Manuel Juaneda-Magdalena Gabelas y Manuel Sanjuán Núñez – Octubre 2008
Una descripción de las enfermedades de los ojos más comunes en el Egipto antiguo
“(…) El rey ha venido a ti, ¡Oh Horus del Este! El rey te trae su gran Ojo izquierdo sanado, acéptalo del rey intacto, con su agua intacta, con su sangre intacta, y con sus conductos intactos (…)
Textos de las Pirámides, 451, 452, (Faulkner, 1969:90)
1. Introducción
Egipto y su cultura milenaria nos aportan aspectos del día a día; de la naturaleza (el sol, el agua, el paisaje, la fauna); de la luz resplandeciente y cegadora del apogeo solar a veces hasta la amenaza para propios y visitantes. Y del hombre especie triunfante hacedor de cosas maravillosas como centro geométrico de este brillante y lumínico escenario. Sin embargo, qué consideración social le quedaba al hombre con defectos físicos.
Se sabe por el testimonio legado en diferentes formatos, que el egipcio del pasado era sensible y preocupado por el minusválido o el diferente. Aunque la iconografía egipcia no abunda en recrear la imperfección física, no es infrecuente ver a lisiados apoyados en báculos; a deformes con taras ostensibles; a ver el enano ocupado en diferentes tareas manuales (orfebrería, metalurgia), como en responsabilidades de la administración, a encumbrados sacerdotes y altos oficiales enterrados con el respeto que en vida tuvieron y que casaron con damas de alcurnia. No obstante, hay cierta perplejidad por la escasez de datos en cuanto al retrato del ciego y cuando se estudia se incurre en el monotema del ciego cantor y músico: ¿es la justificación de que el niño ciego indefectiblemente estaría destinado al mundo de la música? Si fuera así, no sería malo el destino que le deparaba la sociedad en tanto que habría pues un rasgo de humanidad para las personas con este infortunio. ¿Y si la deficiencia ocurría en la vida adulta, y si la deficiencia física sucedía al hijo del campesino? El oficio de músico destinado en un templo acaso no sería un mal destino. Existen muchas razones para pensar en la bondad intrínseca de la sociedad egipcia cuando en los textos sapienciales se dice:
“No te rías de un ciego, no te mofes de un enano…” (Lichtheim, 1976: Enseñanzas de Amenemope, XXIV, 1; 5-10)
No hay nada más justo que, desde la vivencia de una persona ciega, y como contrapunto, se liberen los sentimientos y dudas que serán interesantes de conocer para satisfacción del curioso lector. ¿Qué piensa un ciego, que no siempre lo fue, de sus compañeros en el antiguo Egipto? He aquí su experiencia:
Dice una vieja copla “dame una limosna mujer, que no hay desgracia mayor en el mundo que ser ciego en Granada”. Es sabido que antiguamente los ciegos iban de pueblo en pueblo cantando coplas y tocando instrumentos para así ganarse la vida. Hoy en día la calidad de vida de las personas ciegas va en consonancia con el desarrollo social del país en el que viven. No es lo mismo un ciego español, alemán o nórdico que un ciego africano o asiático. Pero, ¿cómo vivían los ciegos en el antiguo Egipto? Esta pregunta me la hago desde que hace unos años perdí la vista de manera fulminante. ¿Cómo vivían los ciegos en el Egipto faraónico? ¿A qué se dedicaban? ¿Qué les producía la ceguera? Estas preguntas volvieron a mi cabeza hace un mes cuando paseaba por Guiza cogido del brazo con mi acompañante vidente. Con el bastón plegado en el bolsillo le explicaba las distintas teorías sobre la construcción de las pirámides y fue esa persona la que me hizo esta pregunta ya conocida. ¿Cómo vivían tus “colegas”, me preguntó literalmente? Recuerdo mis anteriores viajes cuando podía ver la imagen de un arpista ciego en la tumba de… no me acuerdo… Sé que algunos eran sacerdotes. Pero, ¿y los demás? Sin duda la vida para ellos tenía que ser especialmente dura, a no ser que pertenecieran a familias nobles y ricas. Sabemos que para la población en general la vida en el antiguo Egipto era dura, cuanto más para una persona discapacitada.
Imaginemos por un momento a un noble egipcio perteneciente a la aristocracia al que le comunican que su hijo es ciego. Esto, aunque sea hace miles de años es fácil de suponer. El trauma para esa familia sería, como hoy en día, terrible, pero también como ahora sería más “llevadero” que para una familia de pobres campesinos que malvivían cultivando una parcela a orillas del Nilo. Imaginemos, sigamos imaginando, a esos dos niños. Sin duda al niño de familia noble y rica no le faltaría casi de nada, pero ¿sería aceptado socialmente el niño que había tenido la desgracia de nacer ciego en una familia que a duras penas sobrevivía? Jugaría con los demás niños del poblado o bien se quedaría en casa sentado en un rincón oscuro y apartado lejos de las miradas de los demás habitantes del poblado.
