La lactancia en el antiguo Egipto – 4.9.- El parto como capítulo general en la historia del medio

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4.9.- El parto como capítulo general en la historia del medio.

El nacimiento de toda persona coronaba un momento de júbilo, pero también de inminentes peligros en una época en la que el control médico se sustituía por el azar, la confianza en los dioses, la latitud geográfica, la familia, siempre bajo la dependencia de unas condiciones sanitarias inadecuadas o paupérrimas. El parto es el momento cumbre de la vida biológica de la mujer, la consagración de la maternidad. Hoy en día, cuando los adelantos de la medicina han logrado desterrar la inseguridad y el pánico de perder su propia vida, la del hijo o la de ambos, el pavor de la parturienta huyó por fin en los laberintos del pasado.

Hoy se vive el acontecimiento del parto con el mismo respeto y desasosiego que entonces, pero más como un lejano recuerdo del temor residual, como un atavismo impreso en la memoria colectiva de la humanidad, pero con la esperanza puesta en el momento en que todo sucederá con éxito y prontitud, sin la incertidumbre o la tragedia vital que vivía la mujer en la antigüedad. El temor ante el avenimiento de un expulsivo complicado, y sus consecuencias dramáticas, cuando no se desarrollaba en unas condiciones de normalidad para la egipcia, despertaría aún mayor inquietud, tal vez terror.

Advertidos de las enormes limitaciones para presagiar el desastre de un mal parto y no habiendo los medios humanos para paliarlo, los egipcios acudieron al poder sobrenatural, a la magia de los amuletos, a las plegarias y, a la invocación de los dioses, sobre todo a los que se les reclamaba por su especial dedicación a la embarazada y al niño. Cabe la posibilidad de que, algunos de ellos, o sus madres, habían sufrido percances fatales según cuentan los relatos basados en su propia existencia mitológica.

La fe y el sentimiento religioso ayudarían a esperar un parto de menor riesgo, aunque si llegaba a ser peligroso se culpabilizaría a fuerzas sobrenaturales. Como hoy en día, seguro que el placebo[1] funcionaba en aquellas mentes crédulas y necesitadas de amparo. Mas siempre estaba a mano, el recurso de la buena y experimentada comadrona y la presencia cercana aunque alejada del escenario del parto del varón.

4.9.1.- El garante del parto: la experiencia de las parteras. Plegarias, amuletos y recitaciones.

Cómo es bien sabido la asistencia al parto no era responsabilidad del médico –no hay constancia del equivalente a un título de ginecólogo en el antiguo Egipto o de alguna profesión similar a la de un primitivo obstetra, si bien existió una pléyade de especialistas en otras materias dedicadas a la salud humana[2]. La atención en el asunto obstétrico era una función exclusiva de las propias mujeres y de la experiencia milenaria los médicos tuvieron que aprender mucho[3]. Se tiene noticia de dicha práctica en la misma Biblia cuando se citan a dos ilustres y prestigiosas comadronas (Séfora y Púa), sugiriendo que ambas podrían formar parte de una especie de colegio profesional o cofradía (Gen. 35:16 y 17; 38:28; Ex. 1:15-16)[4]. El relato bíblico en el que aparecen las expertas profesionales se refiere a aquel episodio en el que la potestad del faraón les conmina a delatar el nacimiento de los hijos varones de los hebreos. Pero ellas astutas y valientes le responderán: “las mujeres de los hebreos no son como las egipcias; ellas son vigorosas y paren antes de la llegada de las comadronas” (Éxodo, I, 15-21)[5]. Existen noticias, si uno se hace eco de los textos sagrados, de que las parteras hebreas gozaban de cierto prestigio profesional entre los egipcios[6].

En el viejo Egipto, las veteranas lugareñas avezadas en la atención de múltiples y azarosas asistencias, ayudaban y tranquilizaban al esposo el cual parece que no estaba presente en el nacimiento de su hijo en el pabellón del nacimiento[7], pues el lugar debió ser de recogimiento más que de exposición. Estas mujeres, al mismo tiempo, monopolizaron y guardaron la práctica obstétrica en el secreto de su precario conocimiento y aquella pareció ser la costumbre durante toda la antigüedad[8]. Es difícil llegar a saber si las comadronas recibían entrenamiento. La partera y sus ayudantes se hacían cargo del parto interpretando el modelo de actuación que las diosas Isis y Neftis ejecutaban durante la narración mitológica del papiro de Westcar: “Señoras mías, ved, se trata de la señora de la casa que está con los dolores y su parto es dificultoso”. Entonces ellas (las divinas comadronas) dijeron: “Permítenos verla pues nosotros sabemos ayudar al alumbramiento”…Entonces Isis se colocó delante de ella y Neftis tras ella[9]. Se suele decir que habían sido instruidas en centros acreditados como la “Casa de la vida de Sais” y que gozaba de gran prestigio[10]. No obstante, sería más prudente afirmar que la experiencia se comunicaba de mujer a mujer (a la manera egipcia) siendo la vía de saber más usada. Mas no todas las comadronas pasarían por el requisito docente, ni todas las mujeres en el tránsito al parto en un villorrio o en una aldea lejana gozarían de la fortuna de verse atendidas por una titulada.

