Nacho Ares – Abril de 2003
Departamento de Antigüedades Egipcias del Museo Británico de Londres.
Entrevista realizada en abril de 2003 en el Museo Británico.
Los últimos cambios realizados en el Museo Británico de Londres han trasformado de forma radical el aspecto interior de este museo centenario guardando y respetando los principios que durante el XIX y el XX lo han convertido en uno de los puntos de referencia obligados de los investigadores del mundo de la Antigüedad.
Las remodelaciones llevadas a cabo en los últimos años dentro del edificio del Museo Británico han resuelto de una forma espectacular el Gran Patio Central del museo. Gracias a los donativos de los visitantes la entrada sigue siendo totalmente gratuita al igual que el realizar fotografías en su interior (incluso con flash y trípode) o grabar con vídeo. Todo un ejemplo de modernidad y equilibrio del que seguramente tendrían que aprender mucho otros grandes museos.
Inmediatamente después de atravesar la puerta de acceso al interior, el visitante se encuentra con un espacio diáfano circular. Rodeado de tiendas en las que se pueden encontrar los productos más variados desde caramelos helenísticos hasta las reproducciones de antigüedades más sorprendentes, se encuentra el edificio de la biblioteca. Todo ello, sustentado por una enorme techumbre de cristal y metal, da un nuevo aire de modernidad a este edificio emblemático para todos aquellos atraídos por el mundo de la arqueología.
Alan Jeffrey Spencer trabaja en el Departamento de Antigüedades Egipcias del Museo Británico. Es autor de varias obras entre las que hay que destacar Death in Ancient Egypt (Penguin, London 1982) o varios volúmenes del catálogo general de antigüedades egipcias del museo. Spencer estudió esta disciplina en la Universidad de Liverpool donde se doctoró en 1975. Él mismo se sigue sorprendiendo de la decisión que tomó hace casi tres décadas. “Cuando estaba en el colegio —nos relata Spencer— tenía muchas asignaturas de ciencias, biología fundamentalmente, y siempre pensé que acabaría especializándome en ciencias. En un momento dado me dio por cambiar por algo que pensaba que podía ser mucho más interesante como la egiptología, no la arqueología en general. Conocí esta disciplina gracias a la exquisita colección de antigüedades egipcias de la Universidad de Manchester. Fue entonces cuando decidí ir a la universidad para hacer egiptología. En aquella época algunos de mis profesores, como B. Forman o K. A. Kitchen, el especialista en el período ramésida, me decían que cómo me metía a hacer una cosa así cuando todas las asignaturas que había estudiado en el bachillerato eran de ciencias y ninguna tenía que ver nada con las humanidades.
Pero no me importaba ya que sabía que en la egiptología o en la arqueología puedes hacer uso de cualquier materia al ser especialidades hoy comprendidas como multidisciplinares.”
En la actualidad A. J Spencer dirige la excavación del Museo Británico en Tell El Balamun, en el Delta del Nilo. Se trata de un yacimiento enorme con una rica estratigrafía. El montículo principal mide 1 kilómetro de diámetro y 20 metros de altura. Allí han aparecido hasta ahora los restos de 3 templos y junto a la entrada de uno de ellos tumbas de la dinastía XXIII de altos sacerdotes. Este proyecto del Museo Británico entra dentro del programa de recuperación del Delta llevado a cabo por el Consejo Superior de Antigüedades de Egipto.
Los orígenes del Museo Británico
Este enorme edificio, ubicado en la céntrica calle de Great Russel de Londres, es en la actualidad el Museo Nacional de Antigüedades, y la Biblioteca Nacional de Gran Bretaña hasta 1973. Hoy solamente alberga una parte de ella, precisamente en la mastodóntica biblioteca circular que se abre en el Gran Patio Central con cientos y cientos de metros de estanterías que albergan cientos de miles de obras de referencia básicas para el estudio de la Antigüedad.