Y sobre todo que pensarían los dos, como podían imaginarse uno desde su gran mansión y el otro de su humilde hogar el río Nilo. ¿Cómo explicar a ambos que por orden del rey, del faraón, su señor, el hijo del dios miles de trabajadores arrancaban, arrastraban, pulían y colocaban con milimétrica precisión millones de bloques de piedra para construir la tumba del rey?
¡Cómo hacerles ver la belleza de los templos magníficamente decorados con pinturas y relieves resplandecientes!
¿Cuál era su situación en la sociedad? Lamentablemente todavía hoy en día, de vez en cuando, se nos encoge el alma con alguna noticia que habla de personas que han vivido aisladas por sus familiares por el hecho de padecer una discapacidad. Sin duda eso tendría que pasar no sólo en el antiguo Egipto, creo que en el resto de las civilizaciones ocurría lo mismo, como lamentablemente hoy en día todo depende del nivel social, cultural y económico de las familias y del entorno social.
Con el paso del tiempo y si no tenía otras enfermedades añadidas ese niño ciego crecía y se convertía en un adulto y creo que es ahí cuando los problemas serían de verdad graves. ¿Tenían los adultos ciegos en el antiguo Egipto posibilidad de trabajar? Además de músicos o sacerdotes, en algunos casos, cuál sería su destino. ¿Mendigar a las puertas de los grandes templos? Otro aspecto que no debemos dejar pasar por alto son los accidentes de trabajo. Sin duda, debido a las duras condiciones laborales de la época, debían producirse muchos. ¿Qué ocurría cuando un trabajador de las pirámides sufría lo que hoy podemos considerar un accidente sin importancia, como es el hecho que una arenilla de una piedra entre en un ojo? Hoy es algo habitual y por supuesto tiene tratamiento. Pero en el antiguo Egipto ¿Qué ocurría si esa pequeña herida se infectaba?, si más tarde o más temprano le conduciría a la ceguera. También podía ocurrir que con el paso de los años la excesiva irradiación solar condenara a más de un egipcio a la ceguera irreversible.
Sin duda el apoyo familiar, tal y como sucede hoy en día, tenía que ser clave para el desarrollo vital de una persona ciega en el antiguo Egipto. Pero no conviene confundir ayuda con sobreproteccionismo. Aquí como siempre los factores sociales, humanos y económicos son fundamentales. Volvemos a lo dicho anteriormente. No es lo mismo una desgracia como la ceguera en una familia con valores morales, éticos, y sobre todo económicos que esa misma desgracia en una familia que apenas pudiera subsistir. Debemos pensar que en el antiguo Egipto ocurriría lo mismo. Debemos pensar que algunos se casarían y fundarían una familia y aquí viene otro grave problema.
Las cegueras hereditarias. Es imposible imaginar que los médicos del antiguo Egipto pudieran diagnosticar enfermedades tales como la retinosis pigmentaria, la miopía magna o tantas otras que desgraciadamente e irremediablemente condenan a todos los miembros de una familia generación tras generación a la ceguera. Hoy en día eso se puede evitar, es cuestión de la conciencia de cada uno, pero seguro que en el antiguo Egipto no era posible.
¿Cómo sobrevivían esas familias? Sabemos por estatuas y otros documentos -todos conocemos la familia del enano que se expone en el museo de El Cairo- que ese tipo de minusválidos estaban muy bien considerados en Egipto. También sabemos y no conviene olvidarlo que los músicos ciegos estaban muy valorados en su época, pero quizás lo importante no está ahí, sino en la forma de vida de los ciegos, hombre y mujeres que hace miles de años vivían en la oscuridad en Egipto. No todos tenemos las mismas dotes para todo. Uno de los dos que esto escribimos es ciego, y os aseguro que no tiene oído para la música, sólo tiene orejas. Ya para terminar queremos hacer una pequeña reflexión. Si la vida de los hombres ciegos era dura. ¿Cómo imaginar la de las mujeres? ¿Querría alguien casarse con una mujer que no podía ver? ¿Y si no eran aceptados por la sociedad y no les quedaba más remedio que formar guetos apartados? Tendremos que tener en cuenta esta posibilidad.
Ajustada o no la realidad permítaseme que esta introducción hecha por dos personas con experiencias sensoriales tan opuestas sobre la cotidianeidad, sirva de pretexto para iniciarse en el discurrir por el estudio de las dolencias oculares tan abundantes en el Egipto faraónico. Y por añadidura por las connotaciones, fundamentalmente en lo social, que aquéllas tenían, en especial sobre los afectados de ceguera en la antigüedad egipcia.
