexualidad y fertilidad, presuponemos que las ofrecían al pedir a la diosa tener un hijo.
Hay muy pocas menciones a cerca de la menstruación. Encontramos, en escritura demótica la Historia de Setne Khaemwset en la cual la princesa recién casada, Ahwere dice: “llegó mi tiempo de purificación y después no tuve más (épocas de purificación)”, lo que parece significar que la princesa quedó embarazada y que al final de la menstruación era necesaria una purificación. Ya entonces era sabido la necesidad del coito para producirse el embarazo, Ahwere dice: “durmió conmigo esa noche y me encontró placentera, y de nuevo nos amábamos cada noche”.
Similares referencias encontramos en las historias, del Imperio Nuevo, de “El Príncipe condenado” y “Verdad y Mentira”. En la primera dice. “por la noche durmió con su esposa y quedó embarazada, cuando los meses de gestación se cumplieron, nació su hijo”. En la segunda: “durmió con ella por la noche y la conoció, con el conocimiento de un hombre. Ella concibió a su hijo esa noche”.
Embarazo y parto
Entre los egipcios más antiguos existían rituales para conocer cuando una mujer estaba o no embarazada, lo que demuestra el desconocimiento de los signos externos de embarazo. Estos test incluían la toma de temperatura, el examen del pecho, el color de la piel y el efecto de la orina en la germinación del grano, la mujer orinaba en el grano cada día, si germinaba primero la cebada era varón, si era primero el trigo era hembra, y si no germinaba nada no había embarazo.
Aunque la fertilidad fue de suma importancia en el antiguo Egipto, hay textos médicos con prescripciones anticonceptivas para la mujer, ya que no siempre eran los embarazos deseados. En la práctica los anticonceptivos no tuvieron mucho éxito. Uno era la introducción por vía vaginal de diferentes sustancias; el estiércol de cocodrilo o la miel como bloqueo del esperma, las semillas de acacia, que poseen un alto grado de goma arábiga, eran utilizadas como espermicida. No existen evidencias de métodos anticonceptivos utilizados por el hombre.
Sobre el parto existen tan sólo algunos jeroglíficos que lo describan. En los templos ptolemaicos se nos muestra el nacimiento de un hijo divino. Normalmente es una diosa, junto a su madre que la sostiene, con una rodilla flexionada recibiendo a su hijo.
Una historia del Imperio Medio nos narra el milagroso nacimiento del primer rey de la XV dinastía. La madre Rudjedet es asistida por cuatro diosas: Isis, Neftys, Mesnejet y Heket. Cada nacimiento es descrito de la misma manera: “Isis se colocó delante de ella Neftys a su lado, Heket aceleró el nacimiento. Isis dijo: es muy potente ya en el útero, su nombre será “Vigoroso”, el niño se deslizó en sus brazos, las diosas le limpiaron, cortaron el cordón umbilical y le tendieron sobre un cojín de paño. Entonces Mesjenet se aproximó y dijo: “un rey que sumirá el reinado de toda esta tierra”.
La implicación de los dioses en el nacimiento es una exhortación al cuidado de los niños en el parto, así como prevención de la ira divina si ese proceso no es el adecuado. Isis representa a la madre por excelencia, Hathor es la diosa de la fertilidad sexualidad y nacimiento, y la invocaban ante la inminencia del parto al cual veían como un prolongado sufrimiento, existiendo la posibilidad de morir.
Estrechamente asociado con Hathor estaba el dios doméstico Bes que con ella se ocupaba de la sexualidad y sus consecuencias: embarazo y parto; su imagen era regalada a las embarazadas, las cuales le pedían un parto rápido y fácil.
La posición que parece ayudaba más a la mujer en el parto era en cuclillas sobre dos ladrillos. En un texto, un hombre narra, como fue castigado por la diosa Meret-Seger “me senté sobre los ladrillos como una mujer pariendo”, la diosa Meret-Seger era la representación de uno de esos ladrillos que ayudaban a nacer a los niños.
A partir del Imperio Nuevo, se habilitaron unos lugares para el nacimiento, bien en un edificio construido en el jardín bien en el tejado de la casa. El propósito era, probablemente, aislar a la madre y al niño de la comunidad, una costumbre utilizada por otras culturas y en muchos lugares del mundo.
Ninguna de esas construcciones ha permanecido, pero sabemos de su existencia, por varios ostraka de Deir el-Medina. El edificio consistía en una especie de tejado sostenido por ligeras columnas de papiro, decoradas con hojas de parra. La madre esta sentada o echada en una cama, desnuda o con un collar y cinturón alrededor de las caderas, normalmente está amamantando al bebé y es asistida por una ó más jóvenes ataviadas de igual manera.
Una escena parecida la encontramos en vasos para cosméticos, los cuales podían haber sido usados para los ritos de purificación, a los cuales debía someterse la madre antes de incorporarse a la comunidad.
La diosa Tweret, con su combinación de hipopótamo, león y cocodrilo intenta alejar a las fuerzas del mal. Su imagen lleva a menudo el jeroglífico de protección o un cuchillo con el que alejar a los demonios.
El parto fue una causa de elevada mortandad femenina como nos demuestran muchos enterramientos, por lo que no nos sorprende que tuvieran encantamientos para tratar de proteger a las futuras madres. En uno de ellos, la muerte trata de implicar a la mujer por haber tenido tratos con ella: “no habrás negociado (con esta mujer) …. No te habrás asociado con ella, no la habrás hecho nada malo o dañino”. Este y muchos otros se repetían durante el embarazo y parto como ayuda ante el inminente nacimiento de los niños.
Lactancia
Es muy probable que gran parte de su edad fértil, las mujeres estuviesen embarazadas. Sabemos que las clases altas tenían amas de cría, bien por evitar esa preocupación a la madre, bien por la imposibilidad de ésta de alimentar al niño. En la Instrucción de Any leemos:
Da doble alimento a tu madre susténtala como ella te sustentó tuvo una gran carga contigo pero no te abandonó cuando naciste después de la gestación siguió unida a ti te alimentó durante tres años con su propia leche creciste y tus excrementos repugnaban pero ella no decía “¿que voy a hacer…?” cuando te envió a la escuela y aprendiste a escribir te aguardaba en casa cada día con pan y cerveza.
La infancia
El índice de mortalidad infantil también fue, en el antiguo Egipto, muy elevada, como lo demuestran enterramientos y textos de la Instrucción de Any del Imperio Nuevo. El autor escribe: “no digas “también yo fui llevado joven”, la muerte arranca al niño de los brazos de su madre, pues alcanza por igual a los jóvenes que a los ancianos”. También conservamos fórmulas de encantamiento para proteger a los niños recién nacidos “protege al niño en el día de su nacimiento”.
En el Segundo Periodo Intermedio o comienzos del Imperio Nuevo hay invocaciones del niño, al que se identifica con Horus niño, hijo de Isis: “la voz de Ra llama a Wepet, porque a este niño nacido de Isis le duele el estómago”
Los amuletos protectores se colgaban en el cuello de los niños. En el Imperio Medio y el Segundo Periodo Intermedio, las madres y los niños tuvieron un amuleto común, era una banda decorada con figuras atropofaicas hechas de colmillo de hipopótamo y otros materiales que podían variar.
Las madres fueron muy respetadas y aparecen junto a sus hijos en las cámaras funerarias.
La figura de una rana representaba a la diosa Heket, asociada con la infancia. El gato sentado se refería al dios solar Ra. La de un hipopótamo hembra embarazada a la diosa Tweret (ver fig. 42) aunque en esa época Tweret era la diosa Opet. La figura de Bes también era bastante común que igual que Tweret hasta el Imperio Medio fue conocido como Aha.
Los símbolos atropáicos estaban asociados con los de protección como el ankh, el ojo de Wadjet o el jeroglífico Sa.
La naturaleza protectora de las bandas, es difícil de conocer por las inscripciones que algunas llevan “protección por la noche y el día”, “cortar la cabeza del enemigo cuando intenta entrar en la sala de partos donde el niño ha nacido”. Las bandas llevaban el nombre de la mujer y en algunos casos el del niño, la supuesta efectividad se basaba en la identificación del recién nacido con Horus niño. Además de la madre lo podían llevar las amas de cría ya que se han encontrado en dos tumbas, aunque también pueden ser objetos funerarios para la protección en el renacimiento de la nueva vida.
Otra forma de protección, datada en el Imperio Medio, eran las fundas cilíndricas de encantamientos. Podían ser sólidas o huecas, adornadas con granates o con hilos y bolas de cobre.
A finales del Imperio Nuevo se acostumbraba a introducir papiros con las fórmulas protectoras dentro de pequeños cartuchos cilíndricos que se colgaban alrededor del cuello de los niños
A lo largo del tiempo, la primacía de la familia, en el sentido más estricto del término, se consolida. La llamada tríada compuesta por un dios, su esposa y su hijo, se convierte en modelo absoluto. La formada por Osiris, Isis y Horus, es el ejemplo más típico. Todos los templos de Egipto se organizan en torno a una familia similar, donde el dios padre desempeña el papel principal y el dios hijo es un niño, a excepción de algunas variantes.
A los egipcios les gustaban los niños. Cuando se visitan las tumbas menfitas, amarnianas o tebanas, si se contemplan las estelas de Abydos o los grupos esculpidos veremos muchos niños.
Aunque todos los hijos son bien acogidos, el deseo de tener un varón es general. La función del hijo es hacer perpetuar el nombre de su padre. Su deber, como recuerdan las inscripciones, es inhumarlo y velar por el cuidado de su tumba.
Los nombres egipcios podían ser muy cortos, Ti, Abi, Twi, Tw o formaban toda una frase “Djed-Ptah-Yuf-ankh: Ptah dice que vivirá”; en ocasiones sustantivos, adjetivos o participios se transforman en nombres propios: Djaw, el bastón; Sheu, el odre; Nehti, el fuerte; Shery, el pequeño; Ta-mit, la gata. La mayor parte de los padres preferían poner a sus hijos bajo la protección de una divinidad. Los ahijados del dios Hor se llamaban Hori, los del dios Seth, Seti; los de Amón Ameni. El historiador Manetón se encomendaba al dios tebano Montu. De este modo se puede valorar el culto de algunas divinidades a través de la historia.
