Tebas, “La ciudad de las 100 puertas” como la llamó Homero en “La Iliada”, posiblemente por la gran cantidad de pilonos que precedían a los templos, era conocida en egipcio como Uaset o Niut, “la ciudad”. El término Uaset se empleaba también para designar toda la provincia. El nombre de Tebas se debe a los griegos y es una derivación del término Taipet , abreviación de Ta-ipet-sut, que era como se denominaba uno de los sectores de la ciudad: “el santuario de Amón en Karnak”. También fue llamada Dióspolis Magna (ciudad celestial) por los griegos. Sus dioses locales formaban la triada tebana: Amón, Mut y Jonsu.
El desarrollo administrativo de la ciudad se produjo con las dinastías IX y X y la subida al trono de los reyes tebanos convirtió a Tebas en la capital del país y así permaneció durante 7 dinastías hasta el reinado de Ajenatón quien trasladó la capital a la nueva ciudad que mandó erigir durante su reinado, la ciudad del sol, aunque tras su muerte volvió a ser la sede del gobierno. Aunque su origen se remonta a los inicios del antiguo Egipto, durante el reinado de los reyes menfitas no era más que una pequeña ciudad que veneraba a la triada tebana formada por Amon, Mut y Jonsu, si bien su dios principal era Montu. Los reyes de la XII dinastía trasladaron su residencia a la ciudad de Lisht, en el-Fayum, pero aun así Tebas continuó siendo una ciudad de notable importancia, e incluso durante las invasiones de los hicsos, en el II Período Intermedio, conservó su independencia, aunque estaba obligada a pagar los tributos a los asiáticos. En torno a 1550 a.C. los príncipes tebanos iniciaron lo que se convertiría en un movimiento de liberación contra los hicsos. Ahmosis inauguró así la XVII dinastía y con ella el Reino Nuevo abriendo el camino a la XVIII dinastía que sin lugar a dudas constituye la época cumbre de todo la historia del Egipto faraónico.
El mayor esplendor de la ciudad se produjo durante la XVIII dinastía cuando fue la capital del país. En la ciudad existían 2 zonas claramente diferenciadas la oriental, la de la vida y la occidental, la de la muerte. En la zona derecha se edificaron los palacios reales, los templos y los edificios administrativos y era el lugar en el que se desarrollaba la vida de sus ciudadanos. La orilla izquierda estaba totalmente destinada a personas relacionadas de una u otra forma con la muerte, las tumbas reales o civiles o el culto a los difuntos. La fama de la ciudad durante los seis siglos de máximo esplendor era tal que a ella acudían gentes de todos los lugares en busca de comercio, y llegaban mercancías desde el golfo pérsico y desde el mar rojo a través de la ruta de Koptos, de África, siguiendo el curso del río Nilo y por las rutas del desierto y de los oasis caravanas provenientes del Sahara. De ella decía Homero que acumulaba una riqueza tan sólo superada por los granos de arena de sus alrededores. El dios Amón fue elevado a dios nacional y en su honor se edificaron los grandiosos templos de la ciudad.
La importancia de la ciudad se mantuvo hasta que los reyes ramésidas de la XIX dinastía la abandonaron para establecerse en el Delta. A pesar de la importante situación estratégica de la ciudad, Ramsés II comenzó a construir fortalezas militares en la región del Delta, más expuesta a invasiones, durante su reinado, que la región tebana. Este hecho produjo la aparición posterior de dinastías provenientes de Tanis, Bubastis y Sais, perdiendo la ciudad el esplendor del que había disfrutado durante siglos. Tebas, no obstante, tenía demasiada influencia religiosa como para caer en decadencia. Incluso con la XXV dinastía, fundada por los etíopes, que conquistó y sometió todas las regiones del sur, la ciudad fue respetada. Invadida y saqueada por los asirios en el año 672 a.C. perdió gran parte de sus edificios y riquezas. Posteriormente Assurbanipal, en el 665 a.C., la saqueó nuevamente y deportó a sus habitantes. Las incursiones efectuadas por Asarhaddón se repitieron de forma más violenta si cabe: sus habitantes fueron esclavizados y vendidos, los edificios destrozados y las riquezas de la ciudad tomadas como botín. Este fue prácticamente el final de la ciudad y aunque el gran templo de Amón fue reconstruido por Psamético I de la XXVI dinastía, en el siglo I a.C. fue destruida, nuevamente, por los romanos y entonces ya sólo quedaban las ruinas que más tarde los cristianos usarían como material para la construcción de sus iglesias. Gracias al sacrilegio, que para los primeros cristianos representaban las imágenes que aparecían en los templos, y al hecho de recubrirlas con yeso, nos ha podido llegar gran parte de la decoración que existía en la época.