¿La comadrona emprendía el aseo del recién nacido antes de que cortara el cordón umbilical una vez que acontecía el nacimiento y el alumbramiento? Se tendrá ocasión de volver sobre la cuestión[11]. Poco se sabe de los cuidados posteriores, de la desconexión del cordón y del aseo del cuerpo infantil, ¿se envolvería al niño en pañales como hacían las comadronas judías y como recuerda el profeta Ezequiel refiriéndose metafóricamente a las costumbres observadas en Jerusalén? El texto dice:

“Y cuando tú saliste a luz, en el día de tu nacimiento, no te cortaron el ombligo, ni te lavaron con agua saludable, ni usaron contigo la sal, ni fuiste envuelta en pañales.” (Ezequiel 16, 4)[12]

Se apercibe al lector sobre el detalle de esparcir o salpicar con sal la piel del niño. Sorano de Éfeso, aconsejaba la utilización de los dos elementos siguiendo la idea antigua de que juntos fortalecían su piel después de bañarlo en agua caliente. No hay motivos para contradecirlo. Otra variante era la combinación de sal (incluso natrón) y aceite de oliva por dos veces[13]. Sobre los pañales, el médico de origen griego afincado en la Roma Imperial, preconizaba el enfajado del cuerpo por medio de vendas, una costumbre de fuerte arraigo secular empleada para impedir que los frágiles miembros del niño se desencajasen[14].

En alguna ocasión se ha insinuado también que la profesión de partera era impura y que estaba formada por mujeres que vivían errantes, dedicadas a la danza y a las artes de la adivinación[15]. El asunto se toca en un conocido texto de Deir el-Medina (Las mujeres sabias), en el cual se relata que aquéllas practicaban el citado oficio tan alejado de la ortodoxia del conocimiento obstétrico. Y es que las divinas comadronas del papiro de Westcar eran también amigas del baile ¿Habría que preguntarse si antes de atender al más humilde de los partos, realizaban alguno de fertilidad, tal vez evocando aquellas otras que figuran en los vientres de las cerámicas nagadienses del predinástico egipcio?

Como en el antiguo Egipto, en el resto del mundo antiguo, solo la esperanza en un parto normal de una mujer sana y la experiencia de una buena comadrona evadían al niño y a la madre de la catástrofe. El tabú no se rompería hasta muchos siglos después. Hasta entonces, era muy difícil traspasar la frontera del escenario del nacimiento. Cuando surgían las temidas complicaciones pocas soluciones podría aportar la presencia del médico que no hubiera hecho la comadrona. En líneas generales, en nada se diferenciaba la estadística de mortalidad de la de cualquier época o latitud geográfica. Y hasta bien poco fue así pues hasta finales del siglo XIX los partos eran un acaecimiento azaroso por imprevisible[16].

4.9.2.- Espacios del parto conforme a espacios (exterior de las casas, terrazas, etc.), y utensilios de uso obstétrico: Peseshkaf, Ladrillos del parto, Silla obstétrica.

Según se deduce de las escasas representaciones del momento en la imaginería egipcia, la parturienta, recibía el hijo en postura genuflexa, apoyándose sobre los ladrillos del parto; pocas veces se la ve acostada sobre un lecho. Mucho se ha hablado de los espacios donde se obraba el milagro de la vida. Según los detalles que aportan los relatos míticos (como es el parto los hijos trillizos de Raddyedet) complementados con las descripciones murales de los templos, además de los óstraka, la parturienta cuando acusaba los signos y síntomas premonitorios se trasladaba al exterior de la casa (jardín, terraza), o a una especie de refugio cubierto y rodeado de plantas alusivas al momento que los textos denominan: el “pabellón del nacimiento”; sería el sitio donde permanecería hasta bien cumplido el tiempo de cuarentena o de aislamiento, hasta la espera del retorno a la vida familiar[17].

4.9.2.1.- Peseshkaf.

Se conoce con este nombre a un instrumento diseñado y empleado sólo para cortar el cordón umbilical, con forma semejante a una cola de pescado. Se conservan ejemplares desde el Reino Antiguo, más tarde se le dotó con una forma semejante a una azuela. La herramienta primitivamente estaba hecha de sílex y fue conocida como “Peseshkaf”[18].

Fue con toda probabilidad uno de los primeros artefactos quirúrgicos de la humanidad, el cual, con el tiempo adquirió una enorme carga simbólica en el mundo funerario que inauguraba en el niño el ingreso en el mundo y la autonomía de la madre. Por tanto, señalaba el momento de un nuevo nacimiento y la independencia hacia un renovado destino vital en el Más Allá para el difunto. El objeto significó un nuevo comienzo por el camino de la vida. La magia hacía que por medio de la manipulación del sacerdote funerario todo órgano que se tocara con él, el difunto se revitalizara con las mismas funciones vitales que tuviera en vida. Así pues, es frecuente ver en las escenas fúnebres como el oficiante, con sólo acercar el objeto a la boca de la momia “la abría” simbólicamente rehabilitándole con las facultades del habla y del comer[19].

Para procurar la restauración del equilibrio perdido, era frecuente que se proveyera a la parturienta del alimento necesario para su restablecimiento. El instrumento Peseshkaf de alguna forma simbolizaba la capacidad de recuperarse del desorden sobrevenido. Como ejemplo evocaremos una comunicación enviada por una persona anónima, quien enumera los cuidados que la parturienta recibía en el tránsito y la culminación del parto; en la citada misiva encontramos que la madre antes de pensar en su propio bienestar, con un gesto de generosidad pensó en darle el primer alimento a su niño: “Una sirvienta ha dado a luz y está alimentando al niño varón del escultor Neferrenpet” (O. Nelson 13). A los destinatarios de la carta se les urge a cuidarla, a darle alimentos y a cubrir sus necesidades, así como a entregarle madera y abundancia de agua, porque ella ha dado nacimiento al hijo del artesano, una práctica que seguía las normas usuales entre las madres con independencia de su “estado civil”, el cual dependería de la aceptación o del reconocimiento socio-familiar, como parece ser el caso en cuestión[20].

