La lactancia en el antiguo Egipto – 4.7.- De la importancia del menstruo y de la leche en la vida intra y extrauterina.

Índice del libro

4.7.- De la importancia del menstruo y de la leche en la vida intra y extrauterina.

Como se ha visto en un apartado anterior la sangre de la mujer poseía unas cualidades extraordinarias. No se podía decir menos de una sustancia que interpretaba una función de creación tan activa en la formación del individuo en el útero materno. La sangre menstrual que a la mujer fértil le venía con perioricidad y que le faltaba cuando quedaba preñada, se asumía como “algo” imprescindible para el feto, y por tanto no debía perderse porque éste la necesitaba para su formación y sustento[1]. Los egipcios nunca ignoraron la relación, cómo ya quedó constancia, de los ciclos prolongados de amenorrea con el embarazo durante el tiempo de fertilidad femenina. De ahí, entonces las virtudes excepcionales atribuidas a la sangre catamenial.

4.7.1.- El poder “mágico” de la sangre menstrual en el antiguo Egipto.

La menstruación tenía con el Nilo dos sobresalientes aspectos que ambos compartían: la regularidad y la relación con la fertilidad. Ambas circunstancias se identificaban y se inmiscuían en el mito religioso[2]. De la menstruación también se hacen eco desde antiguo los papiros médicos narrando con especial atención algunas anomalías. Precisamente en ellos se hallan cuatro referencias; al respecto, el papiro de Edwin Smith (20, 13) relata: “Si tú examinas a una mujer con dolor en su estómago y su período menstrual no viene…”[3]; y el papiro de Ebers 832 alude a situaciones parecidas: “Si tú examinas a una mujer que experimenta dolor en un único lado de su región pubiana, tú debes decir sobre eso, son sus menstruaciones que no son normales”; también el papiro Ebers 833[4], describe el caso de una mujer que le ha cesado el flujo menstrual a causa de la edad menopáusica: “Si tú examinas a una mujer con muchos años y sus menstruaciones ya no vienen…”. Finalmente en el Ebers 808bis (95, 1-3) se comenta en un remedio para evitar que las mamas caigan[5]: “Humedecerlas con sangre de una mujer cuya menstruación haya comenzado…”

Durante el tiempo de la menstruación, según consta en referencias halladas en las famosas “listas de lavanderos” (Deir el-Medina), las mujeres ocultaban la sangre menstrual en la intimidad con lienzos que eran lavados por lavanderos profesionales[6]. En dichas listas y gracias a ellas, es posible seguir el registro casa por casa de la ropa interior usada por sus habitantes. En los óstraka la ropa aparecía dibujada con trazos sencillos y urgentes, por medio de los cuales se servían a modo de etiquetas para identificar a los propietarios.

En muchas culturas el período catamenial era un tabú para los hombres, momento durante el que habrían de apartarse del contacto con los menstruos[7]. A modo de ejemplo se cita la profunda aversión que los varones de una tribu indígena de Nueva Guinea (los Sambia) sentían para no verse contaminados o debilitados[8]. En el antiguo Egipto, cabe preguntarse si existió al menos una postura menos radical, como consecuencia de un principio de sobrevaloración de las virtudes germinales[9]. Parece que los egipcios tuvieron un prejuicio al menos superable menor al que acuciaba a los pueblos orientales. El judío, por exponer un caso de vecindad cultural en cierta época del periodo faraónico, encontraba muchos inconvenientes durante la convivencia en el momento menstrual, siendo un tiempo de impureza que había que limpiar:

“El flujo sanguíneo entraña un estado de impureza de 7 días (o más) y cualquiera que tocara a la mujer durante las reglas será impuro hasta el anochecer, como lo es su cama y los objetos que toca”[10].

Más intolerante y drástica era la actitud del hombre que pernoctara con una mujer durante el “período”:

“Si un hombre se acuesta con una mujer que tiene su indisposición y descubre su desnudez, si descubre su flujo y si ella descubre el flujo de su sangre, ellos serán excluidos de su gente”[11].

En la “Sátiras de los Oficios”[12] cuando el escriba le enumera a su hijo, los inconvenientes de cada oficio, explicándole las peculiaridades y particularidades de cada uno, mientras se encaminan hacia el lugar de estudio, es el de lavandero uno de los más humildes ejemplos. ¿Y lo sería más por la humillación de la contaminación sanguínea que por la impureza del trabajo? (¿es un tabú, realmente?). No obstante, obsérvese que profundizando en el discurso de la narración, mientras el padre habla al muchacho del oficio del lavandero, le deja entrever una actitud menos condescendiente y más de prevención de lo que al principio se supondría ante el hecho de estar en contacto con el menstruo:

No hay parte limpia, mientras se coloca a sí mismo entre las faldas de una mujer en menstruación”[13].

