Fuente: El Mundo – 18/01/2019
Sería uno de los grandes hallazgos de la egiptología pero, de momento, figura junto a la sepultura de Nefertiti en los enigmas sin resolver que guardan las arenas o las aguas de Egipto. La tumba de Cleopatra VII y Marco Antonio permanece extraviada a pesar de los titulares que esta semana han circulado por internet anunciando su descubrimiento.
El mediático arqueólogo Zahi Hawass, el autor de las supuestas declaraciones que avanzaban el hallazgo, niega cualquier novedad en declaraciones a EL MUNDO.es. “No es cierto. No he encontrado la tumba de Cleopatra”, replica en conversación con este diario, molesto por la repercusión de una entrevista erróneamente traducida en Italia y amplificada, sin la más leve confirmación, por medios de comunicación de todo el mundo.
Hasta hace dos años Hawass, ex ministro de Antigüedades del país árabe, codirigía la excavación de Taposiris Magna, un complejo monumental ubicado a unos 45 kilómetros al oeste de la ciudad mediterránea de Alejandría. En su perímetro, la arqueóloga y abogada dominicana Kathleen Martínez, estaba convencida de desempolvar el sarcófago de la última reina del antiguo Egipto (69 a.C.-30 a.C.) y el general romano.
Pero, hasta ahora, la búsqueda ha resultado infructuosa. “Se ha excavado Taposiris Magna durante los últimos ocho años. Martínez piensa que tanto Cleopatra como Marco Antonio fueron enterrados allí, pero ésa no es mi teoría. Yo no comparto esa idea”, comenta un egiptólogo que ha logrado fama mundial a golpe de apariciones en documentales estadounidenses y conferencias por todo el planeta.
“Es cierto que durante todo este tiempo han aparecido monedas y estatuas con la imagen de Cleopatra y un gran cementerio en el exterior del templo pero sin rastro de la tumba de Cleopatra”, apunta Hawass, embarcado ahora en la búsqueda del enterramiento de Anjesenamón, la esposa de Tutankamón (1336-1327 a. C.) y la esquiva Nefertiti.
“Yo he cooperado con Martínez pero hace dos años dejé la dirección del proyecto porque estoy ocupado con mi trabajo en el Valle de los Reyes de Luxor buscando la tumba de Nefertiti y Anjesenamón”, arguye quien visitó por última vez las excavaciones de Taposiris Magna hace dos meses. “El trabajo allí sigue su marcha pero no hay ninguna prueba de la existencia de la tumba de Cleopatra. Y creo que el templo ha sido ya completamente excavado”, agrega.
La tesis de Hawass sitúa el nicho de la monarca en otra localización, lejos de un recinto que fue horadado a partir de la expedición militar de Napoleón Bonaparte en 1801. “Mi sensación es que fue enterrada en el interior de la tumba que mandó construir en su palacio de Alejandría”, confiesa el arqueólogo.
Existen, sin embargo, otras hipótesis. Hace tres años, en una entrevista con este diario Joyce Tyldesley, egiptóloga del Museo de Manchester y autora del ensayo “Cleopatra, la última reina de Egipto”, puso en duda su envenenamiento y esbozó otra posibilidad sobre el paradero de su cadáver. “Sería fantástico hallar la tumba de Cleopatra. Pero mi tesis es que Cleopatra fue tal vez incinerada y luego colocada en una tumba en Alejandría”, argumentó.
“Voluptuosidad infinita al hablar”
“Ninguna tumba de la tierra encerrará una pareja tan famosa”, proclamaba Octavio en “Antonio y Cleopatra”, la obra teatral que William Shakespeare compuso a partir del relato de Plutarco. A lo largo de la última década, la afirmación de que la vida paralela de ambos personajes yace junta en un lugar indeterminado ha sido acogida con incredulidad por la comunidad arqueológica internacional.
El misterio continúa rodeando el destino final de la mujer que, según la tradición popular, se suicidó con la mordedura de una cobra egipcia, incapaz de sobreponerse a la instantánea de Marco Antonio agonizando entre sus brazos atravesado por su propia espada al dar por cierta la noticia falsa de la muerte de su esposa.
Cautiva en su palacio de Alejandría, la hija de Ptolomeo XII -asistida por sus criadas Iras y Charmion- prefirió renunciar a la vida antes que aceptar el ocaso de la civilización faraónica y jurar obediencia a Octavio, convertido en el 27 a.C. en el primer emperador romano bajo el nombre de César Augusto. Décadas después, Plutarco la describió como escurridiza y embaucadora, irresistible en el trato por su “voluptuosidad infinita al hablar” y la dulzura y armonía del son de su voz.
“La edad no puede marchitarla. (…) Provoca más hambre cuanto más satisface”, escribió de ella Shakespeare. Según el retrato robot que nos ha legado el tiempo, Cleopatra era extremadamente inteligente e instruida en ciencias naturales, Filosofía, Medicina y Matemáticas. Políglota, fue el primer miembro de la dinastía ptolemaica en hablar egipcio antiguo.
La última soberana del antiguo Egipto -que se casó con sus dos hermanos y resistió en una corte de lenguas viperinas, conspiraciones e imposturas familiares- venció a su propio óbito y se convirtió en mito. “La primera celebridad del mundo” -según el crítico estadounidense Harold Bloom- sobrevivió en un escenario. Fue personaje de ópera y William Shakespeare le devolvió la voz y el llanto. Resucitó entre fotogramas. En la piel de Elizabeth Taylor o Angelina Jolie, su última inquilina. Y consiguió incluso la dicha del recuerdo cotidiano.
Su nombre es la marca de unos cigarros con los que miles de egipcios llenan de nicotina sus pulmones a falta de libras para costear caladas de tabaco extranjero. El eco de la mujer que cautivó a Julio César y Marco Antonio habita cualquier páramo. Roma trató en vano de descubrir su sepultura. Su lecho permanece intacto. Dos milenios después de su muerte, su lugar de reposo sigue siendo un interrogante perdido en las aguas del Mediterráneo o bajo las arenas del desierto.
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