Una vez que los padres habían elegido un nombre para su hijo éste tenía que ser registrado por la autoridad competente. En los registros de la “casa de la vida”. La casa de la vida era una especie de Instituto de Egipto donde astrónomos, pensadores e historiadores conservaban todo el conocimiento y trabajaban para conservar ese patrimonio.
El niño de corta edad permanecía junto a su madre, que por lo general lo llevaba contra su pecho, en una bolsa colgada al cuello que le dejaba las manos libres. El vestido era tanto para niños como para niñas un collar únicamente. Cuando crecían se les entregaba a los muchachos un taparrabos y a las chicas un vestido, también a las jovencitas se les cortaba el mechón infantil. La entrega de estos atributos marcaba un hito en la vida de los jóvenes, es posible que ese día coincidiera con su entrada en la escuela. Entre los fellahs o entre los artesanos, el niño permanecía en casa y aprendía a cuidar los rebaños o a manejar las herramientas a fin de ejercer posteriormente el oficio para el que se había preparado.
La infancia real y la sucesión
Debemos suponer que teniendo los faraones varias esposas, el número de hijos también pudo ser numeroso, sin embargo no tenemos constancia de este hecho con los faraones anteriores a Ramsés II, al cual han sido asociados más de cien hijos, muchos de ellos solamente conocidos por las escenas procesionales conmemorativas y desde luego desconocemos quién era la madre de cada uno. Las hijas reales que aparecen con este faraón eran hijas de Nefertari, su esposa principal y de Asetnefret , su segunda esposa. Claramente tal número de hijos es imposible que nacieran de estos dos matrimonios. Sabemos que Ramsés II se desposó con su hermana Henutmira, con tres de sus hijas, con dos princesas hititas, una princesa síria, una babilonia y probablemente hubo más esposas reales de las cuales aún hoy no sabemos sus nombres.
El sexo de un hijo del rey marcaba su posición, si era varón podía suceder a su padre en el poder, si era niña no tenía expectativas de reinado ya que no se aceptaron las mujeres como faraones. Las hijas eran reinas potenciales y con la madre del rey y la esposa principal formaban la tríada de madre consorte e hija, como reflejo de la similar de Hathor, Isis y Ra.
Los varones tenían un papel muy reducido mientras vivía su padre. El mito de Horus, heredero de Osiris, era asumido por los reyes que se consideraban Horus y a su padre fallecido Osiris.
La elección del heredero y las intrigas en los harenes para conseguir el nombramiento de uno u otro hijo del faraón fueron numerosas. Conocemos por un papiro de Turín, escrito en caracteres hieráticos, una conspiración en tiempos de Ramsés III, que hace referencia a una rebelión contra el rey promovida por una dama real llamada Tiy, su hijo, otras damas del palacio y un pequeño grupo de oficiales del palacio, en el exterior. También estuvieron implicados un comandante del ejército, un vigilante de los sacerdotes de Sejmet y un capitán de arqueros de Nubia, que está específicamente mencionado. El complot tenía la finalidad de asesinar a Ramsés III y poner en el trono al hijo de Tiy que al ser descubierto optó por el suicidio algo que también decidieron algunos conspiradores. El papiro no nos habla del proceso a las mujeres ni del castigo que recibieron.
En el Imperio Medio hay evidencias de un atentado contra la vida de Amenemhat l fundador de la dinastía XII, los estudiosos discuten si ocurrió o no. El acontecimiento está recogido en un texto conocido como “Enseñanza de Amenemhat I”. El documento fue escrito en el reinado de su sucesor Senusret l y está redactado en forma de carta, en la cual Amenemhat advierte a su hijo contra la traición desde cualquier procedencia y le describe su propia experiencia “fui después a cenar, cuando ya había anochecido y tras un rato de descanso. Estaba dormido en mi cama, pues me hallaba muy fatigado y había empezado a caer en el sueño… Me desperté peleando y me encontré con un ataque de un guardaespaldas… ¿ninguna mujer avisó a la guardia?, ¿el tumulto no levantó al resto de la residencia?”. El ataque claramente se originó en el palacio y pudo ser suscitado o encontrarse comprometida una o más damas reales.
En el Imperio Antiguo, la autobiografía de un oficial, incluye información a cerca de un proceso, en el que estuvo presente, contra una reina de Fiope l . No se habla del tipo de delito, pero pudo ser sorprendida conspirando contra el faraón o bien existe la posibilidad de un adulterio.
La institución real
El reinado fue históricamente, salvo excepciones, masculino. El faraón recibía su designación mediante rituales, directamente de los dioses, de ahí su deificación. El rey permanecía entre los mundos divino y humano actuando de punto de contacto y mediador. Efectuaba los rituales en los templos para mantener el funcionamiento del mundo ya que cuando éste fue creado el demiurgo estableció el orden correcto de las cosas, conocido en Egipto como Ma’at.
El reinado fue transferido de padres a hijos. Los reyes se casaban y emparentaban en la familia inmediata, cerrando el círculo de sucesión. Así pues, encontramos entre la proximidad del faraón un número importante de mujeres: madre, esposas, hijas y hermanas. Conocemos poco de su existencia individual, pero sí hemos aprendido algo de su importancia y de los papeles que desempeñaron, claro está que en 3000 años y XXXI dinastías, los cambios habidos y los contextos donde se desarrollaron sus actividades, son muchos y variados. Los conocimientos más importantes que poseemos de las damas reales del antiguo Egipto nos han llegado de las dinastías XVIII y XIX.
Desde el principio el nivel de las damas reales estuvo en consonancia con su parentesco con el rey a través de los títulos de “madre del rey”, “esposa real”, “hija del rey” y posteriormente como “esposa principal del rey” y “hermana del rey”.
La pregunta que nos podemos hacer es: ¿ como influía la divinidad del rey en su relación con la reina?. Los símbolos más antiguos de realeza llevados por las mujeres fueron el tocado de buitre alado y el ureo ó cabeza de cobra sujeto con una cinta a la frente. El tocado de buitre alado nos es conocido desde el imperio antiguo y representa a la diosa-buitre Nekhbet protectora del Alto Egipto. Nekhbet estaba pareada con Wadjet diosa-cobra del Bajo Egipto. Estos símbolos reales fueron adoptados como insignia, que tengamos conocimiento, a partir de la V dinastía y marcaron el aspecto divino de las damas reales.
La utilización del ureo en solitario no aparece hasta el Imperio Medio. Desde finales de la XVIII dinastía el ureo puede estar decorado con los cuernos de vaca y el disco solar de la diosa Hathor. También en la XVIII dinastía las reinas comenzaron a llevar el doble ureo, o sea un ureo a cada lado de la cabeza como referencia a las dos diosas protectoras del Alto y Bajo Egipto y situando en el centro una serpiente.
A partir de la XIII dinastía, las reinas aparecen llevando un par de plumas de halcón reposando en un soporte circular sobre la cabeza. El origen de la doble pluma no está muy claro, pero plumas similares son características del dios masculino de la fertilidad, Min y del dios tebano Amón. En el Libro de los Muertos, fechado en el Imperio Nuevo, la doble pluma está identificada con el doble ureo.
Desde el Imperio Antiguo las reinas han sido representadas con el ANKH o símbolo de la vida, desde luego no es una seña de identidad especial de las reinas ya que comúnmente es llevado por las deidades y los reyes. Cuando la reina es representada con el ankh se la asocia o identifica con una diosa y quiere demostrar su relación como ser superior con las deidades.
Cronología de las reinas egipcias
Dinastía | Faraón | Reina | Hija | Madre |
I | Narmer | Nihotep | ||
III | Jasejemuy | Hepenmaat | ||
Snofru | Heteferes | |||
IV | Jufu (Keops) | Meritates | ||
Henutsen | ||||
2 Reinas (Desconocidas) | ||||
Dyedefere | 1 Reina (Desconocida) | Neferhetepes | ||
Heteferes Ii | ||||
Jafre (Quefren) | Meresanj Iii | Jamerarnebty Ii | Henutsen | |
Jamerarnebty | ||||
Menkaure (Mirerino) | 2 Reinas (Desconocidas) | Jentkaues | Jamerarnebty | |
Jamerarnebty Ii | ||||
Shepseskaf | Bunefer | Jama'At | ||
V | Userkaf | Jentkaues | Neferhotep | |
VI | Teti | Ipue | Seshseset | |
Kawit | ||||
Weretimes | ||||
Fiope I | Anjnesmerire | Neit | ||
Weret-Imtes | ||||
Fiope Ii | Neit | |||
Ipue | ||||
XII | Sesotris I | Nefru | Tekuyet | |
Nefru-Sobek | ||||
Nefru-Ptah | ||||
Nenseddyedet | ||||
Amenemes Iii | 1 Reina (Desconocida) | Nefru-Ptah | ||
XVII | Taa I | Tetisheri | Ahotep | |
Taa Ii | Ahotep | Ahmose-Nefertari | ||
XVIII | Amosis | Ahmose-Nefertari | Meritamon | Ahotec |
Amenofis I | Ahotep Ii | |||
Tutmosis I | Ahmes | Hatshepsut | ||
Tutmosis Ii | Hatshesut | Neferure | ||
Tutmosis Iii | Ranofru | |||
Hatshepsut-Merietre | ||||
Menhet | ||||
Menui | ||||
Merte | ||||
Tutmosis Iv | Wadit | Tio | ||
Nofretere | ||||
Mutemuya | ||||
Amenofis Iii | Tiye | Sitamon | ||
Amenofis Iv | Nefertiti | Meritaton | ||
(Akhenaton) | Meritaton | Meketaton | ||
Kiya | Anjesamon | |||
Meketaton | Mertaton-Tasherit | |||
Anjesamon | (Otras Desconoc.) | |||
Tutankhamon | Anjesamon | |||
Ay | Tiye Ii | |||
Anjesamon | ||||
Horemheb | 1 Reina (Desconocida) | |||
Mutnodymet (Hermana De Nefertiti) | ||||
XIX | Ramses I | Sitre | ||
Seti I | Tuya | Tia | Tajat | |
Henutumire | ||||
Ramses Ii | Nefertari | Meritamon | ||
Istnofret | Bintanat | |||
Bintanat | Nebettuay | |||
Meritamon | Otras | |||
Nebettuay | (Desconocemos Sus Nombres) | |||
Hentmire | ||||
Mahornefrure | ||||
Princesa Hitita | ||||
(Desconocida) | ||||
Princesa Hitita | ||||
(Desconocida) | ||||
Mineptah | Isisnofret | |||
Tajat | ||||
Amenmeses | Baktueret | Tajat | ||
Seti Ii | Tajat Ii | |||
Tausert | ||||
Tiaa | ||||
XX | Setnajt | Tiy-Merenese | ||
Ramses Iii | Isis | Titi | ||
Titi | ||||
Tiy | ||||
Otras (Desconocidas) | ||||
Ramses Iv | Tentopet | |||
Ramses V | Nubjesed | |||
Ramses Xi | Henutay | |||
Sumos Sacerdotes | Herihor | Nodyme | ||
Tebas | Pinedyem I | Henutay I | ||
Makere |
La primera referencia a una dama real la encontramos en la Piedra de Palermo, en relación con las dinastías I y II, al citar la Fiesta de Sokar, dios de la necrópolis menfita y asociado con Ptah. La mención de las damas posiblemente se plantea en función de la importancia dada a la “gran esposa real”, puesto que en la Piedra de Palermo se cita a la madre después del nombre de cada rey. Sin embargo, la documentación egipcia nos aporta el conocimiento de muchas otras damas singulares, a las que seguidamente presentaremos:
Dinastía I
Nihotep (reinado de Narmer)
Una prueba interesante es una pequeña tablilla rota (fig. 47) de marfil encontrada en la tumba de la reina Nihotep en Nagada.