En el antiguo Egipto el pan o la torta de nacimiento que ingería la recién parida llevaba inherente una traducción similar. Los cuidados que se le propiciaban para restablecerla del desgaste tremendo durante el parto[21], se dieron y repitieron en diferentes culturas[22], aunque eso sí, desprovisto del contenido mágico-religioso que existió en el antiguo Egipto. Para ceñirse al entorno más próximo a la cultura occidental, en los prolegómenos del Renacimiento a las parturientas, en el ámbito privado de las habitaciones, los domésticos les proveían de platos suculentos y baños reconfortantes.

Así pues, el instrumento que habría el camino de la independencia del niño de la madre y que en el difunto servía para restaurar las funciones normales de la boca, perturbadas y, trastocadas por la muerte, anunciaba el camino de la nutrición con la leche materna. En cierta medida, con la sección del cordón umbilical, el cuchillo, como paradoja de vida, reinstauraba un nuevo vínculo que comporta mucha similitud con el del difunto renacido, quien como nuevo lactante necesitaba de la leche materna de las diosas nutricias.

4.9.2.2.- Los ladrillos del parto.

Se ha conjeturado mucho sobre el servicio y utilidad de los “ladrillos del parto”, de su explícita naturaleza mágica. Una de las cuestiones debatidas era si servirían de apoyo físico a la mujer, o bien el lugar donde el recién sería depositado el primer día de su vida a modo de cuna como así lo describían algunas traducciones. Si se entiende por válida la primera opción, los ladrillos, servirían de punto de apoyo sobre el que afianzar el esfuerzo de la prensa abdominal en el momento álgido de la expulsión, al fin de sincronizar el esfuerzo con el ritmo respiratorio. Sería el antecedente de la futura silla obstétrica aunque menos sofisticado.

Son muchas las evidencias encontradas en las culturas más próximas geográficamente[23] en las que las mujeres hacían uso de piedras durante el parto. Existen referencias y alusiones afirmando que los objetos cumplían el propósito de recibir al niño en su nacimiento, encontrándose en los siguientes testimonios[24]:

“Esta (fórmula) debe de ser pronunciada por el lector de los libros santos, sobre dos ladrillos sobre los cuales (está sentada la mujer que pare)”…Que él eche (grasa) de pájaro e incienso al fuego. El que conjura, que sea adornado de una envoltura de la tela más fina que esté en su mano… (Ber. 5, 8-6, 8)

«Mirad bajo la piedra, si es un niño, matadlo.» (Éxodo, I, 16)[25]

Se dice del dios Thot: “Ha fijado la duración de la vida y lleva la cuenta de los años y ordena el destino de cada hombre sobre su piedra.[26]

O también cuando el faraón le dice a las comadronas: “Cuando vosotras asistáis a las mujeres de los hebreos y cuando veáis sobre los asientos…” ¿Eran aquellos apoyos los mismos ladrillos de parto que recogerían al niño después de su nacimiento? Es posible que así fuera, porque el pasaje bíblico narra, el momento en que el pueblo hebreo estaba residiendo en Egipto, siendo previsible que las famosas comadronas adoptaran la costumbre de atenderlo a la manera egipcia. Se ha pensado incluso que el número de ladrillos fueran tres tal y como se ve en el signo hierático donde con claridad la mujer adopta la postura sentada sobre los talones a la espera del momento[27], o como se observa igualmente en el signo bilítero (F31)[28] (“msi”) al cual se le adjudica el significado de “dar a luz o de poner en el mundo a un niño”, siendo la razón, por la que se le ve acompañando al ideograma de la mujer pariendo[29]. Como segunda posibilidad, cabría decir que en principio, y dejando aparte los simbolismos, no parecería muy considerado utilizarlos como el lecho más adecuado durante la recepción del niño[30].

Sin embargo, el dilema sigue abierto a la especulación. Fuere el que fuere su utilidad, en el ambiente funerario aquellas sencillas piezas de adobe simbolizaron el renacer del difunto a una nueva vida, siendo colocados por esta razón en la cámara fúnebre y orientándolos hacia los cuatro puntos cardinales. Y es que además, representaban a la misma diosa Mesjenet[31] protectora del parto por antonomasia. En recientes fechas se ha descubierto un ejemplar de estos ladrillos decorado en las seis caras (único en su tipo), al sur de la ciudad de Abidos. Las ilustraciones de los objetos inanimados que se ven sobre sus caras son las mismas que con frecuencia aparecen en los bastones apotropaicos: cuchillos, bumeranes o bastones con animales fantásticos y animados; diosas protectoras, como Beset; seres reales y fabulosos, tales como cobras; babuinos; leones; leopardos; grifos y bestias imposibles de reconocer etc., que protegían a la madre y al niño, haciendo sinergia con los encantamientos especiales destinados para tal situación, y a la vez que servían para realzar la importancia de combatir cualquier influencia nefasta que los pudiera atacar[32].

4.9.2.3.- Hipótesis sobre las sillas del parto.

