El Ka de los enanos acondroplásicos en el antiguo Egipto y su representación

Manuel Juaneda-Magdalena Gabelas – Febrero de 2003

“No te rías de un ciego, no te mofes de un enano.
No dañes a un idiota y no te burles de un hombre
que está en la mano de Dios y no te irrites con él
cuando caiga” (Amenemope)

En un mundo tan exigente y tremendamente cruel como el nuestro, en una sociedad en la que sólo cabe y tiene un papel de protagonista de primera estrella, el más inteligente, el más competitivo, el más bello y mejor construido físicamente. En definitiva, la esencia de los valores de la juventud eterna, siempre bella, ¿qué papel le resta al lisiado, al contrahecho, al que la naturaleza le ha marcado con el estigma de ir a contracorriente de los designios caprichosos del canon de la perfección? Cuantas veces dirigimos la mirada furtiva y compasiva procurando esconder un rictus de alivio por haber escapado desde la cuna del arbitrio de una genética inflexible, de la lotería negativa, que hubiera marcado nuestro designio al igual que ese hombrecillo deforme que vemos cruzar la calle como si escondiera su vergonzosa deformidad, cuando tal vez nuestro deseo es que con su huida pretendemos olvidar cuanto antes su imagen que pudo ser la nuestra. Hasta qué punto la humanidad es capaz de vencer estas referencias sin ver la incapacidad del semejante como algo extraño, como un “alter ego” diferente hasta jocoso o infravalorado. Hasta qué punto somos capaces de ayudar a los incapacitados físicos o mentales, de infundirles coraje, ánimo y sin la mano cínica y blanda en actitud condescendiente y paternalista; de imbricarlos sin vehemencia pero decididamente en una sociedad donde nuestros deseos y voluntades se asemejen a los de todos, al de la totalidad de la familia humana.

Cuando recordamos la trama de cuentos infantiles normalmente cargados de fábulas sentimentales que tocan el corazón del niño o del adulto que vuelve a serlo durante ciertos instantes hasta que la coraza fría de metal retorna a recubrirlo. Cuando vemos o leemos esas fábulas cuyos agraciados protagonistas se mofan del incapacitado y del horrendo, y surgen en nosotros espontáneos sentimientos de condena por la actitud de aquellos, sentimientos que se cubren con la capa de frialdad que nos envuelve diariamente y que hipócritamente, temporalmente también, retiramos en los días de Navidad, ¿no estamos reproduciendo automáticamente?: “qué bien hemos salido librados de no parecernos al transeúnte, aquél al que probablemente no volveremos a ver en la vida”.

Es cierto que hemos avanzado enormemente y que la visión y consideración por el discapacitado ya no es el resultado de la vergüenza, del pecado bíblico, nefando, inconfesable, en la creencia de ser cometido por unos progenitores llenos de ignorancia y prejuicios; ya no es necesario(tan poco lo era antes) someterlo a la cadena perpetua en la oscuridad de un desván o en la reclusión de un recóndito cuarto alejado de cualquier estímulo externo. O para realiza labores impropias del “normal” casi siempre otorgadas bajo la mirada del que se sabe superior y nunca con el convencimiento de hacerlo ser necesario, sin marginalidad. La Historia y la historia tienen mucho que decir al respecto.

El límite entre la enfermedad y la salud es tan indefinible en el espacio como lo es en la cronología. Nunca sabremos precisar en que momento pasamos de un estado al siguiente y viceversa, porque las aduanas nunca tuvieron importancia en estas circunstancias. El viaje a un lado y a otro de la frontera se traspasa sin que el sujeto adquiera la sensación del tránsito. Igualmente ocurre en el segundo aspecto citado; el momento temporal es más impredecible aún si cabe; un buen día despertamos con un cólico nefrítico cuando el día anterior habíamos gozado de una salud envidiable, pero de hecho el cálculo ya se había afincado en el interior de nuestras vías urinarias desde meses o años atrás sin haberlo presentido. Igualmente, la incapacidad puede surgir con nosotros en el amanecer de nuestro primer día de vida, o incluso antes, o de súbito amarrarse en nuestro cuerpo o en nuestra mente cuando el boleto de la lotería negativa nos toca sin comprender la absurda razón de tamaña crueldad. Y después de ser hermosos ciudadanos admirados y “normales” pasamos a la consideración sin billete de vuelta a ser objetos de las miradas curiosas y conmiserativas de aquellos, que cómo nosotros antes, vimos cruzar por la calle y entonces recordaremos cuándo decíamos: “qué bien hemos salido librados de…”

Creemos que la humanidad ha ido evolucionando ganado en sentimientos de amor hacia el diferente pero hace apenas seis decenios se promulgaron leyes genocidas eufemísticamente llamadas eutanásicas que buscaban el exterminio; la “buena muerte” de aquél que era una imitación burda, imperfecta, de la corporeidad y de la inteligencia humana. Recordemos simplemente los crímenes de una ideología aberrante en el pasado reciente y sus antecedentes cronológicos en países tenidos por democráticos y socialmente avanzados contra los ciudadanos no rentables. Extraña crueldad, extraña paradoja: la inteligencia encargada de enjuiciar lo que pretendidamente es útil de conservar o de desechar.

