Hombes, sacerdotes y dioses – Una introducción

Elisa Castel Ronda – Enero de 2005

 

“Los nativos otorgan un valor exiguo al tiempo de su vida. Conceden sin embargo la máxima importancia al tiempo de después de su muerte, durante la cual, y en virtud del recuerdo de su virtud, se permanece en la memoria de los demás”.

 

Este texto de Hecateo de Abdera, del que habla Diodoro Sículo en su Biblioteca de Historia (I, 51), sirve para revelarnos el arquetipo que siempre ha arrastrado el sentido de la vida de los antiguos egipcios, al menos para el público no iniciado. Sin embargo, aunque erróneo, es un sentimiento que ya se percibe desde antiguo.

Tratar el Valle del Nilo supone estudiar una tierra que a menudo se nos antoja muy poblada. Según algunos autores, muy por el contrario, en los primeros tiempos, Egipto estaba poblado por 100.000 o 200.000 habitantes que ascendieron progresivamente. En Las dos primeras Dinastías el país tenía ya 2.000.000 de habitantes y llegó a alcanzar, a finales del Reino Nuevo, de 2.900.000 a 4.500.000[2]. Finalmente, el período grecorromano es el momento de mayor número de residentes, entonces Egipto tenía una población de 7.000.000 a 7.500.000. Ellos vivieron en una estrecha franja fértil, de aproximadamente 24.808 Km2 que lindaba con los desiertos líbico y arábigo, donde se situaron las necrópolis.

Hombres, Sacerdotes y Dioses. Una introducción

Nuestro primer contacto con la cultura egipcia nos transmite la idea de un pueblo eminentemente religioso, turbado por la muerte y por la supervivencia en el Más Allá. Pero los egipcios no estaban tan obsesionados por el fin de su existencia, sino que muy por el contrario amaban la vida, su tierra y su país hasta tal punto, que traspolaron ésta al mundo de los muertos, donde reprodujeron su país. Así en el Más Allá existía un campo a imagen del egipcio, un río réplica del Nilo, e incluso en sus enterramientos, hicieron acopio de los bienes materiales más preciados, tanto los que habían tenido en la tierra como aquellos elaborados expresamente para su tumba. Acumulaban todo aquello que querían seguir disfrutando una vez muertos. Además, por si todo esto fuera poco, al morir, el cadáver debía someterse a unos ritos funerarios y unos rituales de ofrendas para que el difunto subsistiera a través de los siglos. Según la creencia egipcia, los restos del individuo al fallecer necesitaban ser alimentados para que su alma fuera inmortal y por ejemplo, pudiera retornar, si así lo deseaba al cuerpo o a las estatuas que reproducían su efigie para admirar, por algún tiempo, la tierra que tanto había amado. Sin embargo esta no era la única posibilidad de vida del fallecido, sino que según su deseo, podía residir en el cielo, acompañando al dios sol Ra en su barca o disfrutar del Mundo Subterráneo, donde se alojaba Osiris. Precisamente gracias a estas costumbres, surgieron en Egipto los Sacerdotes Funerarios.

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Otra rama del clero egipcio era aquella que se dedicaba a servir a un dios determinado. Los sacerdotes podían oficiar en varios cleros a la vez y aunque cada uno de ellos requería básicamente los mismos ritos, algunos tenían rituales específicos y costumbres variadas que incumbían por ejemplo lo que se podía comer y lo que estaba prohibido, dependiendo de la teología de cada dios local.

Antes de centrarnos en el clero, debemos preguntarnos ¿cómo surgen los cultos divinos en Egipto? Para todo ello hemos de retornar a los períodos más oscuros de la civilización, a los momentos anteriores a la Dinastía I, a los poblados con jefes tribales. Cualquiera que haya visitado el Valle del Nilo habrá observado que llama la atención el contraste entre su río, su sol y su desierto. De ello eran conscientes los egipcios, grandes observadores de la naturaleza y por esta causa divinizaron éstos y otros elementos igualmente asombrosos. Análogamente se fijaron en el mundo animal y tomaron como divina cierta parte de la fauna de su país, incluyendo algunos insectos, que a su juicio poseían poderes sobrenaturales. Así observaron por ejemplo que el chacal deambulaba por los cementerios y que escarbando en la tierra dejaba al descubierto los cuerpos perfectamente conservados por la acción deshidratante y preservadora de la arena. Este fenómeno fue interpretado como que el animal carroñero acudía a las necrópolis para conducir al difunto al mundo del Más Allá y designaron al chacal deidad protectora de los muertos. En otro ámbito, observaron al sol, poderoso y reluciente en las alturas y entendieron que se trataba de un poderosísimo dios, capaz de facilitar la vida en la tierra y le designaron Ra. Pero el sol tenía varios aspectos dependiendo del momento en que se encontrase el astro. Así interpretaron que al nacer se llamaba Jepri y que tenía el aspecto de un escarabajo pelotero. ¿Por qué este insecto? de nuevo se debe a la observación de la naturaleza. El escarabajo pelotero deposita sus huevos en el interior de un pelota de estiércol que arrastra incansablemente. Por la acción del calor, pasado un tiempo, del interior de esta bola surgen, de forma aparentemente espontánea, nuevos escarabajos. Todos estos hechos naturales se explicaron en el ámbito religioso como el nacimiento del sol en el horizonte. Así podríamos extendernos hasta la saciedad en detalles similares para otras entidades divinas del panteón.