A la actualidad han llegado objetos que pudieran destinarse a mejorar la postura obstétrica de la mujer. Así pues, en una tumba (253)[33] de el-Gurna cuyo primitivo dueño fue el escriba Jnumose, (“Contador de grano en el granero de Amón”), se encontró una silla de madera que con las consabidas reservas pudiera haberse confeccionado para sostén de la mujer en el parto, tal y como creen algunos[34]. Sin embargo, debido a que las posturas obstétricas y las propias de la expulsión fecal son similares, también se ha interpretado como un asiento-letrina[35].

En el Museo etnográfico de El Cairo hay un modelo muchísimo más moderno (época musulmana), de madera, plegable, al fin de hacerlo transportable en el viaje, es de acabado más elegante que el ejemplar anterior pero sin que por ello pierda su solidez, presenta una amplia escotadura semicircular en el asiento para permitir el deslizamiento del niño, y para la espalda una pequeña balaustrada en el respaldo de elegante diseño; con toda garantía se reconoció como destinataria para la función de silla del parto[36].

4.9.3.- El alumbramiento.

Si el nacimiento del niño era transcendental tampoco lo era menos el momento de la expulsión de la placenta, porque sin ella el parto todavía no habría de darse por finalizado. Es por tanto importante que el alumbramiento se realizara con presteza y decisión. Y es que el destino provisional de la placenta era el suelo o el lecho de ladrillos cubierto de tela que había servido durante el parto. A ella, siendo un ser dotado de vida, seguramente le placerían los aromas y sustancias agradables que se empleaban para acelerar la expulsión, al igual que a su compañera de funciones nutritivas (la matriz):

“Remedio para hacer que descienda la placenta[37] de una mujer a su lugar natural: serrín de pino. (…) Espolvorear el ladrillo cubierto de tela. Deberás hacer que ella se sienta sobre él” (Ebers 789; 98, 18-20)[38]

En un encantamiento el dios sol Ra convoca a su emisario el enano divino Bes[39]. Ante cuyo pronunciamiento la placenta se vería impelida a descender del vientre materno con total diligencia[40]. Pero lo que la impulsaba a obedecer ya no es debido al aroma de la conífera, sino que esta vez es gracias a la fuerza de la palabra mágica y a la invocación del nombre de los personajes divinos:

“¡Desciende, desciende, placenta, desciende! Yo soy Horus quien conjura para que el nacimiento vaya mejor de lo que era, como si ella ya hubiera parido… ¡Mira, que Hathor pone su mano en ella con un amuleto de salud! Yo soy Horus quien la salva.Esto será recitado cuatro veces[41].

4.9.3.1.- La placenta y la leche materna: fundamentos de una prueba de viabilidad neonatal.

La placenta como elemento sanguíneo junto con la misma sangre, constituyeron en el ánimo y en el conocimiento del egipcio un protagonismo esencial para la formación del ser humano “embriológicamente” hablando. El concepto es fundamental a la hora de comprender la “embriología a la egipcia” y la razón de ser para conocer su participación en cierta pruebas de viabilidad vital para el nacido[42]. Del antiguo Egipto aún permanecen entre el campesinado actual antiguas tradiciones y prácticas. Algunas de ellas, le reservaban el mismo significado que el de un niño muerto, tan cierto es que los “fellahin” la denominaban con el sobrenombre de el-walad-el-tani (“el otro o el segundo hijo”). Sin duda no hubo forma más abreviada ni más afortunada de sugerir una virtud tan espiritual.

En los primeros tiempos de la historia egipcia a los príncipes se les preservaba el cordón umbilical y la placenta momificados, que eran llevados en procesión en algunas de las ceremonias relacionadas con la monarquía. Hay testimonios preclaros y antiguos de un culto a la placenta real, escenificados en los estandartes o enseñas como los que se observan en la conocidísima paleta de Narmer[43]. Aquélla y el cordón umbilical estuvieron intuitivamente relacionados por el hombre egipcio en general y por el médico en particular como algo muy vital. El órgano fetal sirvió de prueba de viabilidad neonatal, porque remarcaba el vínculo nutritivo anterior al nacimiento con la leche de mujer, ayudando a resolver la duda existencial del pequeño según su capacidad de aceptación o repulsa de ambos elementos de la nutrición[44].

Al infante se le daba a aceptar, aunque tal vez más apropiado sería a tolerar, la combinación de los elementos sanguíneos (la placenta y la leche materna), pues durante la gestación fundamentaron la materia orgánica y se combinaron para formar su carne[45]. Y como aquella mezcla era parte de su propia esencia (y al fin y al cabo de su corporeidad), al haber sido protagonistas de su formación intrauterina, si el pequeño la repudiaba o la vomitaba, era evidente que renunciaba a su propia vida. La ratificación de la prueba de supervivencia se observa en los papiros médicos de Ramesseum IV (17-24) y de Ebers 839 (97, 14-15), que se refieren a este particular[46]:

“Un medio que se hace al niño en el día de su nacimiento. Un pequeño trozo de su placenta… triturarla en la leche y dársela a beber. Si vomita, morirá; si (traga), vivirá.” (Ram. IV C, 17-24)[47]

4.9.3.2.- El porqué del ingrediente placentario en el recetario médico.