Pocos países como el del Nilo sufrieron con tanta frecuencia el azote de las enfermedades oculares. Desde los albores de la medicina egipcia los egipcios del Reino Antiguo ya conceptuaban la oftalmología con una especialidad digna de consideración. Los ojos de los egipcios sufrieron el embate de abigarradas enfermedades cuya causa más frecuente eran el calor seco y sofocante; los vientos abrasadores cargados de arena, la luz intensa diurna, o la penumbra de las tumbas mal ventiladas; y entre otras más, la acción agobiante de los insectos y su abundante prole que, como ya dijera Heródoto (Libro II), causaban grandes estragos en los ojos egipcios. Este mismo autor relata como un faraón cuyo hijo quedó ciego fue instruido por los especialistas a lavarse los ojos con la orina de una mujer fiel; tal vez entonces como ahora fuere una posibilidad harto difícil.
Como respuesta a estos agentes nocivos abundaron numerosas propuestas terapéuticas en proporción con la variedad de dolencias oculares recogidas en la literatura médica papirológica. Con el movimiento de los siglos, desde la época faraónica hasta la literatura médica en la época del Egipto grecorromano, los médicos desde antaño habían adquirido un renombre extraordinario por la presteza en el tratamiento de los ojos. Quedó un legado que se fue recogiendo de manera muy bien documentada que data sobre todo del Reino Nuevo, y que atestiguan antiguos procedimientos mucho más añejos que el uso y la costumbre acabaron consagrando. Una reputación que sólo se vería eclipsada por el amanecer primero y el apogeo posterior de la medicina griega.
El advenimiento de los primeros Ptolomeos y la sede de Alejandría foco de referencia cultural en el mediterráneo y de atracción para los extranjeros ávidos de completar su formación académica, impulsó la medicina científica. Mediante la actividad de personajes como Herófilo y sus discípulos, que por medio de una práctica tan inhumana como injustificada como la vivisección, se estableció el primer mojón para la inauguración de la anatomía científica.
2. Simbología del ojo en el antiguo Egipto: El Udyat; entre el mito, la magia y la leyenda
Los médicos de los ojos se situaban bajo el auspicio de las divinidades, según los acontecimientos y leyendas que las habían ligado con el órgano. La primera y tal vez el más importante fuera Thot, quien había curado el ojo herido al dios Horus dividido en sesenta y cuatro fragmentos a causa de la afrenta del malvado dios Seth, lo que también se ha relacionado con las fases lunares y éstas a su vez con los intervalos sucesivos de curación según se iban sucediendo. Tamaño prodigio quedó establecido con las siguientes palabras: “Yo soy Thot el médico del ojo de Horus” según se deja constancia en el papiro de Hearst (214). Precisamente este recuerdo es el fundamento de un acto de transferencia de poderes mágicos que se atribuían al ojo de un cerdo (animal sethiano por excelencia) pues al acercarlo al oído del enfermo acompañándose de la oración recitada y reiterada para que la enfermedad del ojo enfermo, o sea la endeblez, pasara al del animal (Ebers 356).
En ocasiones este dios se identificó con el ciego Mejentyenirty, otra deidad, con epítetos referidos con la dificultad de la visión que padecía: “Aquel cuyo rostro ya no tiene ojos y el que gobierna sin ojos”.
Al dios Amón también se acudía para que los sufrientes de los ojos encontraran alivio; en el papiro de Leiden I, 350 se le recuerda: “Como el médico que cura el ojo sin medicamentos, el que abre los ojos…”. Hubo un dios más antiguo aún que el anterior, Duau, adorado en Heliópolis, y que algunos oculistas famosos acogieron como su patronímico identificándose con él (Niankhduau).
En el esquema mental propio del egipcio las enfermedades, tal vez inexplicables para el conocimiento de la época, se atribuían a la acción punitiva del dios; y ocurrían cuando el infausto enfermo hubiera caído en desgracia por alguna falta concreta. En el Museo Británico y en el de Turín se hallan estelas donde se implora y se entregan ofrendas, ejemplos de piedad personal, para la curación de la ceguera. Los rezos escritos sobre ostraca o en estelas votivas, solicitaban un gesto pío a la divinidad ofendida para la curación de una ceguera surgida por la impiedad del hombre. En una estela (nº 589) del Museo Británico se puede leer: Yo soy un hombre que habiendo jurado en falso por Ptah, Señor de la Verdad, el me hizo ver la oscuridad en pleno día; en otra del Museo de Turín (nº 279) otro ciego dice: Apiádate de mi (a Toth), grande es tu poder, me haces ver la oscuridad que has hecho; apiádate de mi para que pueda ver”. Iguales rezos con idéntico propósito se dirigen a los dioses Jonsu, el pequeño dios hijo de Amón y Mut; y a Merseguer, la diosa serpiente señora de los valles de la necrópolis tebana.