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Un mismo animal fue designado de forma distinta en los poblados. Por ejemplo, el chacal fue Anubis, pero también fue Upuaut o Jentamementiu. El halcón era Horus, pero también era Sokar, etc. Finalmente otros representaron aspectos distintos de un mismo dios.

En los comienzos, Egipto estaba dividido en pequeños pueblos, en los que se adoraba a dioses de ámbito muy reducido. Entonces el jefe tribal debía y podía oficiar para su dios. Con la conquista de un poblado, el vencedor no sólo tomaba bajo su tutela los bienes, terrenos y personas, sino que también unía los dioses de los vencidos a sus propias deidades. Conforme estos pueblos fueron anexionándose, llegaron a formar un reino en el norte (el Delta) y otro en el sur, produciéndose la absorción de costumbres, ritos y dioses. Finalmente ambas áreas geográficas se unieron bajo el mandato de un solo monarca y por entonces el número de divinidades era tal que la intervención directa del primitivo jefe tribal, ahora convertido en monarca, se hizo imposible. Por ello el rey tuvo que delegar en los Sumos Sacerdotes, formándose verdaderas escuelas sacerdotales que en su nombre llevaban a cabo las labores para con el dios[3]. Solamente en fiestas puntuales y muy importantes, el monarca acudía para cumplir con estos deberes.

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Las primeras divinidades fueron representadas sobre estandartes, posiblemente como símbolo del poblado que encabezaban, en pequeñas estatuas, cerámica, sellos o peines de marfil, entre otros. Los dioses comenzaron a adquirir cualidades humanas y tomaron para sí forma antropomorfa. Con las uniones de los poblados las divinidades se agruparon, formando una estructura similar a la humana, es decir, siguiendo el modelo familiar de padre, madre e hijo/a.

Para el culto a los dioses y los difuntos, los egipcios crearon toda una serie de escuelas religiosas donde oficiaban los sacerdotes. Generalmente estas escuelas estaban estructuradas jerárquicamente y en el caso de los grandes dioses del panteón tenían un Alto Clero, de número variable (de 1 a 4) que desempeñaba funciones directivas, y un numeroso Bajo Clero que se encargaba de las labores prácticas. Dentro de todos ellos existían personajes que desempeñaban ocupaciones específicas a veces muy especializadas[4].

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En esta cultura no existió un único cuerpo sacerdotal sino que cada dios local o estatal poseía el suyo propio compuesto por hombres y mujeres adscritos al culto de tal o cual dios. A ellos, vamos a designarlos a lo largo de este libro con las palabras «Profeta» y «Servidor». En el primer caso se trata del término que emplearon los griegos al hablar de las personas que estaban al servicio del dios, sin que eso implique que tuvieran el don de la profecía; en el segundo, es la traducción de dichos cargos, según la lengua jeroglífica. En el valle del Nilo las escuelas sacerdotales que tuvieron más influencia fueron las de Ra en Heliópolis, Ptah en Menfis y Amón en Tebas.

En el antiguo Egipto, nunca existió un clero ni una iglesia, mezquita o sinagoga tal y como la concebimos actualmente, en los cultos católico, musulmán o judío. Como politeístas que eran, carecían también de un único libro sagrado, como la Biblia, el Corán o la Tora. Las escuelas teológicas eran las encargadas de elaborar un compendio religioso que explicara la creación del mundo, de acuerdo con la teología de su dios, las costumbres religiosas, los ritos, etcétera. Por ello, a veces, estas teorías difieren las unas de las otras, aunque básicamente todas explicaban de un modo u otro el hecho de la creación, colocando a la cabeza a su dios local.

