Una ciudad nació donde antes sólo vivían los escorpiones. Un terreno nunca hollado por los pies de ningún dios de Egipto fue consagrado a Atón, y en donde no había más que terreno yermo, nació una de las ciudades más hermosas e innovadoras de la historia. Por el empuje de un hombre, lo que fue desierto se convirtió en vergel.
En el año AK4 (cuarto año del reinado de Ajenatón), el nuevo rey elige un lugar, a unos 300 Km al sur del actual El Cairo, para establecer su nueva capital. Esta se sitúa a medio camino entre Menfis y Tebas, intentando crear un eje norte-sur equidistante entre las tres capitales. Necesitaba un lugar virgen, que no hubiese sido consagrado a ningún dios anteriormente, y eligió un circo en el lado oriental del Nilo, recordando las montañas que lo rodean el jeroglífico del Sol entre las colinas, que al final la representaría. El lugar, según Ajenatón revelado por el mismo Atón, se llamaría “El Horizonte de Atón” (Ajetatón), y marcaría a la capital del nuevo culto.