El Museo Británico fue fundado en el año 1753. En aquella fecha se aglutinaron en una sola las colecciones de varios sabios destacados de le época como sir Hans Sloane, con su colección de medicina y ciencias naturales, Robert Harley, primer conde de Oxford y la excepcional colección de libros de sir Robert Cotton. No obstante la sede actual del Museo Británico no se terminó hasta mucho después. Habría que esperar casi un siglo para la finalización de las obras en el año 1847.
En total el museo acoge una decena de departamentos cada uno de ellos dedicado a un campo muy concreto de la investigación que abarcan prácticamente todo el espectro de la historia de la humanidad. Entre ellos hay que destacar los departamentos de monedas y medallas, el de antigüedades egipcias, el de etnografía, el de antigüedades griegas y romanas o el de antigüedades asiáticas occidentales en el que podemos encontrar una amplia variedad de obras mesopotámicas. Una síntesis de la idea que pretende abrazar el Museo Británico aparece expuesta sobre el frontón de entrada al edificio que da a la calle Great Russel. Allí está esculpida la obra El progreso de la civilización.
Devolución de antigüedades
Durante los últimos meses, especialmente desde el verano de 2002, han aparecido numerosas noticias en la prensa sobre el problema que plantea el que grandes museos de occidente cuenten con obras maestras provenientes de otros países. Uno de los casos más conocidos es, precisamente, el Museo Británico de Londres. En sus galerías podemos encontrar la famosa piedra de Rosetta con la que fue posible descifrar los jeroglíficos en 1822, los relieves del palacio asirio de Nínive, los frisos del Partenón, obra maestra del escultor griego Fidias, entre otros miles de objetos que a lo largo de los siglos XVIII, XIX y XX han ido saliendo paulatinamente de sus países de origen para engrosar las vitrinas de estos grandes museos.
Parecía obvio preguntarle su opinión al Dr. Spencer, más cuando el departamento para el que trabaja, el egipcio, ha sido uno de los más criticados por no querer devolver sus tesoros al Valle del Nilo.
“Es un tema del que se ha discutido muchísimo en la prensa y en comités específicos de investigadores —nos responde A. J. Spencer muy tranquilo—. Desde mi punto de vista creo que hay que distinguir lo que son obtenciones ilícitas por medio de robos y saqueos incontrolados, de una entrega documentada y aceptada por ambas partes. Los museos son lugares universales en los que todo el mundo puede entrar y disfrutar de la contemplación y estudio de las piezas. En realidad el daño que sufre la arqueología no viene de estas piezas que llevan expuestas aquí durante siglos sino del mercado ilegal de antigüedades. Tanto el Reino Unido como otros países están luchando contra las redes internacionales del mercado negro de antigüedades y en muchas ocasiones se ha conseguido recuperar piezas robadas para que vuelvan a sus países de origen.
Yo mismo participé en una operación de este tipo para poder recuperar piezas robadas, consiguiendo que los autores acabaran en prisión. A este punto es al que habría que dirigir la atención de las autoridades.”
En los últimos tiempos la polémica ha venido de la mano de los frisos del Partenón y su requerimiento para que vuelvan a Grecia con motivo de la próxima olimpiada en Atenas 2004. Estos frisos llegaron a Londres por medio de la adquisición de la colección Elgin en 1806. Hace casi dos siglos el diplomático inglés Thomas Bruce, séptimo conde de Elgin, compró esculturas de mármol a los turcos que por entonces eran los gobernantes de Grecia. Tras muchos contratiempos el gobierno británico accedió a adquirir esta colección en 1816 por una suma de 35.000 libras. Entonces se decidió ubicar la colección en una de las salas de honor del Museo Británico de la capital londinense. Entre las piezas más representativas de la Colección Elgin, también conocida como Elgin Marbles, “los mármoles de Elgin”, destacan los frisos y los tímpanos del Partenón de la acrópolis de Atenas, realizados en el siglo V a de C. por el genial escultor Fidias. Desde esa fecha, casi dos siglos han permanecido en Inglaterra haciendo oídos sordos a las continuas peticiones por parte del gobierno griego, el cual, todo hay que decirlo, no ha hecho nada por la conservación del propio Partenón.