La idea de hacer apostolado entre el pueblo era algo que se apartaba también de las concepciones egipcias, de hecho, no tenía ningún sentido. Los templos eran lugares de acceso restringido donde sólo deambulaba la clase sacerdotal y los servicios que allí se llevaban a cabo se circunscribían únicamente a la divinidad, sin una participación activa del pueblo. Es decir, en sus dependencias se realizaban ritos sagrados y misteriosos de carácter exclusivo, que tenían como único fin complacer al dios o diosa, para que éstos se sintieran agradados y, en consecuencia, otorgaran a Egipto la protección, la tranquilidad, la paz y la estabilidad que necesitaba y deseaba. Por ello los actos litúrgicos más importantes se realizaban en el interior del santuario, mientras que las zonas exteriores eran solamente de acceso semi-restringido. Únicamente la burguesía podía acceder a las áreas más externas en las grandes fiestas y procesiones, por este motivo se le denominó «Patio de los Festivales».

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A causa de este sentir religioso, las salas y corredores se iban haciendo más angostos y oscuros a medida que se internaban hacia el lugar más sagrado del recinto, llamado tradicionalmente el naos. Podríamos decir que éste era el dormitorio de la divinidad, el objeto por el cual se había construido el santuario y precisamente por ello, estaba vedado a la mayor parte de los sacerdotes y, por supuesto, al pueblo. Sólo tenían acceso ciertos sacerdotes autorizados que acudían, a servir a su dios diariamente, por ejemplo, para cumplimentar el rito de despertarle, vestirle, perfumarle, adornarle y alimentarle como prescribía la regla.

Como ya hemos expuesto, el clero estaba estructurado en pirámide y en la cúspide de ésta se encontraba siempre el rey, jefe de todos los cleros que se desarrollaron en el Valle del Nilo. En teoría, él era el único facultado para oficiar ante todos los dioses y en todos los templos de Egipto, pero como el soberano no tenía el don de la ubicuidad, ocurría que no podía realizar los actos litúrgicos en todos los santuarios locales que se repartían por la geografía egipcia a la vez, delegando de esta forma en sus sacerdotes.

sacerdotes-sacerdote_tumba_roAl igual que el rey, la reina desempeñaba un importante papel religioso. Como su esposo, delegaba cuando no podía estar presente, en una Gran Sacerdotisa, que estaba asistida por todo un grupo de mujeres dedicadas a deleitar y servir al dios. Ellas desempeñaban básicamente labores tradicionalmente femeninas como la música y la danza, que en los rituales egipcios tenían una función primordial.

Por último, aclarar que la división histórica que aquí, como en otros ejemplares, vamos a emplear corresponde a la unión de dos sistemas de medición de procedencia dispar. Los «Reinos» (Antiguo, Medio y Nuevo) o los Períodos Intermedios, numerados por ordinales, son fruto de un acuerdo de los estudiosos del siglo que nos precede, para dividir la historia de algún modo. El término «Dinastía», es más antiguo. Corresponde a la forma de estructurar la sucesión de reyes de un sacerdote egipcio llamado Manetón, que escribió una historia de Egipto por orden de Ptolomeo II Filadelfo, que vivió en la tradicionalmente llamada «Dinastía Ptolemaica».

Desearía finalizar la introducción de este trabajo con las palabras con las que J. Assman finaliza su libro:

“…si hoy nos ocupamos del Antiguo Egipto, no es sólo por afición de arqueólogos, sino también por el interés de conocer nuestro propio pasado remoto, con el que nos sentimos vinculados por relaciones milenarias intensas, aunque con frecuencia ocultas. Y esta dimensión de nuestro interés por la vieja cultura de Egipto se la debemos al hecho de que ésta no sucumbió al terminar el Reino Nuevo”. (*)

(*) Jan Assmann, Egipto a la luz de una teoría pluralista de la cultura, Ediciones Akal, Madrid, 1995, pág. 66.

 

Las funciones sacerdotales

Horus favorece a quien está a su servicio en este lugar, porque ve el bien que se hace en él… que se guarde de entrar por esta puerta en estado impuro, porque el dios prefiere la pureza a millones de objetos preciosos. Lo que le sacia es Maat. No os presentéis en estado de pecado. No mintáis en su morada. No añadáis al peso y a la medida, antes disminuid en ellos. Vosotros que sois gente importante, no paséis sin invocarle, cuando estáis encargados de prestarle ofrendas o de alabarle dentro de su dominio. (*)

(*) Texto grabado en las jambas de la puerta de acceso al templo de Horus en Edfu.