Además fue un ingrediente principal del recetario médico, aunque más afortunado sería su uso en pócimas con fines cosméticos. La coquetería y el deseo de aparentar o de mejorar el paso de la edad, tan querido de las culturas evolucionadas, cundió entre aquellas gentes amantes del bienestar, y poseedoras de un alto concepto de sí mismos. Pese a que en el antiguo Egipto siempre existió el recurso de la peluca, un aditamento para las gentes elegantes y de alta categoría social, la alopecia fue motivo de disgusto entre los varones y las mujeres de todas las épocas[48]. Por ello los egipcios idearon ciertos remedios que se hacían imprescindibles cuando el tiempo y la genética devastaban el cuero cabelludo, demandándose la creación de remedios basados en la fuerza germinal de la placenta. Por motivos diferentes el hombre a pesar de recorrer caminos distintos, y de poseer mentalidades tan dispares e incluso opuestas, ha llegado a conclusiones idénticas, de manera que si el antiguo egipcio la usó como símbolo de germinación, el científico actual, lo hace para uso farmacológico. Aquél se basó en la magia, pese a que tal vez al principio a la intuición siguió la experiencia. Si tenía pujanza para mantener la vida intrauterina, su aplicación aportaba con fundamento el retorno del cabello o al menos su fortalecimiento. Pero es particularmente curioso que alcanzaran la misma conclusión: la placenta servía para fines cosméticos, tal y como se refleja, por ejemplo, en el Ebers 453 (65; 10-12)[49]:

“Otra (medicamento) para impedir que se desarrolle la sustancia[50] que hace devastar los cabellos: placenta de gata; huevo de pájaro-gabgu; grasa/aceite; ungüento-iber. (Esto) será cocido, después de prensado, colocar sobre la cabeza del hombre.”

En el texto se reconoce cómo en la dolencia que originaba la calvicie residía un ente patológico, aunque conviene esclarecer el hecho de que el remedio incluía al órgano placentario y no al útero del felino, apercibiéndose de que ambos órganos usaban el mismo sobrenombre Mut en remet (“La Madre del hombre”) pues de lo contrario el autor de la receta se toparía con las conciencias protectoras que tenían al animal por sagrado[51]. En otra receta similar (Ebers 460; 65, 20-22)[52] se emplea además la sangre de la vulva de perra entre los ingredientes. Como se tuvo la ocasión de comentar, tanto la placenta de cualquier origen, como la sangre (Grapow la homologa con la menstrual) eran entidades de gran poder terapéutico. Parece ser el argumento más admitido para los que están más conformes con otorgarle, en disputa con la matriz, el mentado título, en contraposición con aquellos que se apoyan en argumentos de tipo semántico[53].

4.9.4.- La importancia del médico en el parto según las fuentes papirológicas.

Por paradójico que sea, se ha venido aceptando que los papiros médicos relataban las complicaciones habidas durante o después del parto, aunque no se entretuvieron a la hora de divulgar las normas de una buena obstetricia. Se ha asumido por tradición que en el antiguo Egipto ni siquiera era de la incumbencia directa del médico, y por tanto, él poco o nada podía hacer ni debía decir. Una costumbre que fue aceptada y asumida por la generalidad de los pueblos y de las épocas y que se mantuvo en firme hasta los comienzos de la disciplina como especialidad médica[54].

A pesar de la aceptación de este hábito generalizado, contaminado de una aparente pusilanimidad por la atención del momento expulsivo, tras de la lectura atenta de los papiros médicos que atienden los temas obstétricos, se verá como el verdadero interés del asunto se enfocó por aquéllos de manera muy distinta. Aunque la atención de la parturienta incumbía a las parteras expertas, hay algunos indicios que ayudarían a desterrar en parte este tópico. Por tanto, ¿sería plausible que se reclamara la participación del médico aun transcurriendo el acontecimiento con normalidad[55], o por el contrario, siempre y cuando los problemas lo demandasen?, pese a que para aquellas mujeres expuestas a una parturición cargada de vicisitudes, el galeno más avezado aportaría tan pocas soluciones como esperanzas.

Hay datos bien elocuentes en los papiros médicos que destacan de forma preferente el interés del médico sobre el particular. Tanto es así, que en los citados de Ebers (797-807) y Ramesseum IV (28-29)[56] se alude con preocupación al discurrir del nacimiento y a otras patologías obstétricas más frecuentes[57]. Ambos, aportan noticias a favor de un cierto compromiso y atención muy especial de la medicina egipcia hacia el cuidado de la mujer y el neonato en ese momento tan azaroso, un contrapunto sobresaliente con escasos precedentes en las culturas antiguas contemporáneas.

Sin embargo, la sorpresa es mayor cuando en los textos médicos se narran situaciones de partos descritos como rutinarios[58]. Es evidente entonces que el tabú sagrado e inalterable de que el responsable (tradicionalmente un hombre) no podría irrumpir en el oficio de la partera, en el escenario sacrosanto de la expulsión del feto y sus anexos del vientre materno, podría alterarse sin menoscabo de la honra profesional de aquélla, y tal vez, sin que mediasen razones acuciantes que lo reclamase. El galeno egipcio mostró un cierto grado de interés, al menos literario, al mostrar su opinión sobre la cuestión, lejos de desentenderse del todo de la labor de la comadrona.

Algunos papiros describen fórmulas específicas destinadas a su atención[59], aunque desgraciadamente con expresiones no carentes de ambigüedad. Sin embargo, parece que no repararan en precisar si les interesaba más el hecho de acelerar el momento o bien de provocar un aborto[60], o facilitar el alumbramiento al ritmo que se produjera. Debemos tener en cuenta las limitaciones impuestas en gran medida por el estado fragmentario e inconexo de la información que nos ha legado el antiguo Egipto en esta materia[61].