La vida en el Museo
Nadie duda de que el trabajo en una institución de estas características debe de ser algo apasionante para cualquier enamorado de la arqueología. Y a pesar de esta realidad, los últimos años han sido difíciles para el Museo Británico a tenor de las palabras de A. J. Spencer.
“Después de mucho tiempo el trabajo diario en el departamento ha recuperado la tranquilidad y la intensa rutina de cada día —nos comenta aliviado el egiptólogo inglés—. Tras los dos años de trabajo que llevó la remodelación del interior del museo, la remodelación del Gran Patio Central y el levantamiento del nuevo techo, ahora todo ha vuelto en cierto modo a la normalidad. Durante este período de tiempo tuvimos que cambiar desde el antiguo almacén unas 73.000 piezas para reubicarlas en los nuevos espacios construidos a tal efecto, mucho mejor acondicionados y modernos que los antiguos.” Ciertamente es así. Fuimos testigos de ello cuando el Dr. Spencer nos invitó a visitar los nuevos almacenes del museo para poder ver el robot Upuaut 2. Las nuevas salas ofrecen un aspecto extraordinario de limpieza, colocación y exhaustivo rigor en lo que respecta al método de trabajo para investigar, catalogar y publicar las piezas que todavía hoy permanecen inéditas en este museo. Nada que ver, por ejemplo, con el caótico y descuidado aspecto que muestran los almacenes del Museo de El Cairo en donde la conservación de cierto regusto del romanticismo de la época colonial no debe ser excusa en pleno siglo XXI para justificar aquel desastre de ordenación y conservación.
“También se hicieron nuevas las oficinas de los departamentos —añade A. J. Spencer—, las diferentes bibliotecas y las salas de estudio para investigadores. Por suerte ahora todo está acabado por lo que hemos conseguido quitarnos de encima las molestias que provocaba la presencia continua de ruidos y polvo por todas partes y que nos ha atormentado durante estos dos últimos años. De esta forma hemos logrado volver a dar el mismo servicio a colegios e instituciones que vienen a visitarnos para consultar y trabajar con los fondos del museo. A todo esto hay que añadir la reactivación del programa de actividades propio de los departamentos. En el caso del que yo represento, el Departamento de Antigüedades Egipcias, durante este período de tiempo las actividades han permanecido prácticamente paralizadas. Al desbloquearse el proceso hemos vuelto a organizar exposiciones con las que damos vida a piezas que normalmente no se exhiben en la colección permanente. Algunas de ellas sirven para hacer intercambios con otras instituciones internacionales. Por ejemplo, en la actualidad hay una parte importante de piezas egipcias en una gira por los Estados Unidos, país en el que visitará ciudades tan importantes como San Francisco o Minneapolis. Como sucede con todos los museos, no todas las piezas con las que contamos están en la exposición permanente. En ésta solamente colocamos lo que nos parece más representativo mirando un poco no sólo la calidad sino también la tipología. Por ejemplo, no puedes colocar en la exposición permanente 5.000 amuletos, sino que tienes que hacer una selección de los más representativos y orientarlos buscando también el aspecto pedagógico de las piezas. No obstante, el catálogo completo está dispuesto al servicio de cualquier persona. Si alguien tiene un interés especial por estudiar una pieza determinada que no se exhibe se la mostramos en los almacenes para que pueda llevar a cabo su investigación sin problemas.
