La concepción y desarrollo del niño en el vientre materno en el antiguo Egipto

Manuel Juaneda-Magdalena Gabelas – Diciembre de 2006

“Una teoría sobre la influencia de la leche, de la sangre materna, y del semen paterno en la concepción y desarrollo del niño intra y extraútero en el antiguo Egipto y en la cultura grecorromana.”

La noticia del embarazo y del parto en el antiguo Egipto era recibida por la mujer con una mezcla de sentimientos que iban desde la alegría al desasosiego ante la incertidumbre del embarazo y después ante la proximidad de un parto potencialmente peligroso. La frecuencia de estos episodios durante la edad fértil de la mujer era alta (5 a 6); pero también lo era, por su causa, la mortalidad del niño y de la madre. La precocidad en las relaciones sexuales y la inmadurez fisiológica de un organismo todavía no apto para la procreación, el trabajo rudo y excesivo en el quehacer diario, menoscababa la salud y aumentaban los riesgos para las siguientes gestaciones. Desde luego que las parteras experimentadas en estos quehaceres amortiguaban la inseguridad y la incertidumbre, a lo que por cierto, los dioses dedicados a estos menesteres coadyuvarían en el consuelo psíquico y físico a fin de que tanto el tránsito como el mecanismo del parto culminaran, a satisfacción, y a tenor de las plegarias recibidas.

Los papiros médicos (Ebers, Kahun, Carlsberg) por citar a los más eruditos en la materia de la obstetricia y ginecología, nos muestran la preocupación con que se atendía a las parturientas durante los prolegómenos del parto, durante, y después en el alumbramiento. Lo cual quiere decir, en mi opinión, de que había un sumo interés por parte del médico-sunu en que la responsabilidad obstétrica trascendiera más allá de la delegación de responsabilidades atribuidas al misterioso y hermético mundo de lo femenino. Ante lo cual, cabría la posibilidad de que al médico se le permitiera irrumpir de vez en cuando si la cosa se complicase.

Aunque son relevantes y evidentes las referencias citadas, qué poco se sabe del conocimiento de los cambios que irían transformando el “huevo” en el vientre de la madre hasta culminar en el fenotipo de un feto a término. Cómo viviría la mujer estos aconteceres en su vientre; qué o cuál destello o señal haría que el producto de la concepción los iniciara; qué sabría el sabio egipcio o la madre en ciernes de todas estas nociones; cómo se interpretaría los mecanismos metamórficos desencadenados tras el éxito de la fecundación; de qué naturaleza y cómo sería el soporte alimentario del embrión. ¿La anatomía y la biología reproductiva animal ayudarían ambas, a configurar un lenguaje y a su vez una experiencia comparativa?, ¿qué parte de la herencia transmitirían los padres al nuevo ser? Y al igual que sucede en otros aspectos del cosmos egipcio: ¿es posible prescindir del mito y de la religión para esclarecer el conocimiento interno de aquello que atañe a un útero grávido? Y por fin, ¿hay otras fuentes culturales ajenas a la egipcia que fueran coincidentes en darle sentido a todos estos misterios?.

La escenografía de lo cotidiano en el antiguo Egipto enseña a las mujeres en el culmen de la preñez. El arte mural pictográfico, el del relieve, así como el tridimensional bien sea escultórico o miniaturista, se encargan de ponerlo en evidencia. La narrativa sapiencial y religiosa, profusamente, relatan así mismo situaciones parecidas sobre la gestación humana y divina y sobre el momento álgido del parto tanto mundano como sagrado. Resulta de sumo interés el periodo gestacional y en particular su duración que no siempre era igual para el hombre que para los dioses.

Pero también es cierto que a pesar del esfuerzo de no pocos estudiosos por vislumbrar el significado del embarazo humano en el pensamiento egipcio, éste es mejor conocido más bien por lo que tiene de simbólico, por su penetración en el reino de lo mítico-religioso, que por los aspectos biológicos. Era tanta la necesidad que deparaba para el hombre la trascendencia en la cuestión funeraria, en tanto que por ésta se transmitía la sexualidad fecunda y el renacer postrero. No obstante, es muy poco lo que se conoce de los cambios que para el sabio egipcio acontecerían en el hombre durante las fases de la metamorfosis intrauterina. En definitiva la biología del embarazo es por tanto apenas conocida por la egiptología cuestión que escasamente ha sido objeto de interés en la investigación egiptológica.

Se sabe de las influencias de los dioses en el regalo de la vida, se sabe en virtud de hermosas descripciones metafóricas de cómo aquellos moldeaban los cuerpos de los hombres, pero muy poco de quiénes eran los factores naturales involucrados en el desarrollo y en el crecimiento fetal, y sobre el grado de participación tanto en la cosa cualitativa como en la cuantitativa, de los progenitores en la materia somática del niño. Algo más sobre los ingredientes materiales que participaban en la estructura del embrión primero y del feto posteriormente. Algunos se determinarán de manera esencial en razón de que la simiente sea del padre o de la madre, de quien determine un componente u otro de la estructura somática del hombre. Tanto es así que la similitud inherente que surge a partir de las propiedades físico-químicas de la materia seminal donante de los padres y consustanciales con la biología humana (semen-sangre-leche) ayuda a explicar los componentes tisulares definitivos (partes carnosas y óseas) del futuro ser humano.

La mitología y la literatura médica aportan al respecto un apoyo sustancial. Si no se puede excluir al conocimiento del egipcio de la causa o del cómo de la cosa generatriz, tampoco es posible hacerlo de la dependencia e influencia que la sabiduría griega en las postrimerías de la civilización faraónica le indujo. Ambos son una correspondencia biunívoca enriquecedora que nunca ha de eludirse y que por tal razón abundarán a lo largo de este trabajo. Se remarca el nutriente lácteo que ayudaba al crecimiento y desarrollo embrionario-fetal en tanto que será uno de los protagonistas en la alimentación prenatal, neonatal y en la infantil durante los tres primeros años de la vida del niño egipcio. Gracias a estas cualidades nutritivas y de fertilidad afines a estos elementos sanguíneos (menstruales y lácteos), se incorporarán por sus excepcionales y milagrosas propiedades a la farmacopea, y a las fórmulas pronósticas, entre otras.

Todos estos pensamientos familiares entre lo mitopoético y lo físico le permitieron al hombre egipcio conformar y percibir mejor el mundo que lo rodeaba y del cual formaba parte. Una mayor comprensión del universo vital y de su propia naturaleza humana. Son cuestiones principales, entre las que, la fecundación, el embarazo, y el nacimiento, lo fueron en grado sumo para perpetuarse no solamente en aquel marco vivencial, sino además, para ampliar y proyectar el plano biológico del embarazo hacia lo trascendente. Muchos de estos conocimientos se implantaron adquiriendo carta de naturaleza merced a esta influencia en el mundo grecorromano y medieval.

Es por lo demás inexcusable y por darle un sentido lógico a la exposición, seguir los capítulos de este artículo empezando por algunas consideraciones que sobre el sexo y la fertilidad había en el pensamiento egipcio como motores primarios e incipientes para la generación de un ser humano, concluyendo sobre los aspectos finales transcurridos tras el parto, donde la placenta, muy especialmente, tuvo múltiples acepciones ya no tanto simbólicas como biológicas en el mundo egipcio.

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