Aunque representada esquemáticamente, la abigarrada escena de esta tablilla parece mostrar a dos personas celebrando una ceremonia llamada “recibimiento del Sur y el Norte” sobre un objeto no identificado (posiblemente la primera representación del posterior atado simbólico de los tallos de papiro y loto).
La tumba de Aha en Abido es la mayor de la sección noroeste del cementerio; en una tumba cercana se encontraron pequeñas tablillas con el nombre Berner-Ib (literalmente “amada”). Es posible que la dama fuera la reina de Aha; su nombre también apareció en objetos de Nagada, el emplazamiento de la gran tumba de la posible madre del rey, la reina Ahotep.
Dinastía III
Hepenmaat (reinado de Jasejemuy)
La dinastía II finaliza con Jasejemuy, a través de él empieza la siguiente. Al parecer se casó con una princesa del norte para consolidar las buenas relaciones entre los seguidores de Horus y Set. La reina se llamaba Hepenmaat, y el sello de una vasija (fig. 48) le otorga el título de “madre engendradora de reyes”. Las épocas posteriores la consideraron como la figura ancestral de la dinastía III, de forma muy parecida al modo en que la reina Ahotep fue considerada antepasada del Imperio Nuevo.
Dinastía III
Hetepheres (reinado de Esnofru)
Snofru contrajo matrimonio con la hija de su predecesor Huni, Hetepheres, que alcanzaría más notoriedad por ser la madre de Quéope. El matrimonio de Snofru con la hija de Huni habría unido los dos linajes, pero supuso una ruptura lo suficientemente importante como para que Manetón considerara que se trataba de una nueva dinastía.
Snofru era hijo de Huni, es probable que con una reina menor llamada Meresanj. Al casarse con Hetepheres, que era presumiblemente de sangre real por ser hija de una reina más importante, Snofru consolidó su derecho al trono.
En 1925, un fotógrafo encontró ocultada con revoque, la entrada de un pozo, durante los trabajos de prospección en el área de Guiza. Al final del pozo había una pequeña cámara que, a juzgar por la manera que estaba obstruida, había permanecido intacta desde el día en que se selló en el Antiguo Imperio.
Contenía un gran sarcófago de alabastro, un cofre canópico desmontado, dos sillas, una cama y una silla de mano. Si bien la madera se había deteriorado mucho en el transcurso de milenios, pudo reconstruirse gracias a una cuidadosa labor de documentación. Había varias vasijas de oro, cobre y alabastro, así como objetos personales, como un juego de manicura de oro y 20 pulseras también de oro con delicadas incrustaciones de libélulas. Al abrirse el sarcófago se descubrió que estaba vacío, pero es evidente que la reina lo había ocupado dado que su cofre canópico había sido utilizado. Este cofre tenía cuatro compartimentos que contenían las vísceras embalsamadas de la reina. Esta extraña situación podría explicarse dela siguiente manera: es probable que, en un principio, la reina hubiera sido enterrada cerca de su marido Snofru en Dashur, pero la tumba fue saqueada, los ladrones no tuvieron éxito, aunque destrozaron el cuerpo de la reina. Por lo tanto se decidió trasladar el equipo funerario a Guiza, la zona más segura cerca de la pirámide de su hijo Jufu.
Puede que algún día se encuentre la tumba original de Hetepheres en Dashur dado que esa zona ha sido poco inspeccionada.
Dinastía IV
Meritates (reinado de Quéope)
Henutsen
Del faraón Jufu nos ha llegado solamente el nombre de dos de sus cuatro esposas, pero sabemos que alrededor de la Gran Pirámide, sobre todo en el lado oeste, se hallan las tumbas de los cortesanos, que esperaban servir al rey en la muerte tal y como lo habían hecho en vida. En el lado este, están las tres pirámides subsidiarias de las reinas de Jufu. Cuenta la leyenda, según narra Heródoto, que la pirámide central, de 46 metros de lado, se debió a la iniciativa de una hija de Jufu, a la que su padre había colocado en un prostíbulo para que recaudara fondos destinados a la construcción de la Gran Pirámide (fig.50). Además de cobrar sus honorarios, la princesa pedía a sus clientes un bloque de piedra, que luego utilizó para construir su propia pirámide. Huelga decir que no hay pruebas que confirmen esta historia, aunque es cierto que la pirámide parece pertenecer a una hermanastra de Jufu. Lo más probable es que la primera pirámide perteneciera a su hermana y esposa, y la tercera a otra hermanastra, la reina Henutsen.
Dinastía IV
Jamerarnebty II (reinado de Micerino)
La esposa principal de Menkaure fue Jamerarnebty II, hija mayor de Jafre con su esposa Jamerarnebty, hija a su vez de Jufu y una reina desconocida. Está claro que la familia estaba unida por fuertes lazos de sangre. La tumba de Jamerarnebty II ocupó la pirámide de mayor tamaño de las subsidiarias del recinto funerario de su esposo Menkaure, su impresionante sarcófago de granito sigue en la cámara mortuoria. Jentkaues, hija de Menkaure con otra reina desconocida, decidió construirse un monumento parecido. Esta hija se casó con Userkaf, primer rey de la siguiente dinastía.
Dinastía VI
Ipue (reinado de Teti)
Kawit
Weretimes
En 1920 se encontraron los santuarios y las tumbas de seis jóvenes damas de la corte (Henhenet, Kemsit, Kawit, Sadeh, Ashayt y Muyet) bajo el pavimento de la parte trasera de la tumba de Metuhotep I. La más joven, Muyet, sólo tenía cinco años y las demás no más de veinte.
Dinastía VI
Anjnesmerire (reinado de Pepi l)
Weret-Imtes
Uno de los problemas a los que tuvo que enfrentarse el rey fue a una conspiración urdida contra él por una de sus reinas Weret-Imtes; sin embargo, el plan fue frustrado, y la esposa castigada. Después de este complicado asunto Fiope se casó con las dos hijas de un príncipe provincial de Abido llamado Jui, de un modo bastante confuso, las dos se llamaban Anjnesmerire. Una de ellas fue la madre de Fiope II.
Dinastía VI
Neit (reinado de Pepi II)
Ipue
Fiope II se casó varias veces; cabe mencionar a Neit (hija de su padre y de Anjnesmerire I, por lo tanto, su hermanastra y prima) y su sobrina Ipue, hija de su hermano Merenre. Una complicada trama familiar.
Dinastía XII
Neferu (reinado de Sesostris I)
En el año veintiuno del reinado de Amenemes Y, padre de Sesotris, asocia al trono a su hijo primogénito Sesotris. La razón exacta no la conocemos, pero en el texto conocido como “enseñanzas de Amenemes I” se plantean diferentes soluciones según la hipótesis de la que se parta. La redacción del pasaje en el que el rey cuenta cómo sufrió un atentado dificulta la comprensión en la medida en que no se sabe si se quiere dar la impresión de que el rey habla desde la “otra” vida o desde la terrenal. Si el monarca no fue asesinado en ese atentado la razón de la corregencia es inmediata. La muerte de Amenemes tendría lugar diez años más tarde, momento al que se refiere con seguridad la “Historia de Sinhué”, de la lectura de la cual se deduce claramente que el fundador de la dinastía XII muere como consecuencia de una conjura de harén dirigida a poner en el trono a otro hijo del rey. La rápida intervención de Sesotris impide el éxito de la intriga.
La mayoría de los autores se inclinan, sin embargo, por interpretar que el texto de las “Enseñanzas” pretende mostrar a Amenemes ya difunto dirigiéndose a su propio hijo para aleccionarle, lo que en el ámbito de la mentalidad egipcia no es ningún anacronismo. Así considerado, el hecho del asesinato es narrado por dos fuentes al mismo tiempo; fuentes que pueden considerarse tanto literarias como de carácter político, pues es evidente su intencionalidad como medio para difundir una versión oficial de los hechos ocurridos.