Se encontró recientemente un óstrakon hierático en Deir el-Medina (OIM 13512)[14] donde se cita como ocho mujeres de la aldea iban a un lugar concreto y alejado cuando tenían el período (“el lugar de las mujeres”) sin que se sepa con seguridad qué tipo de mujeres, cuándo, y en qué situaciones acudían a ese emplazamiento concreto. Sin embargo la información es muy fragmentaria y ambigua y en el modo de aparición del término que indicaba que ese lugar es diferente en cada época.

Existen además curiosas alusiones de ausencias laborales en los hombres a causa de la regla de la esposa o de la hija. Entonces cabe preguntarse: ¿por qué la sangre menstrual no era impura para un gremio de lavanderos y sí lo era para el resto? Y si fuera así, ¿qué sentido tendría marginar a la mujer durante la regla a un lugar concreto de la casa o de la comunidad, tal vez un lugar específico de purificación?[15]¿Era razón suficiente la menstruación para que el familiar varón abandonase el centro de trabajo cada vez que un miembro femenino estuviese de periodo? Siguiendo este razonamiento el absentismo laboral habría de ser relativamente alto, lo que redundaría en el decaimiento del ritmo de las obras encomendadas a los trabajadores de las tumbas regias.

Año 9, cuarto mes de la inundación, día 13: el día cuando 8 mujeres salieron al lugar de las mujeres (“s.t Hm.wt”) mientras estaban menstruando. Marcharon tan lejos como atrás de la casa que… los tres muros.”

Parece plausible que habría un lugar más apropiado para cobijar o atender con más cuidado aquellos casos en los que hubiere trastornos patológicos (abortos)[16] o para aquellos estados extremos, muchos menos infrecuentes que la menstruación, cuando las mujeres se veían obligadas a abandonar sus labores diarias. En tales circunstancias, sí tendría sentido tener un lugar de purificación como medio de recuperación a la normalidad. Sería algo parecido a restablecerse de ese desequilibrio, un espacio reservado para después del parto. Según este supuesto, tendría más causa y razón de ser que el varón se ausentara de la faena por un acontecimiento desacostumbrado tan grave como invalidante de la esposa, que por un suceso tan banal (fisiológico) como la menstruación. Pareciera probable que entre un número de indispuestas, las más quejosas, por una dismenorrea, o aún más, por un aborto espontáneo o provocado[17], se recogieran en algún lugar de retiro hasta su restablecimiento. Es decir, que su aislamiento sería sólo a causa de una situación grave que precisara de la presencia o de los cuidados de los allegados.

El acontecimiento, fuere cual fuere la causa, congregaba a los familiares varones más próximos de la mujer hacia el lugar, llevándole para su mejoría bienes o alimentos para su pronta recuperación, tal y como se refleja en las listas de ausencia en el trabajo (Deir el-Medina)[18]; siendo un incidente de cierta transcendencia que merecía quedar por escrito en los anales de la ciudadela y no sólo por llevar a rajatabla el registro del absentismo en la labor diaria de los trabajadores. Es la misma exigencia que un empresario moderno pide a su empleado, ante un abandono reiterado al trabajo, por tener que acompañar a su esposa a un centro hospitalario.

A pesar de las virtudes inherentes a la sangre menstrual de conseguir la fertilidad o de estimular la regeneración, después de su aplicación como ingrediente de sanación, se le exigían unos efectos antagónicos de inhibición. En el papiro de Hearst 156 se tiene la oportunidad de ver expuesta la costumbre de emplear sangre menstrual de perra como depilatorio. Quizá con el uso de sangre que no fuera de mujer se esperaba el resultado opuesto. Al menos, en este caso era la fertilidad frente la esterilidad, la creación en oposición a la destrucción; dando rienda suelta a ambos principios tan extremos, vinculados por el detalle común de la sangre catamenial. De ahí por qué la dualidad semántica contenida en un mismo principio vital (o farmacológico) era tan querida y estimada por la mentalidad egipcia:

“(Otro) Remedio: sangre de vulva de perra. Deberá aplicarse sobre las pilosidades.” (Papiro de Hearst 156)[19]