La sala de investigación del Departamento de Antigüedades Egipcias se encuentra cerca de sus oficinas. Una amplio salón presidido por un cuadro de Thomas Young (1773-1829), el médico inglés que compitió con Jean François Champollion por el desciframiento de los jeroglíficos, da cobijo a varias mesas perfectamente equipadas para que los investigadores desarrollen su trabajo de estudio y análisis de las piezas arqueológicas. Además, a lo largo de las cuatro paredes se levantan hasta el techo estanterías con publicaciones científicas especializadas.
Pero las obras definitivas no han finalizado. Según nos explica A. J. Spencer “en la actualidad una de las joyas del Museo Británico, las pinturas egipcias de la tumba de Nebamón, antaño situadas en una galería anexa a la planta inferior del museo, se han vuelto a guardar en los almacenes tras las obras de acondicionamiento de estos años. La razón es que se ha trasformado totalmente el espacio del patio central de suerte que el lugar que ocupaban antiguamente ya no existe. Ahora, estamos trabajando en el montaje de una nueva galería para volverlas a exhibir”.
De entre las miles de piezas que alberga el Museo Británico, al Dr. Spencer le resulta muy difícil decantarse por una preferida. Al igual que sucede con otros expertos, nunca se decantan por la pieza más conocida ni la más espectacular. “Si tuviera que elegir una de ellas me quedaría con el sarcófago de Ankhnesnefribre, hija de Psamético II, que fue reutilizado en la época ptolemaica aunque originalmente era para esta princesa, ‘divina adoratriz’, que vivió entre los años 610 y 525 a. de C. en la dinastía XXVI. Sobre su tapa de basalto se reinscribieron textos, algo que desde mi punto de vista la convierte en una pieza de gran interés científico aunque por desgracia en muchas ocasiones pasa totalmente desapercibida para el gran público.”
La historia del Museo Británico, tanto desde el punto de vista de las piezas que contiene como de la propia institución en sí, lo convierte en uno de los centros de investigación y estudio más importantes del mundo. Todo apasionado de cualquiera de las civilizaciones antiguas protagonizadas por el ser humano puede encontrar entre sus salas el material de trabajo necesario para poder disfrutar de un encuentro con el pasado.
El Upuaut 2
Entre las piezas más importantes que exhibe el Museo Británico y que no se encuentran en la exposición permanente está el famoso robot Upuaut 2. La historia de este ingenio se remonta al año 1993 cuando el ingeniero alemán Rudolf Gantenbrink, inspeccionaba con él el canal sur de ventilación de la Cámara de la Reina, en la Gran Pirámide de Gizeh. Estos canales apenas miden un cuadrado de 20 por 20 centímetros por lo que Gantenbrink diseñó el pequeño robot, en egipcio “el que abre los caminos”, que consistía en este minúsculo vehículo oruga sobre el que iba colocada una minicámara de televisión y dos potentes lámparas. Las impresionantes imágenes tomadas por el robot de una puerta con dos pomos metálicos dieron la vuelta al mundo hace ahora exactamente una década.
Nuestro lectores recordarán cómo a lo largo de todo el año 2002 un grupo de científicos de la prestigiosa National Geographic Society realizó los estudios pertinentes para intentar saber qué había detrás de la puerta hallada por Gantenbrink. Para ello diseñaron un nuevo robot oruga similar al del alemán. Tras comprobar que la “puerta” era inaccesible se decidió perforarla. Su apertura oficial se llevó a cabo la madrugada del 17 de septiembre de 2002 en un programa televisivo retransmitido por National Geographic Channel para todo el mundo.
Tuvimos acceso a los almacenes del Museo Británico para conocer de cerca no solamente el trabajo en estas estancias sino el propio robot, conservado allí desde que fuera donado por Gantenbrink al poco tiempo de realizar su descubrimiento. Rodeado de una colección impresionante de ushebtis, las figurillas funerarias egipcias, y de varios sarcófagos en proceso de investigación y conservación, sobre un estante se encontraba el maletín metálico amarillo que contenía esta verdadera joya de la técnica empleada al servicio del conocimiento de nuestro pasado.