A lo antedicho, para el creyente egipcio el simbolismo del ojo (Udyat: la unidad, la salud) fue extraordinario, potente talismán contra el mal en la vida, y del que ni siquiera en la muerte jamás se prescindió. Así alcanzó una connotación muchísimo más amplia y trascendente a lo meramente orgánico o funcional; esencial también para la farmacopea egipcia. Por lo cual el mito, la religión y el sistema de creencias en conjunto fundamentadas en estos conceptos de la fisiología del ojo, le proveyeron de una riqueza sin par que conviene recordar. Y qué decir del Ojo de Ra que comporta el terrible secreto del Mito de la Lejana y la leyenda de la Destrucción de la Humanidad. De Sejmet (“La Poderosa”) y de su homóloga la leona Tefnut que de alguna manera viene a reflejar el poder de úreo del dios.
Es Horus quien ofrece su ojo sano a su padre Osiris para devolverle a la vida: la ofrenda por excelencia a la par que la ofrenda de Maat. Otro simulacro de ojo cubría la herida practicada en el difunto por el momificador en el rito de la momificación. Y se encuentra en los ornamentos de los cetros, ataúdes, en las proas de las barcas a fin de que por la magia, el objeto inanimado cobrara la capacidad de la visión.
Mucho antes que en toda la cuenca mediterránea, “el mal de ojo”, ya protagonizara un gran papel en el mundo egipcio. El mal de Apofis la serpiente que amenazaba la barca solar en la puesta del sol se encuentra por primera vez en los “Textos de los Ataúdes” y se retoma después en el Capítulo 108 del “Libro de los Muertos”; otros textos del Reino Medio hablan de la movilidad de la pupila de Apofis, del daño cometido contra el ojo de Ra. Se evitaba en los textos que el ojo no fuera escrito-dibujado en color rojo para que el lector no se expusiera al advertido mal con la simple lectura u observación. Es en épocas más tardías cuando las menciones al mal de ojo se hacen más esclarecedoras, hasta en los nombres propios (“Setau”; en neoegipcio), aún más claramente, en aquellos que portan expresiones tales como: “Que el dios o la diosa mate o espante el mal de ojo”. En los decretos oraculares se conmina al dios a proteger a una persona contra el mal. Como curiosidad conviene detenerse en la inscripción de un amuleto: “La flecha de Sejmet está en vosotros, la magia de Thot está en vuestro cuerpo, Isis os insulta; Neftis os castiga, la lanza de Horus está en vuestra cabeza. Ellos obran contra vosotros (…) los que estáis en el brasero de Horus…, quien echará un mal de ojo contra Padiamonnebnesuttauy nacido de Mehtmusejet…
Finalmente, la pintura para los ojos sirvió también de “modus operandi” en los actos mágicos y en los ritos de adivinación (Papiros mágicos demóticos de Leiden y de Londres) o para contactar con la divinidad.
3. La iconografía de las enfermedades oftálmicas
Se pueden ver muchas descripciones en la iconografía donde el ciego aparece tañendo el arpa acompañando a otros músicos, como ejemplo particular está el ciego arpista de la tumba de Najt (TT 52) o la del cantor ciego que bate palmas en la de Horemheb (TT 78). Es sobresaliente y didáctico el relieve de un arpista con los ojos rehundidos en el fondo de unas cuencas desmesuradas, los párpados cerrados, absolutamente inexpresivos, mientras que el rostro refleja una concentración profunda y eterna; está en el relieve de la dinastía XVIII (AMT 1-35) que perteneció a la tumba de Paatenhemheb; se encuentra hoy el Rijksmuseum van Oudheden de Leiden. Y en otra de la misma época, se ve igualmente a un grupo de ciegos cantores rezando arrodillados ante Ajenatón. Tanto es así, qué se podría decir sin caer en la exageración, que era Egipto un país de ciegos y tuertos como se expresa en ciertas fuentes bibliográficas.
Pero no siempre es la ceguera el foco de atención principal. El cuidado y el mimo del asistente, tal vez un oculista, con un compañero herido en un ojo, se ve en la fabricación de un mueble funerario en la tumba de Ipuy (Deir el Medina). Hay sin embargo un detalle precioso y preciso encima de ambos personajes: una pequeña arqueta donde uno quisiera creer que el voluntarioso cuidador de ojos no era un advenedizo; quién sabe si en ese pequeño mueble no guardara su juego de instrumental, por lo que es muy verosímil que el sanador del ojo fuera un médico.
El órgano de la visión como se viene aludiendo, pues, domina el simbolismo funerario y religioso. Son ojos mágicos, por doquiera que se busque: ataúdes, máscaras, relieves y estatuas donde los ojos se muestran bien realzados en las pinturas como si estuvieran vivos: ¡Y es que realmente lo estaban!
4. Referencias documentales escritas sobre las enfermedades oculares
Por las razones expuestas es muy generosa la descripción de las dolencias y su correspondencia con las prescripciones. Sin más en el papiro de Ebers, fundamentalmente una compilación de recetas, se reúne alrededor de cien soluciones, a las que habrá que añadir las de los papiros de Carlsberg y Londres, o las referencias, hasta entonces inéditas, a las descripciones traumatológicas-craneoencefálicas de los movimientos oculares en el papiro quirúrgico de Edwin- Smith y por supuesto en el papiro ginecológico de Kahun que describe y asocia la patología de la mujer con la afección oftálmica.