Pero aun siendo una aplicación menor, los antiguos egipcios le atribuyeron virtudes excepcionales de índole mucho mayor, un destino más enjundioso. Potencia que también se le otorgaba a la sangre procedente de los órganos genitales de las hembras no humanas. Por eso no debe extrañar que sirviera de ingrediente terapéutico para aplicarse en áreas a las que se les deseaba dotar de su poder germinal. Esta propiedad de reconstitución consustancial con la sangre se practicó para impedir nada menos que: ¡un aborto! Ebell, uno de los primeros pioneros en la traducción de los papiros médicos a una lengua moderna, creyó descifrar con corrección la receta que aseguraba la bienaventuranza en un embarazo cuando sobre él se cernían los signos del fracaso[20]:

“Untando con la sangre menstrual, en su comienzo, su vientre y sus muslos, el aborto no sucederá.” (Versión de Ebell)

En una explicación del mismo texto, actualmente interpretada como más aceptada[21], se le presume una finalidad bien distinta, si bien es cierto que más frívola (Versión de Grapow):

«Remedio para impedir que caigan las extremidades de las mamas:[22] Untarlas con la sangre de una mujer cuyas menstruaciones acaban de aparecer, y frotar con ella su vientre y sus muslos…». (Ebers 808bis, 95, 1-3)[23]

En esta ocasión la sangre catamenial no servía para resolver una afección mamaria “per se”, aunque el médico egipcio interpretara la causa de la afección como si fuera determinada por un ente patógeno, sino que se trataba de resolver una ¡Ptosis mamaria!, y por tanto un problema habitual en el aspecto estético que tanta preocupación provocaba tanto entonces como hoy a la mujer. A continuación, el remedio se cierra con la salida del anonimato del ente patológico el cual se cita, pese que y hasta ahora se mantenía indescifrable: La sustancia-gesu (en las mamas) no podrá manifestarse. Es el agente culpable contra el que se usaba el remedio y que provocaba la decadencia de la tersura glandular.

Los médicos árabes, y de entre ellos su más destacado y afamado representante, Avicena (Canon, lib. III), aconsejaba untar las mamas con la sangre de los genitales de un cerdo macho, ¡nada más y nada menos! Con el mismo objeto y parecidos consejos se recoge en la literatura del saber popular arábigo (Demiry, en “El Gran libro de los animales”):

“… Y si tú deseas que las mamas de una muchacha se mantengan levantadas y no caigan, toma la sangre menstrual de la muchacha al comienzo de su periodo y con ella unta sus pezones…esto es maravilloso y un secreto probado.”[24]

Otro texto árabe continúa con el uso del remedio menstrual para el tratamiento de enfermedades oculares (enrojecimientos, leucoma): “Si la sangre menstrual de una muchacha, virgen o no, se mezcla con vino añejo y se unta en los ojos de una persona con leucoma, se cura.” Prácticas similares son moneda corriente entre los beduinos del Monte Sinaí, que utilizan la sangre procedente del menstruo o de un aborto para curar la esterilidad de la mujer[25].

Fuera cual fuera la versión más aceptable (Ebell o Grapow), lo que en verdad debiera suscitar el interés del lector, es que ambas interpretaciones retrataban con fidelidad la preponderancia de la sangre menstrual en la fisiología animal-humana, así como en la práctica medicinal.

La sangre para el egipcio era consustancial con la fertilidad y la nutrición, indispensables para la vida. El feto, obviamente, precisaba y demandaba de este alimento vital. Si durante el ciclo catamenial la mujer en edad fértil eliminaba el menstruo con periodicidad y duración casi constante, (cuando la mujer se embarazaba), la sangre menstrual no se desaprovechaba. Los largos ciclos amenorreicos de una mujer fértil se conocían porque estaban muy relacionados con una buena evolución del embarazo. Por fuerza el niño necesitaba de la sangre y de la placenta, y en tanto que ambos elementos son sanguíneos por naturaleza, eran imprescindibles para su formación y evolución. Con el repudio de aquellos elementos vitales el niño intrauterino predeterminaba la naturaleza de su propia endeblez; la sangre que salía inesperadamente por la vagina de la madre durante el embarazo, era el signo ominoso de un aborto en marcha.

4.7.2.- Sinonimias sangre menstrual-leche.

La sinonimia entre la leche y el menstruo en el antiguo Egipto participaba de un denominador común: la nutrición[26]. Un rasgo que se basaba en un principio de idéntica correspondencia y equivalencia. Se perseguía con la analogía la viabilidad y la pervivencia del producto de la concepción en formación. Por lo cual, a pesar de que la confusión suscitada por la traducción del párrafo de Ebers 808 no deja de ser anecdótica y superficial, no carece de interés la polémica surgida entre los autores involucrados[27], porque en sustancia, aportan la misma visión: una comunión de fines existentes entre la leche y la sangre, pues la sangre y la placenta[28] son alimentos para la vida intrauterina. De ahí se infiere que la leche materna es una síntesis y una trasmutación de ambas, siendo el alimento básico posterior en la vida extrauterina del niño nacido.