 

Debido a la ya mencionada acumulación de títulos, es muy difícil hacer una división jerárquica de los diversos puestos que cubrían los sacerdotes del antiguo Egipto, ya que fue variable en función de la importancia y del tamaño del templo, amen de algunos cargos que aún hoy no podemos situar. Veamos algunos ejemplos: sabemos por el papiro Harris I, de época de Ramsés III, que, en este momento del Reino Nuevo, el templo de Amón en Karnak daba trabajo a una media de 81.322 personas, mientras que, por ejemplo, el templo de Anubis en el Fayum era llevado por tan solo 50 personas distribuidas entre 6 sacerdotes permanentes y cuatro grupos alternativos de 11 oficiales a tiempo parcial. Por otro lado, Kemp hizó el cálculo, en razón de la capacidad máxima de los almacenes de grano del Rameseo (Templo Funerario de Ramsés II, en Tebas Oeste) , de la cantidad de bocas que solamente este templo podía alimentar, llegando a la conclusión de que, podían dar sustento a un número comprendido entre las 17.000 y las 20.000 personas, o lo que es lo mismo, a unas 3.400 familias. Como vemos las diferencias son significativas.

Hombres, Sacerdotes y Dioses. Una introducción

El clero constituía una jerarquía organizada en pirámide en cuyo vértice se encontraba el rey, seguido del «Sumo Sacerdote», que, con nombres distintos según el santuario al que sirviera, ejercía la función de gobernar todo el templo y sus trabajadores, con atribuciones políticas y religiosas. El Sumo Sacerdote se asistía de un alto y un bajo clero que comenzaba su labor antes del amanecer, llegando incluso en ocasiones a actuar, en las puertas de los templos, a modo de jueces y mediante el oráculo, antes de que los problemas de los trabajadores llegaran a la justicia ordinaria sobre todo durante la Baja Época. Era deber de los sacerdotes, igualmente, juzgar las actuaciones contra los dioses o contra las encarnaciones animales de las divinidades en la tierra. Así el historiador de Helicarnaso, Herodoto, en su segundo libro de Historia nos menciona:

Y si alguien mata a uno de esos animales voluntariamente, sufre pena de muerte; en cambio, si lo hace involuntariamente, paga la multa que fijen los sacerdotes.

 

Indudablemente, en este fragmento, Heródoto está exagerando, quizá para dejar más patente la piedad del egipcio. De cualquier modo, estas penas posiblemente podían hacerse efectivas, en casos puntuales y cuando el animal eliminado fuera la encarnación del dios de la provincia o del nomo (divisiones administrativas).

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En los primeros períodos de la historia egipcia, el desarrollo del clero entregado a los dioses fue rápido, pero sin una influencia relevante fuera de las cuestiones religiosas y sin acumulación de grandes riquezas. Anotamos la presencia de algunos personajes de las Dinastías IV a VI que ostentaron solamente cargos sacerdotales relacionados con el culto de un dios, y a cuya cabeza se encontraba un individuo de alto rango, que ostentaba el título de «Jefe de los Secretos del Cielo». Como contraste, encontramos también personajes que combinan los cargos relacionados con el clero junto a títulos militares. Citemos algunos ejemplos: Nikaanj, un personaje de la Dinastía V, sirvió al gobierno y a la vez fue «Sumo Sacerdote» del Templo de Hathor en Tehneh. Este hombre, nombrado por Userkaf, se encargaba de recaudar los impuestosHombres, Sacerdotes y Dioses. Una introducción del templo, y su familia, compuesta por su mujer y sus 12 hijos, se ocupaba de servir en el santuario durante un período de un mes cada uno, sin distinción entre sexos. Ejemplos como estos vamos a encontrarlos a lo largo de toda la historia faraónica; cuando el clero aumenta su poder acapara cargos civiles. En lugares alejados del Valle del Nilo, es decir, en los Oasis, también tenemos ejemplos de este tipo.

Así pues, los servicios religiosos se complican y parece que se va creando una verdadera casta sacerdotal que crece en el Reino Medio, (aunque aún no acaparan posiciones de poder absoluto), y culmina en el Reino Nuevo. Momento en el que el dios Amón alcanza tal importancia que su clero se desarrolla con una rapidez sin precedentes. Básicamente nos vamos a centrar en este momento ya que es el más documentado, aunque hay que puntualizar que incluso la estratificación de este clero, varió a lo largo de la historia faraónica.

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