En tratados tardíos de la época griega (siglos II-III a.C.), se hallan prescripciones oftalmológicas bien antiguas, principalmente son dos cuestionarios y un manual además de un fragmento sobre el tratamiento quirúrgico de “Fluxión en los ojos”; o el equivalente moderno de un acúmulo patológico de líquido en los mismos. Queda para la imaginación del lector su identificación con alguna patología “moderna”.
5. El ojo según la medicina egipcia
Se acostumbra a decir que la aplicación de la terminología médica como descriptor de la anatomía humana en el antiguo Egipto es escasa e imprecisa. Sin embargo, en el “Libro o Tratado del corazón” una parte muy importante del no menos famoso párrafo 855c del papiro de Ebers, se habla de los “metu” con exacta y lacónica precisión: “Hay unos metu que del corazón van a todos los miembros”. Término abierto a infructuosas polémicas conceptuales por numerosos autores. Podría explicarse sin detenerse en más disquisiciones, como una especie de conductos que surcan el interior del cuerpo comunicando todas las oquedades imaginables externas con el corazón (“ib”). Un equivalente a los vasos sanguíneos de un sistema “circulatorio” ideado como radial y abierto; el antecedente primitivo más intuitivo que real, similar al del médico aragonés Servet (s. XVI d.C.). Este multifuncional sistema de conductos permitía libertad de paso a todo género de sustancias (de carácter físico o espiritual), benévolas y malignas, en tanto que por ellos circularían todo tipo de fluidos corporales desde la propia sangre, el aire, el esperma, hasta los desechos corporales (excrementos, mucosidades u orinas).
Así pues aunque el ojo humano no es un orificio exterior auténtico, anatómicamente hablando, siendo como es una estructura que abre al hombre la luminosa perspectiva de la naturaleza y por tanto le proporciona una visión global del entorno vital, si se pudo interpretar por el médico egipcio, metafóricamente, como una ventana al exterior similar a los orificios nasales, como el ano, o el meato urinario. Es así que introduciéndose en esta línea de pensamiento irreal, aquél, creyó que los ojos se comunicaban con este sistema de comunicación. Si no ¿qué otra cosa podría transportar las mismas lágrimas que los empapaban, así como el camino que las enfermedades necesitaban para propagarse? Por tanto, ¿serían los lacrimales los únicos testimonios de tales comunicaciones?
“Hay cuatro vasos en el interior de (…): son los que en consecuencia dan la sangre a los ojos y porque toda la enfermedad de los ojos se produce, porque ellos desembocan en los ojos. En cuanto al agua que en ellos desciende son las pupilas las que la dan (en otra versión): Es el sueño en los ojos que la provocan.”
Aunque pobre y esquemática, la comprensión del ojo para el galeno egipcio, de cada una de sus partes, no era exenta de belleza poética y de precisión a la vez. En este sentido es ejemplar la descripción de la pupila, cuyo origen en su opinión procedía de las lágrimas. A esta acepción sigue la cita con que los griegos la señalaban: La criada en los ojos”; y no digamos con la castellana de la “niña de los ojos”. Sin embargo, las diferentes partes internas del globo ocular no se describen en contradicción con los bellos ojos de diferentes materiales que les dan expresión y carácter a las estatuas denotando un conocimiento minucioso de la cámara anterior del ojo. Al respecto hay que decir que hasta nosotros han llegado algunos vocablos que en honor a la precisión hemos de recordar:
irt: ojo | |
sAn Irt: párpados | |
Dfd: pupila |
6. Dolencias oculares más frecuentes y fórmulas de sanación
Los remedios para los ojos se prescribían con detalle y precisión en los papiros médicos, con gran celo, detallando como habrían de aplicarse. Los tratamientos se hacían en la práctica totalidad de los casos mediante pomadas y ungüentos. Algunas fórmulas y términos recuerdan a la utilización de los actuales colirios por la modernidad en la expresión: “Instilar en los ojos” (Ebers 414); o enfatizando el lugar más conveniente “para ser colocado en el interior del ojo” (Ebers 338); o por el también, “para ser aplicado a los ángulos de los ojos” (Ebers 412); o “para colocar detrás de los ojos” (Ebers 340, 357, 358). De igual manera, con un sentido muy didáctico, enseñaban cómo situar los remedios en los ojos: “se humedece una paja de terebinto para aplicarlo al lugar del pelo, después se sacará” (Ebers 428); o “se instilará por medio de una pluma de buitre” (Ebers 339). También se ponía detalle tanto en la duración y evolución del mal como en el tratamiento, sobre todo “el crecimiento de la purulencia en la sangre del ojo” (Ebers 336).