4.7.3.-Sobre la influencia de la sangre menstrual y de la leche en el pensamiento grecorromano y posteriormente.

La relación de significados entre la leche y la sangre menstrual[29] no se comprende sin una conexión física que ligara ambos principios de vida, de los dos órganos que se unen según la creencia médica de la época: la glándula mamaria y la matriz[30]. De otra forma, no se entendería con facilidad la “conversión”[31] entre sangre-leche sin un sustento y un nexo anatómico que lo lleve a cabo. La suposición de una ligazón física y sanguínea entre el útero y las mamas, se revela y se asienta en los textos hipocráticos[32]:

“La leche es semejante a los menstruos cuando llega el octavo mes y los nutrientes van a las mamas.” [33](Aforismos V, 118)

“Si las mamas de una mujer embarazada súbitamente se secan, abortará.” (Aforismos V, 37)[34]

“Si la leche fluye de las mamas de una mujer embarazada, es una señal de que el feto será débil.”[35](Aforismos V, 52)

Dichas teorías que vagabundearon hasta al siglo XVIII francés[36], obtuvieron por entonces una saludable vigencia: “La madre tras haberle alimentado con su sangre durante el período de la gestación, le alimentaba con su leche, que se consideraba sangre blanqueada.” Y de aquí, se comprenderán mejor las raíces de aquellos principios que afloraron en la medicina arábiga y que se consolidaron y perpetuaron en las nociones del médico árabe Avicena[37]:

“la sangre menstrual de la embarazada se distribuía en tres partes; la que va a nutrir al cuerpo, la que sube a las mamas, y la tercera, la que se guarda para ser evacuada en el puerperio.

Los médicos hindúes no se alejaron ni siquiera un ápice de estas nociones:

“La sangre, parada en su descenso por el feto, asciende; una parte se acumula para la formación de la placenta; el resto, asciende aún más hasta las mamas. Esta es la razón por la que las mamas de las mujeres en cinta aumentan.”[38]

Por supuesto que, orientaciones muy precisas sobre el grado de plenitud de la mama en la preñez, y sobre todo del aspecto vascular de la misma, ya se registraban en los papiros médicos de Kahun 26 y Berlín 196. Que los antiguos egipcios usaran el color y la turgencia mamaria para pronosticar el éxito de un embarazo, es el fruto de una larga experiencia milenaria como observadores de la realidad física humana, debiéndose al triunfo personal de su desconocido autor, un mérito compartido con quienes participaron en la ardua tareade siglos.

Los enunciados son principios fisiológicos de la maternidad. La transustanciación (sangre-leche, leche-sangre) sería inexplicable sin el conocimiento de las relaciones entre las mamas y el útero. Galeno[39] advertía de una mutua reciprocidad de vínculos anatómicos, bases para una comprensión de los enlaces entre los dos órganos – quizá en ellos resida la primitiva descripción de los vasos epigástricos inferiores- y de la metamorfosis implícita consecuente entre lo sanguíneo y lo lácteo:

Puesto que la naturaleza ha preparado a las dos partes (mamas y útero) para desempeñar un servicio en una única ocupación, las ha reunido por muchos vasos… que van a la mama, por arterias y venas que bajan al hipocondrio y a todo el hipogastrio, y después a los vasos que salen de las partes inferiores y cuyas venas alcanzan el útero.”[40]

Si en la cita se describe el lazo vascular anatómico entre los diferentes partes concernientes, en la que viene a continuación, se comenta la finalidad, la razón y el propósito. Se confirma que las mamas son la meta final del alimento del niño después del nacimiento. Luego el fin de la sangre una vez que el niño esté formado y nacido, era desviarse y conducirse por la red vascular hacia las mamas que convertida en leche continuaba con la nutrición del lactante:

“De todas las partes sólo una necesita conectarse por vasos siempre que un embrión está en formación y creciendo en el útero; sólo puede ser provisto de nutrientes de todas partes de las venas comunes, para que cuando el niño haya nacido, todos aquéllos fluyan a las mamas.”[41]