Es evidente que la conjura se había producido en beneficio de otro hijo de Amenemes y la razón de la huida de Sinhué no es otra que el conocimiento de un secreto de Estado. (AURILLAC PARANT, R. L’ Affaire Sinouhé. París 1982).
La actuación de Sesotris impidió el triunfo de los conjurados y todo hace pensar que el relato, aunque novelado, fue un testimonio de actuación política confeccionado con toda intención.
En 1913, Petrie excavó en un barranco al sur de la pirámide cuatro tumbas de pozo pertenecientes a los miembros de la familia real. Todas habían sido saqueadas menos una, la de la princesa Sit Hathor Yunet, en la que se encontró una colección de joyas y artículos cosméticos depositados en tres cofres de ébano que estaban en un nicho en una pared lateral. Debido a que la tumba se inundó antes del saqueo, el nicho se había llenado de barro, y los ladrones, que destrozaron el sarcófago de la princesa, no encontraron el tesoro. En él había dos magníficos pectorales engastados en oro, así como una maravillosa diadema con plumas de oro altas y delgadas y escarapelas engastadas en la cinta.
Sesotris tuvo tiempo de construirse una pirámide en El Lisht. En el interior del complejo también se construyeron nueve pequeñas pirámides satélites pertenecientes a las damas reales. Unas conocemos sus propietarias, otras carecen de inscripciones, tanto en los sarcófagos como en los ajuares funerarios. La pirámide de la reina Nefru, un poco mayor que las demás.
Dinastía XII
Princesa Neferu-Ptah (reinado de Amenemes III)
En la pirámide del rey Amenemes III en Hawara y dentro de la cámara funeraria se descubrieron dos sarcófagos de cuarzo, el mayor para el rey y el más pequeño para su hija, la princesa Neferu-Ptah, junto con sus cofres canópicos también en cuarzo.
Dinastía XVII
Ahotep (reinado de Taa II)
Cuando el faraón Amosis, fundador de la dinastía XVIII, llegó al trono, Egipto estaba ocupado por los hicsos. En Nubia, al sur, existía un gobernador aliado de los invasores. Amosis conquistó Nubia, aplastó dos sublevaciones y expulsó a los hicsos de Egipto. Fue una época de tensiones y dificultades para el soberano de Tebas y su madre la reina Ahotep jugó un papel esencial en esos turbulentos eventos.
Amosis colocó una estela en Karnak en la cual elogia a Ahotep como “quien ha cuidado de Egipto, se ha ocupado de sus soldados, los ha protegido, ha traído de vuelta a sus fugitivos, ha reunido sus desertores, ha pacificado el Alto Egipto y ha expulsado a sus rebeldes”. El pasaje no contiene frases estereotipadas, aplicadas normalmente a las reinas. Ahmose fue regente durante la minoría de edad de Amosis, ya que éste llegó a rey en edad muy joven tras la muerte de su hermano Kamose, varios años antes de volver a la lucha, al norte, contra los hicsos. Ahotep ejerció el poder real en estas dos etapas como refleja la estela anteriormente citada.
En 1858 un grupo de trabajadores fellahin a las órdenes de Mariette, encontraron en Tebas el ataúd y la momia de la reina Ahotep, engalanada con ornamentos espléndidos que figuran entre los grandes tesoros del museo de El Cairo. Le habían sido regalados por su hijo Amosis y en su mayor parte llevan su cartucho. Ahotep debía tener ochenta años o más cuando otorgó recompensas a su mayordomo Kares en el décimo año de Amenofis Y. Mucho antes se había visto obligada a renunciar a su posición, especialmente favorecida, en favor de la mujer de Amosis, Amosis-Nefertari.
Dinastía XVIII
Ahmose-Nefertari (reinado de Amosis)
La esposa principal de Amosis, no parece haber tenido menos importancia que su madre la sin embargo no perviven textos que nos hablen de ella como ocurre con Ahotep. Ahmose-Nefertari fue la hermana o medio hermana de Amosis y madre de su sucesor Amenofis l.
Durante su reinado Amosis la otorgó el título de “esposa del dios Amón”. Este hecho nos ha llegado por una estela colocada en el templo de Amón en Karnak. Es un documento legal por el que dota bienes y tierras a Ahmose-Nefertari y a sus herederos a perpetuidad. El mandato sacerdotal concede al portador una importante posición el culto del dios Amón en Tebas.
Otras evidencias posteriores indican su compromiso en proyectos de construcción de su esposo. Su nombre aparece encima de textos en los muros de canalización a lo largo del Nilo desde Menfis, y están fechados en el año 22 del reinado del faraón.
Cuando Amosis decidió erigir un cenotafio en Abido a su abuela paterna y a su abuela materna, Tetisheri, instala una estela en la que solicita la aprobación de sus planes por Ahmose-Nefertari.
Esta reina sobrevivió a su marido y a su hijo, muriendo en el reinado del sucesor de éste Tutmosis I, aunque desconocemos la fecha de su muerte.
Algunas ofrendas rituales dedicadas a Ahmose-Nefertari han sido encontradas en los templos de Karnak, Deir el-Bahari, Abido y Serahit el-Khadin en el Sinaí, encabezando la lista de los reyes que han tenido dichas ofrendas. Los títulos de “esposa del rey”, “esposa principal del rey”, o “madre del rey” son los que Ahmose-Nefertari podía usar, al igual que hicieron otras reinas, sin embargo el que ella utilizó con más frecuencia fue el de “esposa del dios”.
Su importancia no acabó con su muerte, junto a su hijo Amenofis I fue deificada y venerada por los obreros de Deir el-Medina como su patrona.
Su culto pervivió durante todo el Imperio Nuevo, testificando el extraordinario estatus de ésta reina.
Ahmes-Nefertari eclipsó a la “esposa principal” de su hijo, Meritamón, aunque ésta también poseyó el título de “esposa del dios”, pero no alcanzó el renombre de su madre que ha quedado como una de las más destacadas reinas egipcias.
Dinastía XVIII
Ahotep II (reinado de Amenhotep I)
Tanto en la corte de Amenofis l como en la de su padre desempeñaron un gran papel las reinas y en general las grandes damas. Esta es una característica típicamente egipcia, pero en este caso anuncia de alguna manera el advenimiento de Hatshepsut; la reina Tetisheri, esposa de Sequenenre Taa I; su hija Ahotep, esposa de Taa II y madre de Kamose y Amosis y de la reina Ahmose-Nefertari; la reina Ahotep II, gran esposa real de Amenofis Y. Otra hermana del rey llamada Ahmose quedó como única heredera de la corona a la muerte del príncipe Amenemhat, que algunos creen que fue corregente de su padre. Esta dama se casó con el militar Tutmosis, que no era de madre real, el futuro Tutmosis I. Amenofis I, que al igual que su padre reinó durante cuarto de siglo, nos ha dejado pocos rastros.
Dinastía XVIII
Ahmes (reinado de Tutmosis I)
A Amenofis l no le sucedió, como ya dijimos anteriormente, su hijo (una ruptura en la tradición marcada por lo general con un cambio de dinastía), sino un hombre de armas, Tutmosis, ya de mediana edad cuando alcanzó el poder supremo. Ahmés, hija de Amosis l y la reina Amosis-Nefertari se casó con él. Al ser el antiguo Egipto una sociedad matrilineal, Tutmosis entró por matrimonio en el linaje real, aunque su matrimonio debió tener lugar mucho antes de su acceso al trono.
Tutmosis comunicó su elevación al trono por medio de una emisión de escarabeos, enviados a los principales dignatarios de los que conservamos el dedicado al virrey de Nubia, Turoy. En él notifica la ascensión al trono, la titulatura completa del rey con sus cinco nombres y el nombre de su madre Seniseneb.
Dinastía XVIII
Tiye (reinado de Amenhotep III)
Las reinas de la dinastía XVIII son las más sobresalientes del antiguo Egipto, según los testimonios que nos han llegado.
Junto a Amenofis III aparece Tiye, al comienzo de su reinado emitió escarabeos conmemorativos con un texto que dice: “El rey del Alto y Bajo Egipto Nebmaatra, hijo de Ra Amenofis gobernante de Tebas, y “la esposa principal del rey” Tiye. El nombre de su padre es Yuya y el de su madre Tuya. Ella es la esposa del poderoso rey cuyo límite al sur está en Karoy (en la alta Nubia) y al norte está en Naharin (Mitanni)”.
De esta manera se introduce a la “esposa principal del rey”, nacida de padres no reales y madre del heredero Akhenaton.
Tiye tuvo la posición de “esposa principal del rey” y aparece con Amenofis III en las escenas del festival de sed, famosos en este reinado.
A la reina Tiye la encontramos en múltiples imágenes junto al rey incluso en audiencias lo que nos da una idea del poder de esta reina.
Tiye es mostrada también en una escala igual a la del rey en las colosales estatuas situadas originalmente en el templo mortuorio de Amenofis III en Tebas. Es durante este reinado cuando la reina adopta por primera vez los cuernos y el disco solar de la diosa Hathor y en la que se incrementa el énfasis del aspecto solar y divino del rey. Amenofis III establece un culto a su forma deificada.
Físicamente la imagen de Tiye posee un gesto con los labios apretados y el ceño fruncido que demuestra su fuerte carácter.
En el reinado de Amenofis III existieron además de la reina Tiye, numerosas damas en el harén algunas debieron contraer matrimonio con el rey y otras no tuvieron la oportunidad dado la avanzada edad del faraón. De todas las damas reales podemos destacar: su hija Sitamón, probablemente su esposa y madre de Smenjkhare; la princesa Mutemuya de Mitanni; la hermana de Kadasham-Enlil de Babilonia; la hija de Tarkhundaradu de Arzawa; Kilugepa hija del rey Naharina de Mitanni.
Tiye fue, no obstante, su preferida a la que construyó un lago de 3.700 x 70 codos en Daruhe y que fue inaugurado por el propio rey en la barca real llamada “esplendor de Atón”.