Con excesiva frecuencia se suele incurrir en el error de identificar las descripciones de las dolencias con las actuales. Esto es un hecho que abunda para la generalidad de las enfermedades traducidas en los escritos médicos del antiguo Egipto. Realmente es tentador hacerlo así. Pareciera, sin embargo, más ajustado con el rigor que se respetara al pie de la letra, el espíritu del contenido de la enfermedad, sin caer en la tentación de hacer arriesgadas correspondencias de las enfermedades del pasado con las conocidas actualmente. A lo cual ha ayudado el apoyo de los determinativos que acompañan a la escritura jeroglífica de los nombres de las enfermedades o de expresiones tan sugerentes como: “oscuridad”; o “para sacar la niebla…, (de los ojos); o en relación con el “lagrimeo”.
Respetando este acuerdo se describen algunas de las más señaladas. Pero conviene hacer una excepción con una de las enfermedades infecciosas más frecuentes, y, si se hace, es porque es causa principal de ceguera adquirida en el norte africano y por supuesto la mayor en Egipto, más conocida por la literatura médica y por el vulgo como: “El tracoma”. Se origina por la acción de la bacteria conocida como la Clamydia trachomatis y de ahí el nombre de la enfermedad Tracoma cuya infección en el globo ocular ocasiona una conjuntivitis granulomatosa cicatrizante con afectación severa de la córnea. Ha recibido, por el infortunio de su frecuencia, el triste sobrenombre de Oftalmía egipcia, y así es como se conoce familiarmente en la nomenclatura médica a esta enfermedad endémica desde antiguo. Es importante hacer énfasis en la acepción de granulomatosa porque ésta es la base de identificación en la literatura papirológica médica. Dicho término se equipara al egipcio nehat, un adjetivo traducible con dificultad como disgregación y que a su vez procede del verbo “nHA” (“Neja”) algo semejante en castellano a Ser perverso o terrible, traducción muy conveniente porque se corresponde con los daños y el temor que provocaba. Como consecuencia en el Ebers este verbo se escribe con el determinativode pústula o infección purulenta en consonancia con la fase purulenta de lainfección: Hay tres párrafos en el Ebers (350, 383 y 407)donde aparece.
Curiosa es la descripción de un tipo muy peculiar de ceguera: la nocturna (“Sharu: SAru”). De manera coincidente con la patología moderna, la Xeroftalmia está asociada con una deficiencia crónica en vitamina “A”.
Muchos de estos remedios comienzan con un título describiendo el órgano al que va destinado: “Receta de remedios para los ojos” (Ebers 336 bis), o la utilidad del remedio y de paso se cita el agente patógeno del cual, sea cual sea, no hay acuerdo a la hora de desentrañar su misteriosa procedencia (Ebers 336, ter): “Lo que debe de ser preparado contra la presión de un ujedu que se encuentra en la sangre que está en un ojo…” Ciertamente se cita la causa de la enfermedad pero no ésta en si misma. Son muchas las manifestaciones de las enfermedades oculares que podrían presentarse con rasgos comunes (lagrimeo, sangre, pus, exudados blanquecinos y formaciones membranosas); un inconveniente grande a la hora de la identificación. En realidad cualquier enfermedad ocular infecciosa, o cuerpo extraño podría repercutir con semejantes signos. Es cómo si tomara al suceso anómalo de tener sangre en el ojo, resultado de la dolencia, como la causa o ente patógeno que habría que eliminar confundiendo la consecuencia con la causa.
Otras dolencias se describen dentro del anonimato en cuanto a su identificación (Ebers 339): “Otro (remedio) para echar (a las sustancias malignas que causan) la oscuridad en el ojo…” En éstos, como en los sucesivos párrafos que contienen estas recetas, ni se alude a la enfermedad, como si se diera por cierto al lector que lo que viene a continuación es válido para la enfermedad ya citada en los anteriores casos (Ebers 340): “Otro (remedio)…”. A veces se inicia la receta con una frase no exenta de contenido poético (Ebers 342): “Otro (remedio) para abrir la vista por medio de algo que hay que poner entre los dos ojos…” y sigue con la composición o mezcla de sustancias de la que se hará una masa y luego se aplicará sobre los párpados.