Como resultado de aquellos axiomas se estableció un bagaje a mitad de camino entre el tópico y la ciencia que fueron difíciles de desterrar de la medicina. Aun así, el peso de la autoridad doctrinal de los autores comentados, gozaría de inestimable e indiscutido prestigio hasta el advenimiento de la medicina del Renacimiento. Es preciso decir que uno de estos aforismos fue de gran valor predictivo para la viabilidad del embarazo, según se desprende de la lectura de la cita aludida: “El feto es débil si las mamas secretan leche”. Se fundamentaba en el modo en que él gozaba de la fuerza, de la vitalidad necesaria, para atraer hacia sí todos los nutrientes durante el embarazo. Se sobreentiende que se alude a un embarazo avanzado, como ya se ha dicho con anterioridad, cuando la mama ya está preparada para iniciar la secreción láctea. Galeno sigue diciendo[42]: “A causa de la debilidad fetal hay un exceso de sangre en las venas y porque aquel es incapaz de atraerla para alimentarse, va a las mamas”[43]. En consonancia con estas teorías Celso aconsejaba tratar los menstruos abundantes con la aplicación de ventosas en los senos, de este modo copiaba la teoría de Hipócrates (Aforismo V, 50), que decía[44]: Si tú quieres detener las reglas de una mujer, aplica sobre los senos, una ventosa tan grande como sea posible.”

Y a propósito los textos árabes posteriormente, indican:

Desde que la criatura ha sido nutrida con la sangre menstrual (en el útero), necesita un alimento cuya naturaleza sea lo más próxima posible a la sangre menstrual.”[45]

En ambos casos, la medicina egipcia y sus herederas la grecorromana y medieval, adolecieron de la conveniencia de revisar, recensar, y corregir, los conocimientos antiguos y sustituirlos por los nuevos, un gran inconveniente para el progreso de la investigación médica[46]. No es de extrañar que con aquellos antecedentes históricos en el mundo medieval triunfaran teorías en las que se unían la materia, el alimento y la carne con la mujer. Y que los biólogos de entonces creyeran que la sangre materna nutría el niño dentro del útero y, más tarde transmutada en leche, lo alimentaba extraútero[47].

Redundando en aquellos preceptos, un cirujano del siglo XIV escribió que la leche era “sangre dos veces preparada” y algunos anatomistas sostuvieron que el útero y el pecho estaban interconectados por un vaso sanguíneo[48]. En su libro “Healths Improvement” creía que la leche mamaria era el producto de una conversión, un “ultrafiltrado” (“superfluity”) de la sangre[49]. La sangre era el fluido básico del cuerpo de la mujer preñada, e igualmente el soporte vital del organismo en formación. La teoría médica en aquel tiempo sostenía que la efusión hemorrágica purgaba a aquellos que habían estado en contacto con ella. La ambigüedad o la ambivalencia interpretativa del valor simbólico del menstruo no deja de ser un hecho notable, por un lado como soporte vital y por otro, como elemento contaminante, cuando aquel (el menstruo) sale de su cometido o del propósito atribuido. Aunque la sangre menstrual, en ciertas épocas y culturas (independientemente del propósito vital) fuera un tabú, tenía en realidad una altísima función que desempeñar[50].

Las ideas reseñadas tuvieron un sonoro eco en las concepciones de la génesis de la leche desde la sangre de la mujer embarazada. Baste con citar algún estudio erudito, santo y seña del pensamiento filosófico en el marco histórico de la España del siglo XVII, para certificar con claridad como coinciden de manera literal con las de los siglos anteriores. Fray Luis de Granada(Introducción del Símbolo de la Fe)[51] se refiere en breves párrafos sobre la conveniencia, la razón de la lactancia y sobre el origen de la leche materna. A su través, es fácil seguir la pista desde aquellos conceptos primitivos que pasaron por los tránsitos culturales, que los tamizaron y los hicieron llegar hasta los albores de nuestro mundo. El citado autor, después de hablarnos de las características del vello femenino y masculino, se detiene en la siguiente descripción:

(…) Mas en los pechos de las mujeres, demás de éste defensivo, puso dos fuentes de leche para criar los hijos que naciesen. Y puso dos porque cuando acaeciese parir dos, hubiese ración para entrambos (…)

(…) Y es cosa de admiración que la sangre que iba a sustentar el niño cuando iba cuando estaba en las entrañas de su madre, acude luego como si tuviera juicio y discreción, a estos dos pechos, hecha ya de sangre leche, que es manjar suavísimo y delicadísimo, cocido ya en los pechos de la madre, y proporcionado delicado del niño recién nacido, el cual se mantiene ya por la boca, habiéndose antes mantenido por el ombliguillo.

Se destacan las bondades de la leche materna, dando una pincelada primitiva y embriológica sobre su origen, así como la ingeniosa previsión del Creador por diseñar un par de mamas ante un posible parto gemelar.