El interés por proteger a la parturienta y al hijo se concretó en una serie de fórmulas entre las que cabe reseñar las que se encontraron en los Papiros de Ebers (797-807) y Mágico de Leiden (I 348)[62], donde hay una sección dedicada a los encantamientos para acelerar el parto y para prevenir sus peligros. El remedio prescrito es aplicado por diferentes vías, desde la cutánea en el vientre, la vaginal, o a través de la vía oral[63]:

“Otro (remedio) para favorecer el nacimiento de un niño que se encuentra en el interior del cuerpo de una mujer: sal marina, 1; trigo almidonado blanco, 1; junco hembra (¿?), 1. Untar el bajo vientre con eso.” (Ebers 800; 94, 14-15)[64]

Parece que había mucho hincapié en aumentar la velocidad del nacimiento cuando se presentía una precipitación en el ritmo natural de los acontecimientos. El motivo pudiera deberse a promover la dinámica uterina en el momento en el que el feto empezaba a presentarse por el canal del parto…

Notas

[1]Macedo, Farré y Baños, 2003, 337-342.

[2]Sobre las diversas especialidades médicas en el Egipto faraónico y de los cargos administrativos consultar: Jonckheere, 1951, 237 y 268; también del mismo autor en: Les Médecins de l´Égypte Pharaonique, 1958.

[3]Strouhal, 1977, 287-292.

      Ahora la mayoría de los partos se atienden en el ambiente hospitalario, pero cuando los médicos tenían que asistirlos en el medio rural eran las parteras, experimentadas veteranas, las que traían los niños al mundo, sólo el bisoño galeno entraba en acción ordenando la evacuación de la parturienta al hospital más próximo cuando las cosas se complicaban. La atención obstétrica por las mismas mujeres fue una constante que se mantuvo en muchas culturas y en épocas distintas. En una escena recogida en “Assemblies Maqamat” del siglo XII (1122 d. C., Baghdag), se ve una mujer pariendo desnuda apoyada en dos que la asisten. No hay ningún médico. En muchos temas de salud, en especial sobre el parto, las parturientas consultaban a sus congéneres (Pormann y Savage-Smith, 2007,107,fig. 3.3).

[4]Ben Itzjak, 1999, 95, “Parashat Shemot-Sección Shemot”: 1:1-15; Dumont, 1990, 145-153; Nueva Biblia de Jerusalén, 1999, 47, ”Nacimiento de Benjamín y muerte de Raquel”: Partieron de Betel y, cuando aún faltaba un trecho hasta Efratá, Raquel tuvo un mal parto. Estando en medio de los dolores del parto. Le dijo la comadrona: “Ánimo, que también este es chico.” Entonces ella al exhalar el alma cuando moría, le llamó Ben Oní; pero su padre le llamó Benjamín (Génesis 35:16-17).

[5]El relato tal como viene referido en la Nueva Biblia de Jerusalén, “Tiranía de los egipcios”, 1999, 66, merece completarse: Además el rey de Egipto dijo a las parteras de las hebreas, una de las cuales se llamaba Sifrá, y la otra Puá (en la versión se emplean otros nombres): “Cuando asistáis a las hebreas fijaos bien: si es niño matadlo; si es niña, que viva.” Pero las comadronas temían a Dios, y no hicieron lo que les había mandado el rey de Egipto, sino que dejaban con vida a los niños. El rey de Egipto llamó a las comadronas y les dijo: “¿Por qué habéis hecho esto y dejáis con vida a los niños?” Respondieron las comadronas al faraón: “Es que las mujeres hebreas no son como las egipcias; son más robustas, y antes de que llegue la comadrona, ya han dado a luz”.

[6]Harer, El-Dawakhly, 1989, 960; Ghalioungui, 1975, 159-164.

[7]Es el término adecuado y no el que se emplea de manera inapropiada sustituyéndolo por la acepción de alumbramiento. Este último se refiere al momento cuando se expulsa la placenta (Diccionario Espasa Medicina, 1999, 51).

[8]Haeger, 1993, 55, “El nacimiento de la medicina occidental: Las primeras enfermeras”. Igualmente, en el mundo helénico, las únicas mujeres aceptadas en el crucial momento eran las “omphalotamai” que eran las encargadas de cortar el cordón umbilical. La intervención en el parto era una tarea ajena a la medicina, de lo cual se encargaban las parientes y vecinas viejas.

[9]Lefebvre, 2003, 105, “Cuentos del papiro de Westcar. Anexo al cuarto cuento: el nacimiento de los reyes de la dinastía V”.

[10]Strouhal, 1977, 287-292.

[11]Rand, 1970, 207-212; Morton, 1995, 180-186.

[12]Nueva Biblia de Jerusalén, 1999, 1211, “Historia simbólica de Jerusalén”: Cuando naciste, el día en que viniste al mundo, no se te cortó el cordón, no se te lavó con agua para limpiarte, no se te frotó con sal, ni se te envolvió en pañales. Ningún ojo se apiadó de ti para brindarte alguno de estos menesteres, por compasión a ti.

[13]Kottek, 1994, 670-671.

[14]Arribas, 1997, 41.

[15]Janssen y Janssen, 1990, 6, “Pregnancy and Birth”.

[16]Roberts y Manchester, 17, 1997, “Population Numbers and Agriculture”: Una mejora cualitativa y cuantitativa en el consumo de proteínas alargó el ciclo reproductivo de la mujer, acortando los intervalos entre nacimientos; ambos factores hicieron que el número de hijos se incrementara. Sin embargo, no ha de olvidarse que los partos frecuentes aumentan el estrés materno porque fueron peligrosos en el pasado. Estas circunstancias, actuaron en contra del crecimiento poblacional por aumento de la mortalidad femenina durante su ciclo reproductivo.