Dinastía XVIII
Nefertiti (reinado de Amenhotep IV – Ajenatón)
Meritatón
Kiya
Meketatón
Anjesenatón
Nefertiti fue la esposa principal del rey Akhenaton. Ha sido mostrada en monumentos, templos, tumbas y estatuas como ninguna otra reina. Hija de Ay, jefe de la caballería y secretario privado del rey. Sabemos de Akhenaton que cambió o al menos intentó cambiar la concepción religiosa egipcia instaurando el monoteísmo y la adoración al disco solar, el dios solar Atón, modificó su nombre original Akhenamón, por el de Akhenaton. Abandonó las ciudades establecidas como capitales para levantar una nueva ciudad conocida como Amarna. Sobre porqué ocurrió el cambio religioso, o si este era una consecuencia política, económica o social sería materia suficiente para un trabajo completo y se sale del objetivo de nuestra tarea, por lo que obviaremos esta problemática tan extensa y complicada para ajustarnos a la figura femenina que representa Nefertiti. Esta reina aparece en los templos de Karnak frecuentemente y en un edificio está representada haciendo ofrendas a Atón sin la presencia del rey. Su importancia en la religión de Atón es también mostrada por su aparición en altares domésticos, sentada junto a Akhenatón bajo el disco solar.
Las estelas funerarias de los hogares, fueron el foco del culto doméstico y dio lugar a la triada de la pareja junto al dios, tradición muy común en la religión egipcia. A Akhenaton y Nefertiti les acompañan siempre las princesas en sus salidas. Cuando permanecen en palacio, están con sus padres, no sólo en las horas de ocio, sino también cuando se ocupan de asuntos de Estado. Saltan sobre sus rodillas y les prodigan caricias sin temor. Las mayores participan en la entrega de condecoraciones. En un acceso de ternura, los afortunados padres abrazan a las pequeñas y las cubren de besos. Nefertiti llenó el vacío dejado por el culto a las divinidades femeninas que fueron proscritas en la nueva religión atoniana.
En un principio Nefertiti lleva las insignias comunes a las reinas en general, incluyendo la doble pluma, los cuernos con el disco, el ureo y el doble ureo que tienen un significado solar, sin embargo no lleva el tocado de buitre alado, inapropiado en el culto de Atón. Posteriormente Nefertiti es mostrada más comúnmente con la alta corona azul, como en el famoso busto de Berlín. Esta corona es única en Nefertiti, ocasionalmente está representada golpeando enemigos en un tipo de escena tomada de la iconografía real.
Hay una teoría a cerca de la cual Nefertiti fue corregente junto a Akhenaton, en los últimos años del reinado. Estos sucesos ocurridos al final del periodo amarniense están siendo discutidos por los estudiosos. Podemos decir sin duda que la prominencia de Nefertiti durante el reinado de Akhenaton no fue sólo como esposa del rey.
Hay indicios de otra mujer de Akhenaton encontrados en algunos monumentos y en objetos funerarios, en los que fueron cambiadas las inscripciones. Como estereotipo dicen: “la esposa y grandemente amada del rey del Alto y Bajo Egipto viviendo en verdad, señor de las dos tierras Neferkheperura Waenra el hijo perfecto de Atón, que viva para siempre Kiya” A ninguna otra esposa del faraón se le dio el nombre de “esposa real” y ninguna otra ha sido representada con el rey. Sin embargo en la segunda mitad de su reinado los títulos y el nombre de Nefertiti fueron borrados y sustituidos por las hijas de Akhenaton: Meritatón y Anjesamón.
Desdichadamente no hay ese paralelismo en Kiya, para que nos ayude a entender su posición en la corte y cual fue su destino, aunque es evidente su existencia por el ajuar funerario, incluyendo los vasos canopos usados en otros enterramientos. En suma Akhenaton desposó además de Kiya, a princesas de Mitanni y Babilonia que no aparecen en los monumentos. También es probable que se casara con sus hijas, pero sólo Nefertiti alcanzó la inmortalidad en su proyección futura en monumentos y esculturas. Los últimos años del reinado de Akhenaton fueron de desengañado fracaso y en muchos casos de traiciones. Hacia el año 12 había nombrado corregente a Smenjkhare, hijo de Amenofis III y Sitamóm, casándolo con su hija Meritamón. De su participación en el gobierno no sabemos nada. De Nefertiti tampoco sabemos nada, primero fue atonista convencida y según algunos autores murió pronto y según otros sobrevivió al rey, recluyéndose en su palacio al norte de Amarna.
Igualmente oscuro es el papel de Tiye que parece haber vivido en Amarna participando en la reforma. Nefertiti fue enterrada en la tumba real de Amarna, a juzgar por un fragmento de una figura ushebti de alabastro que lleva su cartucho y que se encontró en ese lugar a principios de la década de 1930.
Dinastía XVIII
Anjesenamón (antes llamada Anjesenatón, reinado
de tutankhamón)
Como en el caso de Akhenaton y Ay, el nombre se había omitido en las clásicas listas de reyes de Abido y Karnak, que pasaban de Amenofis III a Horemheb. En realidad, la identidad exacta y su parentesco sigue siendo tema de conjeturas, si bien está claro que el joven príncipe se educó en Amarna. Cierto número de objetos encontrados en su tumba son reliquias de su vida en la corte de Atón; en especial, el disco de Atón que lo protege a él y a su esposa en un panel pictórico de la parte posterior de su trono con incrustaciones de oro.
La prematura muerte de Tutankhamon convirtió a su reina en una joven viuda en una posición muy difícil. Presionada por todas partes por hombres ambiciosos bastante mayores que ella, decidió dar un paso sin precedentes y escribió a Suppililiumas Y rey de los hititas, explicándole su situación. La prueba de ello no procede de documentos egipcios, sino de las excavaciones realizadas en Hattusas (Turquía) la capital hitita, en cuyos archivos se halló una copia de la carta. En ella Anjesenamón le contaba que su marido había fallecido, que ella no tenía hijos y, dado que él tenía varios, le pedía que le enviara a uno con el que casarse y continuar así la dinastía real. El rey hitita se mostró muy suspicaz y realizó investigaciones; se enviaron mensajeros que comprobaron los detalles. Un príncipe hitita, Zannanza, fue enviado a Egipto para desposar a la reina. Según parece fue asesinado nada más cruzar la frontera, un acto fácilmente atribuible a Horemheb, quien, en tanto que comandante en jefe del ejército, tuvo los medios, la oportunidad y, sin duda, el motivo. La corona fue heredada por el príncipe Ay, padre de Nefertiti. En la tumba de Tutankhamon, el aspecto más emotivo fue el hallazgo de los fetos momificados de dos niñas, abortadas a los cinco y, posiblemente a los ocho o nueve meses. Debieron ser hijas de Tutankhamon y Anjesenamón. De haber sobrevivido alguna, habría ocupado en su momento el lugar de la madre como “gran heredera real”, continuando el linaje de Amarna y modificando toda la historia posterior de la dinastía XIX.
Ay, a una edad bastante avanzada, se convirtió en rey casándose con la viuda de Tutankhamon, Anjesenamón, probablemente contra los deseos de ésta puesto que se casaba en realidad con su abuelo. La prueba del matrimonio procede del engaste de un anillo visto por el profesor Percy Newberry en El Cairo en la década de 1920 con los cartuchos de Anjesenamón y Ay uno al lado del otro: la forma habitual de indicar un matrimonio. La boda debió de celebrarse con rapidez, porque Ay ofició en el funeral de Tutankhamon como rey portador de la corona azul. Además enterrando a su predecesor también consolidó sus aspiraciones al trono.
Dinastía XVIII
Mutnodymet (hermana de Nefertiti, reinado de Horemheb)
Horemheb se proclamó rey en 1321 a. C. y consolidó su pretensión al trono por medio del matrimonio con Mutnodymet, hermana de Nefertiti. De este modo estableció un vínculo, por más que tenue, con la línea femenina de sangre real. A partir de las pruebas de su tumba recientemente descubierta en Saqqara, parece que tuvo una esposa anterior cuyo nombre se desconoce.
Dinastía XIX
Sitre (reinado de Ramses I)
El enterramiento de la esposa de Ramsés l, la reina Sitre, rompió las tradiciones anteriores en las que la reina era enterrada más tarde en la tumba de su marido, en caso de que lo sobreviviera. La tumba de Sitre marcó un nuevo precedente: se construyó en lo que hoy conocemos como Valle de las Reinas en Tebas. Como la tumba de su esposo, la de Sitre (QV 38) estaba inacabada, con sólo unas cuantas pinturas en las paredes de la primera cámara.
Dinastía XIX
Tuya (reinado de Seti I)
Seti se casó dentro de su propia “casta” militar puesto que eligió a Tuya, la hija de un teniente del cuerpo de carros, Raia. El primer hijo fue un varón que murió joven y el segundo fue una niña. El tercero, otro niño, recibió el nombre de su abuelo y, más tarde llegaría a ser el más poderoso faraón egipcio, Ramsés II. Una segunda hija, nacido mucho más tarde, se llamó Henutmire y, con el paso del tiempo, se convertiría en una reina menor de su hermano.
La reina Tuya, esposa de Seti, sobrevivió muchos años a su marido. Cuando Ramsés II accedió al trono apareció como reina madre en la fachada del templo de Abu Simbel. Murió a una edad avanzada, es probable que con más de sesenta años, en el 22 o principios del 23 del reinado de Ramsés, hacia el 1258 a.C. y fue enterrada en una gran tumba en el Valle de las Reinas.
Dinastía XIX
Nefertari (reinado de Ramsés II)
Istnofret
Bintanat
Meritamón
Nebettuay
Henutmire
Mahornefrure
1ª princesa hitita
2ª princesa hitita
El joven Ramsés se casó con dos esposas principales, Nefertari e Istnofret, al menos diez años antes de la muerte de Seti. Así que el anciano rey debió de ver nietos a su alrededor, al menos 5 varones y 2 hembras de esas dos esposas, así como posiblemente entre 10 y 15 hijos de otras mujeres del harén. No es de extrañar que en los últimos años de su vida y tras otros matrimonios, Ramsés pudiera alardear de tener más de 100 hijos, de los que sencillamente se había perdido la cuenta.