Notas

[1]Bardinet, 1995, 152, “Théories égyptiennes sur la génération”: Se destaca la importancia de la sangre (a quien se la compara con la yema del huevo), en la formación del esperma en hueso y de la leche materna en carne. También los griegos sostenían la teoría muy extendida entre los antiguos de que el embrión se formaba como resultado de la coagulación de la sangre menstrual (Tratados Hipocráticos, 2003, VIII, 263, nota nº 10); cuestión que también encontramos en la Reproducción de los Animales de Arist., 1994, I, 109, 727b30: Entonces está claro que la hembra aporta a la reproducción la materia, que esto se encuentra en la sustancia de las menstruaciones, y que las menstruaciones son un residuo. Sin embargo, el pensamiento contrasta con las teorías esbozadas por él mismo en otro de sus tratados, en el que opinaba que las menstruaciones de la mujer eran una forma inacabada e imperfecta del esperma, puesto que la mujer era de naturaleza fría y húmeda, carente del calor seco del macho, cuyo esperma sería un producto más perfecto y finalizado y como tal una sustancia más pura. Dicho lo cual, la leche sería el resultado intermedio del calor mínimo que la mujer era capaz de aportar en relación con su naturaleza (Héritier-Augé, 1992, III, 281-299, “El esperma y la sangre”; Arist., 1994, I, 726b5-10).

[2]Es una cuestión muy introducida en el pensamiento del hombre antiguo, la asociación entre el cese periódico de la menstruación en la mujer gestante casi desde el comienzo del embarazo y el aprovechamiento de la misma sangre menstrual para el alimento y la madurez fetal: “Cuando la mujer está embarazada no sufre por el cese de las menstruaciones ya que la sangre, al no fluir cada mes, no sufre alteración alguna; por el contrario, fluye cada día hacia la matriz tranquilamente, poco a poco y sin esfuerzo, y lo que está dentro de la matriz crece. La sangre fluye cada día y no una vez al mes porque el embrión en la matriz la arrastra continuamente del cuerpo, según la fuerza que tenga (Tratados Hipocráticos, “Sobre la naturaleza del niño”, 2003, VIII, 263 y 264, 15).

[3]Bardinet, 1995, 520.

[4]Bardinet, 1995, 450.

[5]Bardinet, 1995, 447: Se trata de una cita que, si bien alejada del contexto fisiopatológico, indica la importancia regeneradora y terapéutica que se le concedía a la sangre menstrual como fundamento para atacar a un agente perturbador de la salud mamaria.

[6]Mc Dowell, “Laundry”, 1999, 59-61, figs. 9 y 10: (Tumba de Ipuy 217).

[7]Nueva Biblia de Jerusalén, 1999, 1436, “Curación de una hemorroísa”. Nunca sabremos si fue ese mismo prejuicio, el que sirvió a Jesús para detectar a la mujer que padecía de hemorragias crónicas abundantes, según se refiere en el Evangelio de San Lucas (7,43-49): Entonces, una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía doce años, y que no había podido ser curada por nadie, se acercó por detrás y tocó la orla de su manto; y al punto, se le paró el flujo de sangre. Jesús dijo: “Quién me ha tocado?” Como todos lo negaban, dijo Pedro: “Maestro, las gentes te aprietan y te oprimen”. Pero Jesús dijo: “Alguien me ha tocado, porque he sentido una fuerza que ha salido de mí”.

[8]Knauft, 1990, 222; Héritier-Augé, 1992, III, 287, “Mujeres ancianas”: Entre los baruya de Nueva Guinea existía una cabaña menstrual.

[9]Como se está comprobando esta potencialidad germinal de la menstruación se traspasó al conocimiento posterior. No sería desacertado considerar que la sangre menstrual sería el semen en la mujer, el cual, se complementaba con el del varón en la formación del niño. Gordon, Schwabe, 2004, 29, nota 151, anclándose en el conocimiento egipcio, comparan también la leche de la mujer con el semen. Una opinión nada descabellada por cuanto ambos participan de la misma naturaleza física: son elementos sanguíneos. En el mismo sentido se explica Aristóteles, Reproducción de los animales, 1994, II, (739b, 25): “Y el semen se encuentra en la misma situación con respecto a la sustancia de las menstruaciones, pues la naturaleza de la leche y de las reglas es la misma.” Dándole el mismo sentido germinal, que se da en el “Relato de los Hermanos”, cuando la sangre de uno de ellos, Bata, transformada en la esquirla de dos perseas que el faraón mandara cortar, entra en la garganta de la inductora de su muerte, la favorita real, quedando embarazada (Lefebvre, 2003, 164, 18.1-18.5).