[17]Strouhal, 1992, 16; Watterson, 1998, 91-92.

[18]Harer, 1994, 1053-1055.

[19]Janot, 2000, 210-212, 216; Harer, 1994, 1053-1055.

[20]Toivari-Viitala, 2001, 179, “Pregnancy and giving birth”.

[21]En Grandet, 2003, 124-126, se comenta la traducción de un óstrakon (Inv. 1069): Lista de bienes donados en la ocasión de un parto. En los comentarios anexos a la traducción del mismo, se referencia un listado de alimentos que se le entrega a la recién parida y una fiesta como celebración final del tiempo de purificación.

[22]Toivari-Viitala, 2001, 179.

[23]En algunos casos contemporáneas de la egipcia (hebrea, persa…).

[24]Leca, 1988, 68, “Magie, religion, médicine”.

[25]Nueva Biblia de Jerusalén, 1999, 66, “Israel en Egipto”.

[26]Ghalioungui, 1983, 140, “L´accouchement”, La Médicine des Pharaons.

[27]Véase el signo B4 en el libro de Gardiner, 1999. Son muy pocas las representaciones en las que se ve a la mujer pariendo en otra postura, sin embargo, hay una escena en Kanawati y Hassan, 1997, 51, lám. 20, en la que se aprecia una parturienta adoptando otra diferente. Es como si el momento le hubiera sobrevenido insospechadamente. Aunque los autores no hacen en el texto ninguna alusión al parto el perfil abdominal de la mujer es muy sospechoso de preñez.

[28]Gardiner, 1999, 465: tres colas de zorro unidas.

[29]Pillet, 1952, 77-104:lactancia-4.9-01; Faulkner, [1972]1999, 155: El mismo significado que aporta la expresión: rdi r tA(dar nacimiento).

[30]Lefebvre, 2003, 106. Posteriormente, la acepción fuera más simbólica que real, si se hace caso de la historia del triple parto (Papiro de Westcar): (…) Ellas lo lavaron, después de que hubiera sido cortado su cordón umbilical y que hubiera sido colocado sobre un poyete de ladrillos.

[31] Castel, 2001, 266. Precisamente el nombre de la diosa significa “El lugar donde uno se postra”; es decir, sobre los ladrillos que se utilizaban en el parto sobre los que se apoyaba la parturienta.

[32]Wegner, 2002, 3-4.

[33]Porter y Moss, 1994, I, 337-338.

[34]Pillet, 1952, fig 8; Porter y Moss, 1994, I, 337-338, ”253 Khnemmosi”, escriba, contador del grano en el granero de Amón”; Museo de El Cairo (56353). Es de madera burdamente tallada configurando un rectángulo sostenido por cuatro piezas robustas que conectan dos a dos las patas por dos travesaños más finos. Está pintada de blanco y mide alrededor de 44 cm. de longitud y 30 cm. de alto. Atribuir al objeto la función de letrina puede ser un tanto arriesgado. Se cree con más verosimilitud que se trate de una silla obstétrica con la que el dueño de la tumba deseó perdurar algún recuerdo. O también el deseo mejor intencionado de propiciar su renacer en el Más Allá.

[35]Pillet, 1952, 77-104.

[36]Pillet, 1952, 77-104.

      En el Museo de Gayer Anderson (anteriormente una noble y antigua mansión de la ciudad de El Cairo) el visitante encontrará en lo que antes era una habitación destinada a paritorio, una importante colección de sillas (de época musulmana) para el parto con una descripción similar.

[37]Algunas versiones intercambian la traducción en sustitución de la matriz (Bednarski, 2000, 14).

[38]Bardinet, 1995, 444; Westendorf, 1999, vol. 2, 680.

[39]Janssen y Janssen, 1990, 9.

[40]Leca, 1988, 333-334; Bardinet, 1995, 444-446; Westendorf, 1999, vol. 2, 681-683; Nunn, 1997, 194. En los siguientes párrafos del papiro de Ebers (789, 797, 798, 799, 800, 801, 802, 803, 804, 805, 806, 807; fórmula mágica Ramesseum IVC, 25-28 y 28-29) se aconsejaban diversos remedios para acelerar el periodo expulsivo placentario, del niño, o de ambos, lo que denotaba un notable interés en ese momento tan crucial.

[41]Plegaria encontrada en Janssen y Janssen, 1990, 9.

[42]Bardinet, 1995, 139-153, “Théories égyptiennes sur la génération et le développement du corps”.

[43]La estela (JE 32169) del faraón está en el Museo de El Cairo (Abd el Halim, 1978, 3, 1).

[44]Strouhal, 1977, 287-292.

[45]Además la placenta es un órgano que pertenece al niño según el egipcio.

[46]Bardinet, 1995, 451; Westendorf, 1999, vol. 2, 688 y del mismo autor en el vol. 1, 435.

[47]Es un fragmento del Reino Medio que se encuentra en: Lexa, 1925, I, 73; donde se hace alusión al mismo.

[48]Aun hoy en día lo sigue siendo cuando ninguna solución se ha convertido en la panacea universal de los “crecepelos”, para disgusto de los más exigentes.

[49]Bardinet, 1995, 317; Westendorf, 1999, vol. 2, 627.

[50]O quién sabe si bajo este apelativo se escondía el agente que propiciaba una infección similar a la Tiña, siendo una infección por hongos de la piel y anejos cutáneos que provoca pérdida patológica del cabello.