No se sabe casi nada del pasado de Nefertari o de Istnofret, salvo que Nefertari fue la reina principal hasta su muerte, alrededor del año 24 del reinado. Su tumba en el Valle de las Reinas, recientemente restaurada, es una de las maravillas de la antigua Tebas. Sus padres probablemente fueron de origen tebano y vinculados a la corte.
Nefertari se casó entre 6 y 8 años antes del ascenso de Ramsés II al trono, siendo una adolescente. Seguramente formaba parte del harén que Seti Y le dio a su hijo. Nefertari fue, como ya hemos dicho, esposa principal con los títulos de hermet-nesu-weret (gran esposa real) y mebet-tui (señora de las dos tierras). También ostentó títulos religiosos como “esposa del dios viviente” y “madre del dios”; se la describe como “apaciguadora de los dioses.
Otros títulos muestran el cariño que la profesó su esposo “rica en alabanzas” “dulce amor” y “bella de rostro”. Debió ser, según las representaciones de su tumba, de piel morena, negro cabello y bastante bella. La momia de Nefertari no ha sido hallada, por lo cual es imposible saber a que edad murió y la causa de su fallecimiento, si bien algunos historiadores estiman que esta se produjo alrededor del año 24 del reinado de Ramsés II. Nefertari tuvo una posición excepcional junto al rey, aparecía con él en público y se la ve retratada junto al faraón en los templos de Luxor, Karnak y Abu Simbel.
El templo de Hathor en Abu Simbel está dedicado a ella un honor casi sin precedentes. En las estelas conmemorativas del 30 aniversario del ascenso al trono de Ramsés II, el faraón no aparece acompañado por ninguna de sus reinas, lo que parece significar que el puesto privilegiado de Nefertari, en política, religión y quizá en el corazón del rey, no fue ocupado por nadie. Nefertari tuvo media docena de hijos e hijas, pero ninguno sobrevivió a Ramsés II.
La tumba de la reina Nefertari es una de las más bellas de la necrópolis tebana. Fue descubierta por Schiaparelli en 1904 y ha sido recientemente restaurada y devuelta casi a su prístino estado.
Dinastía XIX
Baktueret (reinado de Amenmeses)
Cuando Mineptah murió en 1202 a. C., se produjo una ruptura en la línea de sucesión. En lugar de ascender al trono el príncipe heredero Seti-Merneptah que había sido asociado a su padre como gobernante, se convirtió en rey un desconocido Amenmeses. La explicación sigue siendo un misterio, pero se ha sugerido que, ante la desgraciada ausencia del príncipe heredero en el momento de la muerte de Mineptah, un príncipe menor, hijo de una reina menor (Tajat), tomó la iniciativa.
Dinastía XX
Tiy-Merenese (reinado de Setnajt)
La dinastía XIX había finalizado con cierto grado de confusión en no pequeña medida por la presencia de Tausert como reina gobernante (ver en Reinas Gobernantes). Se discute si hubo o no un breve periodo de caos entre el final del reinado de Tausert y el ascenso de su sucesor Setnajt. No sabemos como llegó Setnajt al trono ni quién era, reinó sólo unos tres años. Su hijo, de su esposa la reina Tiy-merenese, el futuro Ramsés III, estuvo al parecer vinculado a él en una breve corregencia.
Dinastía XX
Isis (reinado de Ramsés III)
Titi
Tiy
A pesar de lo prolongado del reinado de Ramsés III (31 años y 41 días según el gran papiro Harris), se sabe muy poco de las damas de la corte. La reina principal parece haberse llamado Isis, pero por alguna curiosa razón los cartuchos del templo de Medinet Habu en los que tendría que aparecer el nombre de la reina fueron dejados en blanco. Es muy posible que Isis fuera de origen asiático, ya que su madre se llamaba Habadyilat, un nombre claramente no egipcio.
Un hecho de bastante importancia en el reinado de Ramsés III fue el conocido como “conjura del harén” está contenido en el papiro llamado de la “Conspiración del Harén” existe en tres fragmentos (de los cuales el más grande llamado, el papiro judicial, está en Turín) y se refiere al juicio de un grupo que conspiró para matar al rey. La principal acusación fue a una de las reinas menores de Ramsés, TIY, que deseaba ver a su hijo Pentaure en el trono. El nombre de la reina parece ser el correcto, pero el del príncipe es un circunloquio, al igual que el de algunos de los acusados, quienes recibieron nombres ficticios, como Mesedsure, “Re lo odia”, para indicar la magnitud del crimen.
Ramsés parece haber muerto antes de que se dictara el veredicto. Fue enterrado en una gran tumba en el Valle de los Reyes que tenía una planta poco habitual debido a que se utilizó una excavación anterior.
Sumos sacerdotes de Tebas
Nodyme (Herihor)
Herihor gobernó junto a Ramsés XI durante seis años y murió unos cinco años antes que el rey. Aunque se desconoces sus antecedentes, se sabe que tuvo el cargo de visir, además de seguir ejerciendo sus funciones de sacerdote. El creciente poder de los sacerdotes de Amón en Tebas había llegado a su punto culminante con Ramsés VI. Su poder en la economía estatal era absoluto. Por lo tanto Herihor sólo tuvo que dar un pequeño paso. Su esposa Nodyme, pudo haber sido hermana de Ramsés XI, por lo que se entendería la elección de Herihor. La momia de Nodyme fue encontrada en 1881 junto a las que estaban en el escondite real, en el templo de Amón en Tebas, pero el papiro funerario de ambos, una magnífica copia ilustrada del Libro de los Muertos (fig. 78), llegó al mercado de antigüedades unos años antes que el descubrimiento oficial. Una etiqueta de lino sobre la momia atestiguaba que la reina había sido embalsamada en el año 1 del rey tanita Smendes Y o quizá después, lo cual significa que murió unos cinco años más tarde que su esposo. Parece haber sido ocultada en otro escondite de momias antes de haber sido trasladada a su último lugar de reposo
Sumos sacerdotes de Tebas
Henuttay I (Pinedyem I)
Makare
Durante los siglos XI y siguientes antes de nuestra era, la dualidad esencial del país de los faraones halló una expresión nueva e inesperada. La fase inicial no podría caracterizarse mejor que por el infortunado emisario Unamón. Egipto estaba ahora gobernado desde dos capitales separadas, Tebas al sur y Tanis al norte; y, cosa extraña, las relaciones entre las dos mitades del país eran amistosas y cooperadoras.
Un rasgo esencial de la historia egipcia tardía es la importancia que cobraron las princesas reales que llevaron los títulos de “esposa del dios Amón”, “adoratriz del dios” o “mano del dios”. En tiempos anteriores el epíteto “esposa del dios” era concedido comúnmente a la esposa del faraón y sin duda conllevaba un significado religioso pendiente de determinar. A partir de la dinastía XXI ese título fue transferido a una hija del rey que se convertía en la esposa consagrada del dios tebano y a la que estaba estrictamente prohibida toda relación sexual. Una de ellas parece que fue Makare a la que se cree hija del rey tanita Psusenes I ; su momia fue encontrada en Deir el-Bahari junto con la de un niño, cosa que sugiere que murió de parto, habiendo transgredido el voto de castidad que le habían impuesto. No fue hasta el comienzo de la supremacía etíope (dinastía XXII), sin embargo, cuando el nombramiento de una “esposa del dios” se convirtió en un instrumento político, y para que así fuese se utilizó la estratagema de la adopción. Por ejemplo, Kashta, hizo que su hija Amonortais Y fuese adoptada por Shepenuepe, hija del último Osorcón. Estas “esposas del dios” eran muy influyentes, y a todos los efectos eran las iguales de sus regios padres; no sólo poseían grandes dominios y un funcionario propio sino que también estaban autorizadas a hacer ofrendas a los dioses, derecho reservado al rey en persona. La principal limitación a su autoridad era que la “esposa del dios” estaba confinada en Tebas donde vivía y moría, obteniendo una sepultura cerca del templo de Deir el-Medina.
Pinedyem II se casó con una hija de Psusenes Y, rey del Delta. La momia y los féretros de PinedyemII fueron hallados intactos en el escondite real del templo de Amón en Tebas, lo cual sugiere que fueron enterrados allí originariamente. El rey estaba acompañado por una de sus esposas, Nejons, y su hija Nesitanebashru. La presencia de más miembros de la familia sugiere que ese fue su enterramiento original.
Reinas gobernantes
En el capítulo anterior hemos hablado de algunas reinas que circunstancialmente asumieron la regencia por diferentes motivos. En este capítulo abordamos el tema de nuevo, pero en el caso de las reinas gobernantes no fue simplemente un suceso puntual, sino que tuvieron auténticos reinado.
Durante el reinado de Nineter, tercer faraón de la dinastía II, se decidió, en su decimoquinto año de reinado, que las mujeres podían ocupar el trono, aunque Mertneit (de la que hablaremos a continuación), ya se había adelantado en la dinastía anterior.
Merneit – Dinastía I
Suele darse como sucesor de Dyer a Uadyi, pero parece posible, a juzgar por el tamaño y la localización de una tumba en Saqqara, así como por una gran tumba de Abido (la I de Petrie), que hubo una reina que reinó sola entre los dos o fue más tarde regente durante un tiempo. El nombre escrito sobre una gran estela funeraria de piedra encontrada en Abido es Mertneit, y se pensó en un primer momento que era el de un rey, pero más tarde se identificó como una reina. Su nombre se ha encontrado recientemente en Abido impreso en un sello de arcilla que da los nombres ordenados de los primeros reyes desde Narmer hasta Den, confirmando su categoría y dándole el título de “madre del rey”, presumiblemente de Den, de quien habría actuado como regente. Alrededor de esa tumba de Abido se encontraron 41 enterramientos subsidiarios de sirvientes, en muchos casos el contenido de las sepulturas indica el cargo que ocupaban al servicio de la reina.