[10]Levítico, 15. 28-29: Nueva Biblia de Jerusalén, 1999, 131; Rodríguez Carmona, 2001, 458, “Fe y praxis del judaísmo”: Los tabúes sexuales están relacionados con la sangre. Por una parte, la de la mujer en el ciclo menstrual (Lev 18,19), que la hace impura y, en general, la inhabilita para el culto dentro del templo, lugar santo.

[11]Nueva Biblia de Jerusalén, 1999, 131: Levítico, 15. 28-29.

[12]Wilfong, 1999, 431-432; Serrano Delgado, 1993, 222, “La Sátira de los oficios (dinastía XII)”.

[13]Nueva Biblia de Jerusalén, 1999, 130, “Impurezas sexuales: de la mujer”. La misma o similar aprensión se recoge también en el Levítico, 15.21: Quien toque su lecho lavará los vestidos, se bañará y quedará impuro, y todo aquello sobre lo que se siente quedará impuro.

[14]Wilfong, 1999, 431-432.

[15]Green, 2001-2002, 54-59; Spieser, 2007, 25, “De l´embryon humain à l´embryon divin en Égypte encienne”, L´embryon humain à travers l´histoire: Parece ser que la sangre que no servía para la formación del embrión (menstrual), tenía la consideración de impura. De ahí la razón del abandono de la mujer que estaba de regla a un lugar apartado, y este estado de impureza podía contaminar al resto de la comunidad.

[16]Muchos de los desarreglos menstruales se confundirían con entidades patológicas, por su frecuencia, duración y, en definitiva, por su semiología después de lapsos amenorreicos o dismenorreas; ejemplos de ellos hay en el papiro ginecológico de Kahun y en el de Edwin-Smith (Bardinet, 1995, 520). Sin embargo, cabe la sospecha de que eran embarazos interrumpidos durante el primer trimestre de la gestación.

[17]Una posible descripción sobre el aborto se puede ver en el Kahun 20: (…) (La mujer cuyo hijo ha sido) roto con el remedio para quedar encinta después de que… (Bardinet, 1995, 441)

[18]Wilfong, 1999, 424; Grandet, 2003, IX, 70-71: “Fragment de journal et de registre d´absence (Inv. 1926)”,se relata cómo con el periodo de “Purificación” después del parto de una esposa o una hija se justificaba la falta de trabajo del varón (Deir el-Medina).

[19]Bardinet, 1995, 395, «Recettes capillaires et soins cosmétiques (Papiro de Hearst 144 à 159)».

[20]Androutsos, Marketos, 1994, 715-725; Ghalioungui, 1983, 128, «La gynécologie: Le sang génital», La Médicine des Pharaons. En en el papiro de Ebers 460 (65, 20-22) se emplea también la sangre menstrual para un tratamiento cosmético: Remedio para echar la sustancia que destruye (los cabellos): pezuña de asno, cocida; (sangre de) vulva de perra…

[21]Lefebvre, 1956, 101, nota 1: Juzga la versión de audaz y excesiva, suponiendo que el error de Ebell se deba a las dificultades lexicográficas del texto que con toda probabilidad está alterado.

[22]En la versión original del papiro Ebers 808 que traduce Grapow, dice: (…) que no permita que ambas mamas caigan.

[23]Bardinet, 1995, 447, “Seins douloureux, allaitements et pronostics”.

[24]Ghalioungui, 1973, 106-107; y del mismo autor en: La Médicine des Pharaons, 1983, 129.

[25]Ghalioungui, 1973, 107.

[26]Los sacerdotes egipcios opinaban que la leche materna era la principal fuente nutricional de los llamados “tejidos blancos”, que cómo es sabido son aquellos que comprenden el tejido de sostén del organismo. A aquélla se la consideraba un análogo del semen (Gordon, Schwabe, 2004, 169, “Egyptian Biomedical Science: Theories and implications. Functions of Organs”).

[27]Al menos para lo que se está comentando.

[28]El médico representante de la escuela de Alejandría, Proxagoras de Cos (III a C.), fue quien empleó por primera vez el término cotiledón aplicándolo a las vellosidades de la placenta (Bouchet, 1998, 26, “Anatomie et Antiquité”).

[29]“Está claro, entonces, que la leche tiene la misma naturaleza que la secreción de la que forma cada animal. (…) Esta materia es el líquido sanguíneo en los animales con sangre.” (Arist., 1994, IV, 777a, 5).