Otra dificultad se observa cuando se intenta escudriñar la identidad de los ingredientes que componen los tratamientos. Véase algunos ejemplos: “Planta-djaret” (Ebers 343), que algunos autores han identificado con la algarroba, “galena-gesefen (Ebers 340, 380), la pulpa del fruto del árbol-kesebet (Ebers 342), resina-sa-ur” (Ebers 344) o mineral-Sia del sur (Ebers 345), y así sucesivamente. Pero en ocasiones uno de los integrantes de la receta raya con lo escatológico, provocando reparo y desconfianza en su uso no tanto para el galeno como para el profano, tal y como sucede para tratar un asunto tan molesto como la torsión de una pestaña: ”sangre de murciélago” (Ebers 424). Con idéntico fin hay otro remedio hecho con “cerebro de salamandra” (Ebers 427) o excrementos de mosca (Ebers 429). Y una secuencia de elementos sanguíneos de diferentes especies como sangre de toro, de asno, cerdo, perro, macho cabrío” (Ebers 425), o “excrementos de cocodrilo (Ebers 344), bilis de tortuga (Ebers 347), o el no menos repugnante de excremento que está en el interior del cuerpo de un niño, y que algún autor equipara con el meconio (Ebers 349), pasando por un lagarto-hentasu (Ebers 370), o el ya mencionado “ojo de cerdo” (Ebers 356).
Aunque se desconozca tanto la iatrogenia, o dicho de otro modo, las complicaciones inherentes a los componentes de estas fórmulas prescritas por el médico tras su aplicación en el ojo humano, como su grado de éxito, parece indudable que la validez sería bien contrastada por la dilatada experiencia en su uso. La ingente cantidad de bacterias de estos componentes sería proporcional a las sustancias antibacterianas que aquéllas son capaces de producir. Hoy en día se sabe que la flora bacteriana saprofita que vive en un organismo vivo es capaz de producir y liberar sustancias antibióticas. En el mismo sentido merece hacer mención del uso de la leche materna para el tratamiento de patologías oculares. Nada extraño por su alto contenido en anticuerpos entre otras cualidades: “Otro (remedio) para abrir la vista: nata (por omisión se supone de leche de origen no humano), leche de una mujer que haya parido un varón. Será preparado en una masa homogénea y puesto en los ojos” (Ebers 414).
En alguna ocasión la causa es identificable con claridad meridiana al menos a la manera egipcia (Ebers 337): “Otro (remedio) para preparar contra una herida en un ojo…” O como la ceguera absoluta en el antiguo Egipto que se conocía con el nombre de Spt (Shepet); y de la que los egipcios nunca explicaron las causas, si bien algunos autores creen que el término invocaba a una visión muy disminuida pero no tan completa. Simplemente se conformaron con contar los tratamientos con los que se podría tratar. Aunque se ha esbozado en otro apartado la fórmula, conviene recordarla porque presenta en uno de los ingredientes connotaciones mitológicas relevantes. Para ello se ha de enunciar de nuevo y con detalle el párrafo de Ebers (356): “Ojos de cerdo del que se ha extraído el agua (seguramente se refiere al humor acuoso, una parte muy importante del órgano de la visión); galena auténtica, 1; ocre rojo (amarillo según la traducción de Lefebvre,1956); 1; miel fermentada, 1; será machacado en una masa, después se verterá en el oído del enfermo hasta que se haya perfectamente curado. ¡Hazlo! Y verás que es verdaderamente eficaz. Posteriormente se complementan los ingredientes con la exhortación al mal conminándole a que salga al exterior y se fortalezca la parte débil del ojo. Así pues, el ojo sano del cerdo por un mecanismo de transferencia mágica reemplazará el enfermo.
Importaba, porque se creía obligado, que el preparado fuera realizado en una estación precisa: “Otro (remedio) para fortalecer la vista que se debe de hacer el primer mes del invierno… (Ebers 393). También importaba en qué momento del día sin que se dieran más explicaciones sobre la conveniencia de hacerlo: “Otro (remedio) para un ojo contra el cual se desarrollan toda clase de sustancias malignas: bilis de cerdo, separado en dos mitades, una mitad se dará con miel y con ella el ojo se pintará al atardecer; la otra mitad se dejará secar, triturada finamente, y con ella el ojo se pintará en la mañana” (Ebers 392).
Aunque se ha comentado la reticencia en hacer coincidir el nombre de las enfermedades del pasado con las de la moderna ciencia médica, no obstante, si se hará excepción para la enfermedad-hAty. Este nombre se hatraducido como un “Oscurecimiento ocularo una nebulosidad, de cuya trascripción a escritura jeroglífica es muy demostrativa ; aquí el determinativo expresa la lluvia que cae del cielo y que enturbiaría la visión a modo de licencia poética. El reclamo de la plegaria lanzada con el imperio de la voz del médico no era suficiente sin el acompañamiento del producto sanador (Ebers 385): “Otro (remedio) para echar el ascenso de las serosidades en los ojos: ¡Ven malaquita, ven la verde! Se alude y se incita al mineral de cobre para que acuda al ojo por sus excelentes propiedades como sustancia antibacteriana, se supone que con su pronunciación o reclamo bastase para cubrir su ausencia…, y continua: “¡Ven derrame del ojo de Horus!, ¡Ven desecho del ojo de Atum!, ¡Ven secreción salida de Osiris! Ven a él y echa por él las serosidades, el pus, la sangre, la debilidad de la vista… Y a continuación se enumera a los causantes de las enfermedades (bidy, shepet, que origina la ceguera)… Así como la actividad de un dios, de un muerto o de una muerta, de un “ujedu”, macho o hembra, así como cualquier otra sustancia (de esta manera se obviaba otros causantes que quedasen por citar) que está en sus ojos. Pero he aquí que la malaquita al fin aparece físicamente para cumplir con su efecto terapéutico: Palabras para recitar sobre la malaquita machacada sobre piel fermentada, junco comestible. Será aplicado en los ojos. Verdaderamente eficaz.