Nitocris – Dinastía VI
Algunas fuentes mencionan a un sucesor de Fiope II, Merenre (probablemente hijo de Fiope II y de Neit) y a la reina Nitocris, que pudo ser su esposa, Manetón la define como “más valiente que todos los hombres de su tiempo, la mujer más hermosa, de piel clara y mejillas sonrosadas” y Heródoto nos narra la historia de su suicidio después de vengar la muerte de su hermano (quizá fuera Teti l, ya que ése fue el rey asesinado). En el Canon de Turín, Nitokeri ( así está ahí escrito su nombre) fue el segundo o tercer faraón después de Fiope ll. No puede dudarse de su existencia histórica y de que con el último faraón de esta dinastía se llegó al fin del Imperio Antiguo.Algunas fuentes mencionan a un sucesor de Fiope II, Merenre (probablemente hijo de Fiope II y de Neit) y a la reina Nitocris, que pudo ser su esposa, Manetón la define como “más valiente que todos los hombres de su tiempo, la mujer más hermosa, de piel clara y mejillas sonrosadas” y Heródoto nos narra la historia de su suicidio después de vengar la muerte de su hermano (quizá fuera Teti l, ya que ése fue el rey asesinado). En el Canon de Turín, Nitokeri ( así está ahí escrito su nombre) fue el segundo o tercer faraón después de Fiope ll. No puede dudarse de su existencia histórica y de que con el último faraón de esta dinastía se llegó al fin del Imperio Antiguo.
Sebeknefrure – Dinastía XII
Amenemes III fue el último gran monarca del Imperio Medio, tal y como ponen de manifiesto las inscripciones en diversos monumentos desde Siria hasta la tercera catarata en el Nilo. Se sabe muy poco de su sucesor Amenemes IV, incluso es posible que no reinase sólo, sino como regente con su anciano padre. Se sospecha que murió joven y que una reina, Sebeknefrure, actuó de regente, y que más tarde gobernó sola. En los documentos escritos no aparecen muchas menciones de Amenemes IV ni de la reina Sebeknefrure, y las inscripciones tampoco aluden a ninguna pirámide atribuible a ellos, aunque podría haberles pertenecido dos de ellas situadas a unos 5 kilómetros al sur de Dashur en Mazqhuna. Esta teoría se basa en el hecho de que las estructuras parecen haber sido construidas con una técnica más sofisticada que la de Amenemes III en Hawara y, por lo tanto, tendría que ser posterior. Dado que no se conocen más monarcas entre Amenemes III y el final de la dinastía XII, esta teoría podría ser cierta.
Hatshepsut – Dinastía XVIII
Conocemos poco de Hatshepsut durante el reinado de su padre, Tutmosis l y el de su medio-hermano y esposo Tutmosis II.
Hatshepsut aparece en una estela con Tutmosis II como su “esposa principal” y “esposa del dios”, pero sólo parece tomar relevancia después de la muerte de este faraón al que le sucede Tutmosis III, pero como sólo era un niño Hatshepsut asume la regencia. En vida de Tutmosis II la “esposa del dios” controló los asuntos del estado, no sabemos si por falta de capacidad del rey o por la herencia y fuerza de carácter de la reina. Tutmosis III no era hijo de Hatshepsut, sino de una esposa menor de Tutmosis II, llamada Asert que con la ascensión de su hijo al trono adquirió una importancia capital. A pesar de su estado Hatshepsut siguió utilizando el título de “esposa principal del rey”, pero al igual que ocurrió con Ahmose-Nefertari, cuando utilizaban un sólo título delante de su nombre preferían el de “esposa del dios”.
En los despachos de gobierno donde debía constar el nombre del rey, se sustituían con el de “señora de las dos tierras”, para referirse a Hatshepsut. Durante su regencia elevó dos obeliscos y fue representada en edificios haciendo ofrendas a los dioses en Karnak, algo que normalmente lo hacían únicamente los reyes.
Aproximadamente en el séptimo año del reinado de TutmosisIII, Hatshepsut abandona los títulos e insignias de reina y adopta la titularidad de un rey y en los monumentos, sí no en vida, aparece vestida de forma masculina al igual que un rey. Con el fin de legitimar su gobierno, Hatshepsut, erige textos en los que proclama que su padre la ha elegido como su sucesor, siendo presentada por él en la corte de los dioses de Egipto. Creó también el mito de su nacimiento, representado en su templo funerario, en el cual el dios Amón es mostrado con su madre Ahmose, seguido por el nacimiento de Hatshepsut como rey.
No se puede negar que la pureza de la línea dinástica, recae en Hatshepsut, ya que tanto Tutmosis II como Tutmosis III eran hijos no reales de esposas menores. Sin embargo la herencia del trono no recaía en las mujeres, por tanto las dudas que se ciernen, sobre la respuesta de la burocracia masculina en la aceptación de una mujer faraón, son muchas, y las hipótesis de porqué Hatshepsut tomó el poder son varias. Su fuerza de carácter pudo impulsarla a aumentar su poder durante su regencia. A nivel práctico podemos imaginar el cuidado con que escogió a los funcionarios que iban a servirla. El más famoso de ellos fue Senmut, el cual acumuló numerosos ámbitos de poder, arquitecto real ( suyo es el templo funerario en Deir el-Bahari) canciller y tutor de la princesa Neferure.
Podemos estar seguros de que Hatshepsut tuvo la intención de tener bajo su control al joven rey hasta que pudiese gobernar por sí solo, pero como Tutmosis III crecía, la regencia podía prolongarse a duras penas. El sistema de corregencia había sido utilizado en Egipto desde el Imperio Antiguo. Su origen estuvo en la sustitución de un rey por otro de la manera menos traumática y paulatina posible, con el fin de que esta asociación permitiera al sucesor, conocer los mecanismos de gobierno y su ejercicio. Hatshepsut se hizo coronar faraón con plena titularidad real sin expulsar a Tutmosis III del trono. Su reinado no se destacó por grandes campañas militares. En su templo destaca la expedición comercial a Punt.
Mientras Hatshepsut estuvo en el poder, renunció al título de “esposa del dios” reteniéndolo para la hija que había tenido con Tutmosis II, Neferure. No hay testimonios anteriores a la regencia de su madre, pero sí hay evidencias durante el reinado de Hatshepsut. Es mostrada en escenas de templos siguiendo a su madre mientras esta, como rey, ofrecía a los dioses.
Los planes de Hatshepsut para Neferure nos son desconocidos, no sabemos si su intención era que su hija la sucediese en el trono o si quería un matrimonio con Tutmosis III. Desde luego esto no ocurrió, ya que nada la testimonia como “esposa del rey”. Desgraciadamente no sabemos como fue el final del reinado de Hatshepsut. En el año 22 Tutmosis III gobernaba en solitario, pero si Hatshepsut murió de muerte natural o si fue obligada a abandonar el trono es un misterio.
Cuándo murió Neferure es también incierto, se puede pensar que ocurrió durante el reinado de su madre, ya que su imagen fue, en vida de la reina, borrada de escenas del templo de Deir el-Bahari. Sin embargo una estela de Tutmosis III que data de principios de su reinado representa la figura de Neferure. El nombre de identificación fue cambiado por Satioh, esposa principal de Tutmosis III, pero el título que figura es el de “esposa del dios” título que nunca fue utilizado por Satioh. La estela originalmente pudo ser de Neferure y a su muerte cambiado por el de Satioh.
Hatshepsut no fue la primera mujer en ocupar el trono de Egipto, Nitocris reinó al final de la dinastía VI, Sebeknefrure fue el último faraón de la dinastía XII y Tausret la última de la dinastía XIX, hay desde luego una diferencia entre estas reinas y Hatshepsut. Ellas reinaron como último recurso familiar en unos momentos oscuros y Hatshepsut tomó el poder en la mitad de una dinastía floreciente y gobernó durante más de 10 años, probablemente cerca de los 20. Disfrutó de un próspero reinado como lo atestiguan su actividad constructora en el templo de Amón en Karnak y su propio templo funerario en Tebas. Su fuerte personalidad rompió con la tradición masculina del reinado, amó el poder y fue capaz de ejercerlo. A pesar de esto no había habido, en Egipto, un modelo femenino en que fijarse por lo que adoptó el papel masculino, apareciendo en muchos monumentos como hombre.
Desconocemos su forma de vestir como faraón, pero en los textos utiliza unas veces pronombres y formas gramaticales masculinas y otras femeninas. Hubo pues un conflicto entre el sexo biológico de Hatshepsut y el papel masculino que tuvo que asumir. En 3000 años de historia del antiguo Egipto únicamente hubo 200 ó 300 de reinado femenino por lo que tradicionalmente el uso de los adjetivos masculinos fue de obligado cumplimiento.
La eliminación del nombre de Hatshpsut en sus monumentos ha sido explicado como una expresión del odio de Tutmosis III hacia ella, pero no existen testimonios de que esto ocurriese en vida del faraón y que fuese como venganza por los años de supuesta usurpación del trono. Otra teoría puede ser que al ascender al trono Hatshepsut asumiese unas atribuciones impropias de su sexo y por tal debían borrarse esas atribuciones, es significativo que la figura y el nombre de Hatshepsut como reina nunca fuera atacado.
En los últimos años de su reinado, la reina Hatshepsut levantó este singular edificio, inspirado en el que allí mismo erigiera Mentuhotep cinco siglos antes. El emplazamiento del templo es el más grande circo de la montaña tebana, dentro del cual, y una vez más, la arquitectura va a compenetrarse con el paisaje en buena armonía. Senmut proyectó el templo de su reina inspirándose en las terrazas de su antecesor y también adoptó de él los pilares de sus pórticos y sus vanos oscuros. De su propia creatividad fueron la calzada orlada con esfinges por la cual ascendía al templo, el visitante antiguo. Las esfinges eran tantas que pese a la saña de TutmosisIII con la que se cebó en ellas y en los pilares osíricos, algunas de ellas lograron sobrevivir, si no enteras, en pedazos. Cuando sus cabezas se conservan, el risueño semblante de la reina resplandece, demostrando que todo el odio con que la persiguieron sus detractores fue incapaz de acabar con su belleza.