[30]Tratados Hipocráticos, 2003, VIII, 287, “Sobre la naturaleza del niño”: Como prueba de aquel enlace, en la medicina griega estaba muy implantada la idea de que una mujer con reglas abundantes daría mejor alimentación en el momento de la gestación: “(…) Y las que tienen reglas escasas, proporcionan también escaso alimento al feto al final del embarazo, cuando ya el niño es robusto, haciendo que se mueva y que salga antes de los diez meses, ya que poca sangre fluye de la madre.”

[31]La idea de que la sangre nutre y forma el embrión es muy antigua.

[32]Arist., 1992, VII, 391, 30, Investigación sobre los animales, recuerda la cita:”Pero después del embarazo y pasado el período indicado, no hay normalmente reglas, sino que el flujo va hacia los senos y se convierte en leche. Al principio la leche que aparece en las mamas se presenta en pequeña cantidad y en delgados filamentos”. El mismo autor en Reproducción de los animales, 1994, (279-280, IV, 10-15), se expresaba en términos similares: En circunstancias normales, las hembras en periodo de lactancia no tienen menstruaciones ni tampoco pueden concebir: y si conciben, la leche cesa porque la naturaleza de la leche y la de las menstruaciones es la misma.

[33]Ghalioungui, 1973, 106. Una versión similar se lee en Tratados Hipocráticos, 1988, IV, 88, 27-28, “Enfermedades de las mujeres”: En el caso de aquellas embarazadas a las que en el séptimo u octavo mes repentinamente, el volumen de las mamas y el vientre les disminuye, los pechos se les secan y la leche no aparece, se puede decir que el niño está muerto o que si vive, es débil. En el de aquellas embarazadas a las que les viene la regla se produce aborto, si los menstruos son abundantes y de mal olor. Puede ser que el niño sea de naturaleza enfermiza.

[34] Ghalioungui, 1973, 106.

[35] Ghalioungui, 1973, 106. En los Tratados Hipocráticos, 2003, VIII, 274, 286-287, 21, 30, “Sobre la naturaleza del niño”, se da una versión más explícita: “Cuando el embrión se mueve (y por consiguiente goza de salud) entonces también aparece la leche en la madre; los pechos crecen y las mamas se llenan, pero la leche no fluye. En las mujeres de carne densa, la leche aparece y fluye más tarde, y en las de carne débil antes. De igual manera el feto sano, robusto ávido y necesitado de la leche materna, deseoso del alimento lácteo, se mueve para romper las membranas que lo rodean para salir al exterior.

[36]Gélis, 1989, III, 311 y 313, “La individualización del niño, formas de privatización”.

[37]Canon de la Medicina: Lib. III, en Ghalioungui, 1973, (106 y 107) y en Ghalioungui, 1983, (129), La Médicine des Pharaons.

[38]Ghalioungui, 1983, 129, La Médicine des Pharaons.

[39]Las cuales el médico de Pérgamo (II dC.), estudia en su obra: Los procedimientos anatómicos, libro XII, (Gal., 2002, 30-31).

[40]Ghalioungui, 1973, 106-107.

[41]Ghalioungui, 1973, 106 y 107.

[42]Ghalioungui, 1973, 106 y 107.

[43]Ghalioungui, 1973, 106 y 107.

[44]Ghalioungui, 1973, 106 y 107.

[45]Ghalioungui, 1973, 106 y 107.

[46] Conviene recordar que la práctica de sacrificios rituales de animales en el mundo griego planteó muy escasos avances en el conocimiento de la medicina comparada. El auténtico mojón lo plantaron anatomistas de la talla de Herófilo y sus discípulos (Los Herofilianos) y otros de la escuela empírica de la Alejandría ptolemaica, más entretenidos en la experiencia fruto de la observación que en la búsqueda de lo causal (Nunn, 1997, 208).

[47]Bynum, 1990, I, 189.

[48]Bynum, 1990, I, 189: Uno de los textos árabes más frecuentemente utilizado por los médicos occidentales sostenía: Desde que la criatura ha sido nutrida con la sangre menstrual (en el útero), necesita un alimento cuya naturaleza sea lo más próxima posible a la sangre menstrual, y la sustancia que tiene esa cualidad es la leche, porque la leche se forma a partir de la sangre menstrual.

[49]Wickes, 1953, 151-158.

[50]Bynum, 1990, I, 189: (…) No es de extrañar que a los procesos fisiológicos de las mujeres se les diera un significado religioso…, y, pese a todo, también milagros como en el caso de lactancias de vírgenes…;   Neddham, 1959, 37-74, A history of Embryology.

[51]Fray Luis de Granada, 1989, 469-470, “De la conveniencia de las otras partes exteriores de nuestro cuerpo”.

Índice del libro

No se admiten más comentarios