“Otro remedio para echar la ceguera que está en los ojos: olíbano seco (que según las fuentes consultadas debía presentarse como una bola, debido a ello se presenta la fórmula en otra versión como una bola-“benen”) machacado en mucílago fermentado. Se aplicará sobre los párpados.
“Otro remedio: planta-djaret machacada con miel. Será aplicado sobre los párpados (Ebers 358).
Otro remedio para echar la ceguera de los ojos: planta-djaret. Será machacada finamente, filtrada en un lienzo de lino, mezclada con miel fermentada, y colocada en los ojos (Ebers 420).
Como se ha podido constatar el común denominador de los productos de “botica” destinados a las enfermedades de la visión constaba de una serie de productos del mundo mineral de entre ellos se destaca la malaquita (mineral de cobre) y la galena (mineral de plomo: el “Msdmt” de la transliteración de la escritura jeroglífica), que aunque irritantes, tenían una indiscutible y admitida en la actualidad acción antibacteriana. En una emocionante carta de la XIX dinastía un artesano llamado Pay le ruega a su hijo que no se olvide, porque él está en la oscuridad o que es lo mismo que estaba ciego, de traerle tratamiento para sus ojos a base de miel, galena genuina y ocre. Generalmente, junto con los de origen vegetal (incienso entre otros), se usaba una base vehicular que le daría amalgama y que ayudaría a emulsionar el producto final haciéndolo más homogéneo, y de paso suavizaría la mezcla para hacerla más cómoda y tolerable en el momento de la aplicación. Se destaca sobre todo a los mucílagos y a las grasas (ganso, etc.), a la miel, o la misma leche de mujer.
7. El profesional del ojo: “El sunu Irty”
Gran parte del prestigio y de la alta consideración que gozaron los médicos en el antiguo Egipto se debe sin duda a los especialistas en las enfermedades oculares. Esta fama fue un imponente reclamo de sus servicios allende las fronteras, o al contrario que los pacientes acudieran al país. Al respecto Heródoto cuenta como el rey Ciro se encontró ante esta tesitura.
El médico Iri era entendido en muchas materias médicas, y una de ellas le permitía vanagloriarse, y destacarse, con el título de “Oculista de la Corte”. En el Reino Antiguo un tal Uai ejercía la misma titulación y competencia que el anterior. Un tocayo suyo compartía la especialidad de ser “médico del vientre al mismo tiempo que “médico de los ojos”. Otros como Medunefer fueron al mismo tiempo “médicos de Palacio” y “jefes de los oculistas de Palacio”. Nyanjduau también lo fue en el Reino Antiguo ostentando, según se cree este campo de la medicina en exclusividad. Un sacerdote de nombre Juy, un gran sacerdote de Heliópolis fue el inventor de un colirio cuya receta se conserva en el papiro de Ebers (Ebers 419): “Otra tintura de ojos que fue preparado por el Grande de los Videntes Juy…” El término Vidente, traducido literalmente, tal vez se refiriera al médico experto en enfermedades de los ojos más que al profeta o algún cargo sacerdotal de alto rango relacionado con la ciudad de Heliópolis.
8. Conclusiones
Se ha comentado sobre los ciegos, hombres y mujeres, en el antiguo Egipto. Cómo vivían, si eran felices o no, si fundaban familias con personas videntes o formaban guetos entre sí. Pensando e imaginando a una persona ciega, fuera ésta rica o pobre, hombre o mujer, sentado a orillas del Nilo escuchando sin poder ver lo que sucedía a su alrededor sólo podemos llegar a una conclusión: que no fue fácil la vida diaria de los ciegos en el antiguo Egipto.
Al ojo, como órgano de información de extraordinaria importancia en la vida terrena, se le otorgó una función simbólica y mágica para lo cual se le compusieron leyendas y relatos. Su fuerza le sirvió para ser el primero de los amuletos para el hombre y una de las ofrendas más importantes para donar a las divinidades.
Las enfermedades de la vista fueron frecuentes y perturbadoras en el antiguo Egipto. Esta adversidad, obligó a una dedicación especializada, profesional y exquisita y a un rico a la vez que abundante recetario.
Los tratamientos después del estudio y evaluación de algunos de sus ingredientes no carecieron de cierto grado de eficacia. Aun así, siempre existía como complemento el efecto placebo que con la fe y la creencia en el mito se potenciaba.
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