Es probable que antes de esta reina ningún faraón hiciese tanto uso de la escultura como ella en este santuario. Si hoy en día contemplamos a Hatshepsut como a una gran figura, se debe a la tenacidad con que ella y su arquitecto Senmut se empeñaron en dejar huella en la historia a través de las ruinas de Deir el-Bahari.
Tausert – Dinastía XIX
Tras la muerte de Siptah, cuarto faraón de la dinastía XIX, su madrastra Tausert se proclamó reina, utilizando todos los títulos faraónicos como había hecho Hatshepsut unos 300 años antes. La tumba de Tausert es un enigma. Ahí lleva el título de “gran esposa real” por su matrimonio con Seti II, pero una escena aislada la muestra de pié detrás de Soptah, el cual hace una ofrenda al dios de la tierra; el nombre de Siptah había sido destruido y sustituido por el de Seti II. Dado que hay excelentes razones para pensar que Seti fue el primero de estos dos reyes, ese reemplazo tuvo que deberse a que posteriormente, Tausert prefirió estar representada con el rey que había sido su marido. Su momia fue destruida por Setnaj, fundador de la dinastía XX, pero conservó sus joyas. Tausert tuvo el suficiente poder como para tener su propia tumba en el Valle de los Reyes, honor que antes sólo había tenido otra reina del sexo femenino, Hatshepsut.
La participación femenina en los rituales
Desde el Imperio Antiguo, la mujer de Egipto, participó en los rituales de los templos. Normalmente eran sacerdotisas de diosas como Hathor o Neit y excepcionalmente de dioses. El título de sacerdotisa de Hathor se remonta al Imperio Medio y lo ostentaban damas de clase alta. Otro título era el de “wabwt” femenino de “wab” (ser puro) y representaba un rango inferior. No está muy claro si la función de la mujer era igual a la del sacerdote.
Una definición más clara era la de intérprete musical en el culto. A diferencia de los hombres no alcanzaron posiciones en la administración, que siempre estuvieron bajo la autoridad masculina. En algunos templos del Imperio Nuevo, encontramos escenas de personal, masculino y femenino, llamados henuty y henutet respectivamente, traducido como servidores. Están representados juntos, con el sumo sacerdote y la esposa del dios en los rituales. La función de estos servidores nos es desconocida. Las mujeres músicos, también formaban parte del personal del templo desde el Imperio Medio. Eran hijas y esposas de funcionarios. Eran conocidas como “shemayet” (músico) seguido por el nombre de la deidad a la cual se consagraba el culto. El nombre de “shemayet” era usado igualmente para hombres como para mujeres. En Tebas, centro del culto a Amón, las mujeres fueron llamadas comúnmente “cantantes de Amón”. Servían también a la esposa de Amón y a la tríada tebana Amón, Mut y su hijo Khons.
En la dinastía XVIII algunas escenas de los templos, nos muestran a mujeres con sistros. En la “capilla roja” de la reina Hatshepsut, desmantelada por Tutmosis III, los bloques de piedra que fueron utilizados para rellenar cimientos y que han sido ahora recuperados, dos escenas similares nos muestran a la reina tras el barco sagrado de Amón-Ra, un tañedor de arpa canta el himno al dios mientras bailarines ejecutan danzas acrobáticas y varias mujeres agitan el sistro.
En la tumba de Ti funcionario de la V dinastía, encontramos una escena en la que vemos a un grupo musical masculino, seguido por dos filas de bailarines y tras ellos tres mujeres dando palmas.
Durante el Imperio Medio también encontramos cartas que nos hablan de “grupos de músicos” y desde luego tuvieron un lugar respetable en el Imperio Nuevo, donde una mujer era “la principal de los intérpretes del grupo musical”; normalmente este título recaía en la esposa de un alto funcionario, aunque este título en el templo de Amón, lo tenían las viudas de los sumos sacerdotes.
A partir del reinado de Hatshepsut recayó también en la mujer el título de “Divina Adoratriz” disfrutado normalmente por las hijas del sumo sacerdote de Amón, y que durante el Tercer Periodo Intermedio se asoció al de “esposa del dios Amón.
En la dinastía XVIII encontramos a ilustres Divinas Adoratrices como Ahmose Nefertari, Hatshepsut y su hija Neferure. Dicho título pasó de Ahmose Nefertari a su hija Meritamón y de ésta a Hatshepsut. Este título lo utilizaron ambas reinas, en muchas ocasiones, por delante, incluso, del de “esposa principal del rey. Los signos externos consistían en (fig. 89): una peluca corta, una cinta fina anudada detrás de la cabeza y en un vestido ajustado y atado a la cintura.
En un pequeño edificio de Amenofis l, del cual sólo permanecen unos pocos bloques, vemos a Ahmose Nefertari ataviada como “esposa del dios”. En la Capilla Roja de Hatshepsut tenemos una “esposa del dios” cuyo nombre desconocemos, con los atributos de este título, podría ser Neferure o una sustituta suya, por ser aún demasiado joven.
A partir de la dinastía XIX, muchos de los rasgos de la “esposa del dios”, fueron tomados de la iconografía real. Su ubicación es tras del dios, adorándole, haciéndole ofrendas, presentándole a Ma’at o a cuatro terneros y conduciendo los actos rituales, funciones realizadas hasta entonces por el rey.
Estelas votivas
Los cultos de los templos servían a la religión del estado y funcionaban a un nivel cósmico, manteniendo el orden del universo. Desde el Imperio Medio, personas privadas podían colocar estatuas y estelas votivas en los templos, a fin de establecer una unión entre ellos y el templo. Muchas de ellas han sobrevivido y presentan una amplia variedad de formas y tamaños (afortunadamente nos sirven como fuente iconográfica de la situación del Antiguo Egipto en sus diferentes épocas). Las mujeres al igual que los hombres podían erigir estatuas o estelas. La escena siempre muestra al devoto adorando o realizando ofrendas a las deidades del templo y cuando es una mujer debe estar acompañada por algún hombre y siempre estará él situado delante, en la dedicatoria.
De hecho de las 24 estelas encontradas en el área de la Esfinge de Giza, 20 están erigidas por hombres únicamente y ninguna por una mujer en solitario.
Del templo de Ptah en Menfis, de 70 estelas, 11 están dedicadas por hombres en solitario, y sólo 2 por mujeres. Contando todas las figuras dibujadas, 25 son varones y 7 mujeres. El nombre de las mujeres que dedicaron las estelas nos es desconocido, algunas figuran como “la señora de la casa” y otras eran instrumentistas de una determinada deidad. Como pagaron estas estelas también es un misterio, algunas tenían recursos económicos propios y a otras les debieron financiar sus parientes masculinos. En una estela de Deir el-Medina (fig. 92) la propietaria es una mujer, pero nos muestra a sus parientes, incluyendo a su marido.
Es interesante que a las mujeres les estuviese prohibido dedicar estelas votivas a dioses masculinos y que frecuentemente los hombres prefiriesen a Hathor, Isis, Mut, Meresger y Renenutet o a la deificada Ahmose Nefertari para sus estelas. También tenemos, en la misma estela, al hombre adorando a un dios y a la mujer adorando a una diosa (fig. 93).
El culto doméstico
Otro aspecto de la religiosidad en el antiguo Egipto, es el del culto doméstico, muy poco nos ha llegado al respecto, pero sabemos que las capillas domésticas eran bastante comunes. Los dioses Bes y Tweret eran el centro de este tipo de culto. Lo encontramos desde el Imperio Medio en Kahún hasta el Imperio Nuevo en Amarna y Deir el-Medina.
La veneración de los dioses de la fertilidad fue muy grande, según el número de imágenes encontradas en las casas, quizá para asegurar la continuidad de la familia a través del nacimiento de un niño.
Los ritos practicados de forma doméstica incluían libaciones, comida y flores en los altares. No tenemos evidencias sobre los matrimonios, pero la instalación de una pareja en su hogar, podía celebrarse, en unión con sus familias, delante del altar doméstico de su hogar.
El culto funerario
Desde la época predinástica, los egipcios tuvieron la creencia de la vida en el más allá, la mujer también participó en esa creencia y tuvo la misma dedicación ante el culto del enterramiento.
En el Imperio Antiguo pudo servir como sacerdote funerario con el título de “supervisor de los sacerdotes funerarios”. Esta actividad se pierde en el Imperio Medio. En los Imperios Medio y Nuevo, la mujer dedica estelas funerarias mostrándose a sí misma realizando los rituales del difunto, haciendo libaciones u ofrendas. Desconocemos quién hacía el aporte económico para dichas estelas. También encontramos en estas a las esposas e hijas llevando sistros y collares menat en alusión a Hathor y como promesa de renacimiento del difunto.
Las tumbas de las mujeres son básicamente iguales a las de los hombres. Lamentablemente poco nos ha llegado de los enterramientos de las mujeres de las clases bajas y lo que sabemos es a través de los escribas, que hacen referencia principalmente a las clases elevadas. Los más poderosos o ricos tenían además una capilla funeraria con decoración sobre sí mismos, su familia y sus allegados Encontramos que a menudo esas tumbas también contienen los cuerpos de las esposas, pero raramente las mujeres (no reales) tienen su propio enterramiento, ya que la decoración no nos relaciona con una propietaria. Esas tumbas eran para personajes de un determinado nivel, al cual era imposible que accediesen las mujeres.
Las tumbas femeninas estaban a cargo de los miembros masculinos de su familia, esposo, padre, hermano, hijo,… La momificación fue igual para hombres y mujeres y los ataúdes contienen igualmente shabtis.
En el Imperio Nuevo se generalizó la sustitución del corazón por un escarabeo, al igual que la inclusión de una copia del Libro de los Muertos como guía del difunto ante los peligros del mundo subterráneo. Otros objetos como joyas, ropas, pelucas y muebles se han encontrado en las tumbas, tanto de hombres como de mujeres, aunque los de los hombres son las más suntuosas.
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