[51]Heródoto, [1989]2009, II, 175, LXV: ¡Triste del egipcio que mate a propósito alguna de estas bestias! No paga la pena de otro modo que con la cabeza; mas si lo hiciere por descuido, satisface la multa con que le condenan los sacerdotes.

[52]Bardinet, 1995, 317; Westendorf, 1999, vol. 2, 628.

[53]Ghalioungui, 1983, 130, La Médicine des Pharaons. En alemán a la placenta se la denomina: “Mutterkuchen”

[54]Nunn, 1997, 194, “Problems after birth”.

[55]Aun cuando todo discurriese según lo esperado, ¿quizá al menos quedaría expectante en un segundo plano y a la espera de los acontencimientos? Siempre pendiente del reclamo de la comadrona.

[56]En el papiro se combina el tratamiento específico (farmacológico) con una fórmula mágica con el propósito de favorecer el mecanismo del parto. Sucede otro tanto en otra prescripción (Ramesseum IVC, 25-28). Puede completarse la información en Bardinet, 1995, 446; y en Westendorf, 1999, vol. 2, para los párrafos de Ebers 800 a 807 (Bardinet, 1995, 682-683), Ebers 823 (Bardinet, 1995, 686), Ebers 797 a 799 (Bardinet, 1995, 681 y 682). Véase también en Lefebvre, 1956, 107.

[57]Bardinet, 1995, 445-446.

[58]Parecería más racional que la cuantía de los remedios fuera más numerosa para los casos que fueran complejos. Pero en mi opinión, a ellos les interesaban más los remedios que regulasen y acelerasen el tiempo del parto al fin de garantizar la viabilidad del natalicio que sucedía sin trastornos, dándose por perdidos e irrecuperables los partos desgraciados. Cabe asegurar en consecuencia, un sentido práctico ante lo previsible cuando la mortalidad perinatal del niño y de la madre era tan alta. Hay un número nada despreciable de remedios para que una mujer traiga un niño al mundo; por ejemplo, dice el P. Ebers 797 (94, 10-11): Otro remedio para hacer que una mujer para: (Plantas)-niaia, se hará que la mujer se siente desnuda sobre ellas (Lefebvre, 1956, 106; Westendorf, 1999, vol. 2, 681; Bardinet, 1995, 445).

[59]Algunas son tan curiosas como aquella que ayuda a hacer un pronóstico de la dinámica del parto por medio de un pequeño pellizco en el vientre de la embarazada, justo por encima de donde debería estar el feto. Bardinet, 1995, 442 y Westendorf, 1999, vol. 1, 434: Si la huella se borra parirá normalmente (Kahun 29; 3, 19-20). O aquella otra (Kahun 33; 3, 25-26), que se preocupa de que la mujer durante el esfuerzo del parto no se haga daño en las mandíbulas: (…) habas. (esto) será machacado con (…) (y colocado) entre sus dos caninos en el momento en que ella para. (Este es) un medio de echar las sustancias-”tiau”. Verdaderamente eficaz, un millón de veces. (Bardinet, 1995, 443, “Autour de l´accouchement”).

[60]Véase la imprecisión y la ambigüedad que apenas resiste el análisis del intérprete más agudo, en el siguiente caso donde la vía de introducción es la vaginal. Bardinet, 1995, 445-446; Westendorf, 1999, vol. 2, 682 : “Otro (remedio) para hacer descender todo lo que se encuentra en el interior del cuerpo de una mujer.” (Ebers 798; 94, 11-13).

                Quizá el escriba no había tenido el menor interés en aclarar si lo que estaba dentro de la madre era un niño deseado o no. Aunque cabría otra interpretación, con la expulsión de “todo” el contenido en el vientre materno se advertía de lo que comprendía el feto, la placenta y los anejos placentarios. Sería la versión más aceptable, que por otra parte, es la que se sustenta: Leca, 1988, 333.

                Más esclarecedoras son otras fórmulas cuyo encabezamiento revela la intención de su uso: Remedio para hacer descender la placenta de una mujer a su lugar natural (Ebers 789, 98, 18-20). Sobre el particular puede consultarse en Bardinet, 1995, 444 y en Westendorf, 1999, vol. 2, 680.

[61]Cuando no también a errores de interpretación.

[62]Lexa, 1925, II, 61-62, (Les Papyrus Magiques de Leide, X, I348 verso/XI2-8): “Autre formule d´Eset pour l´accélération de l´accouchement”.

[63]Nunn, 1997, tabla 9.1, 195. Según parece las vías de entrada de los productos era triple (oral; vaginal, óvolos; y cutánea). Las sustancias que se aplicaban eran múltiples y abigarradas (resinas, jugo de dátiles, sales de diversas geografías, aceites y grasas). Conviene decir que a través del tubo digestivo entraban materiales de sabor agradable: miel, sales minerales, vino, jugo de dátiles, aceites o grasas, etc. Entretanto, por la vaginal se introducían frutos, bayas de enebro, planta-niaia, resina de abeto, cebolla, y algo tan poco sugerente y atractivo como los excrementos de mosca. La piel abdominal, admitía otras sustancias (previo vendaje), algunas de las cuales estaban incluidas en la enumeración anterior, sin embargo, otras eran bien peculiares como ciertas partes de una tortuga, coleópteros, trigo blanco, aceite de pino, etc.

[64]Bardinet, 1995, 445-446; Westendorf, 1999, vol. 2, 682.

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