¿Dónde estaba, dónde está el límite, la frontera, entre lo normal y lo anormal, dónde entre la enfermedad y la salud, entre lo reversible y la muerte? ¿De qué manera hubiera cambiado la historia de los Estados Unidos, si a Franklin D. Roosevelt se le hubieran aplicado unas leyes tan extremas por el hecho de haber adquirido una poliomielitis, enfermedad bien discapacitante cómo la que más? O del propio Abraham Lincoln de quién se dijo que pudo tener el Síndrome de Marfan. O de Stephen Hawking, físico, celebérrimo por su libro Breve historia del tiempo, como por verse atado irremisiblemente a su sofisticada silla.

Dando un salto más que acrobático hacia el pasado merecería el dios Ptah ser arrojado del panteón de los dioses del antiguo Egipto al adquirir la condición de enano y lisiado. Y qué podemos decir del mismísimo Ajenatón. ¿Acaso fue objeto de la execración de sus compatriotas por la extraña ambigüedad sexual de su físico representado por doquier, o por su predicado marfanismo?

Con todos estos antecedentes es bien cierto que no estamos ética ni moralmente capacitados para dar lecciones de moralidad a las gentes del pasado. No obstante, convendría citar ¿si los españoles de ahora somos tan diferentes en el trato a los enanos que el dispensado por nuestros abuelos en la España del siglo XVII? Nuestros gustos por lo que nos suscita empatía o repulsa cambia con el devenir de los tiempos, y lo que nos parece de buen gusto en una época determinada se troca en algo soez e impertinente cuando no inconveniente. Con la salvedad lógica a que nos obliga la distancia histórica y demás diferencias, no nos debe asombrar que en aquellas épocas era de buen gusto tener una colección de enanos, tarados o no, y subnormales, en las residencias de las casas de alcurnia para entretenimiento y solaz del señor. Al fin y a la postre una curiosidad exótica y divertida. Pero no sólo sucedía en España.

El gran pintor español, Velázquez, por encargo de la Casa Real, retrató, y no olvidemos que entonces la pintura ejercía una función de reflejar fielmente el testimonio de la sociedad, de una época, de rarezas en realidad; función nada extraña a la moderna fotografía. Todo quedaría en una curiosa apreciación artística de la anormalidad sino fuera porque el artista expresa también la mirada dolorosa del ser que quizás se supiera distinto y destino cruel de la chanza y de la ironía. Un realismo de compasión.

El bufón Don Sebastián de Morra, pintado por Velázquez. Museo del Prado, Madrid (c. 1645).

Fig. 1. El bufón Don Sebastián de Morra, pintado por Velázquez. Museo del Prado, Madrid (c. 1645).

La sonrisa alelada del bufón o el enano falsamente erudito con sus libros que nunca podrá comprender o el militar sin gloria y sin batallas cuya indumentaria de general jamás saldrá de las amplias estancias palaciegas, es una “Galería palaciega de los monstruos” que hoy no nos hace ninguna gracia. O los retratos de Felipe IV y su enano de inteligencia tal vez normal a quien el monarca acaricia y manosea. Tal vez un alcahuete y correveidile en el ambiente de una Corte mezquina, decadente e intrigante y corrupta. A estas pequeñas gentes se les otorgaba la concesión de divertir y bromear pero también como trueque de una relación tan próxima como sus dueños les concedían. Como confidentes, se les permitían licencias extraordinarias de trato en un sentido de igualdad jamás toleradas al ciudadano normal. Porque el enano era como un reflejo deformado del patrón que los alimentaba. Tanto fue así que la reina Isabel I de Inglaterra tenía uno llamado “Monarca”.

Y es que los enanos eran unos individuos muy preciados desde épocas muy antiguas y que siempre han suscitado la curiosidad de todas las culturas y épocas. En la Roma y en la Grecia antigua gozaron de gran popularidad y fascinación siendo fuente de inspiración de innumerables leyendas que debieron tener su origen en cunas más míticas aún y que se trasladaron por el tiempo al medievo y al renacimiento, que les entroncaba de lleno con las manifestaciones y ceremonias de las divinidades. En los salones aristocráticos de las damas romanas corrían desnudos y fueron muy apreciados en las fiestas y comidas. En la época del emperador Domiciano se les vestía con ropas de gladiadores enzarzándose en duelos.

Son muy cuantiosas en el mundo clásico las representaciones artísticas de vasos griegos de la época clásica o arcaica: Corintio, la Tebas griega, y el sur de Italia; y terracotas inspiradas en los dioses enanos egipcios, que denotan el hecho de que ser enano se interpretaba como una realidad consentida y no carente de cualidades humanas. En la literatura clásica, sin embargo, y con ella hacemos alusión al mismo Aristóteles en -Partes de animales define aunque con cierta inexactitud y simpleza al enano como una persona semejante a un niño que tiene un cuerpo desmesuradamente grande y las piernas cortas “donde el cuerpo se sustenta y donde la locomoción se efectúa”. Y añade que la minusvalía intelectual supone un añadido más a la dificultad física: “El peso de su cuerpo incapacita el funcionamiento de la memoria(…)”; aunque, acto seguido, añade como si se arrepintiera de su dura descripción: “que estas deficiencias intelectuales se contrarrestan por otras cualidades”. Sin embargo no describe los rasgos faciales más característicos y diferenciales que entre otras cosas los distinguen de otros individuos de corta estatura.

Todo hubiera quedado en una curiosidad más o menos afortunada sino fuera lo que a continuación el mismo autor describe en su otro tratado Historia de los animales. Debemos hacernos eco de esta descripción: “como las mulas tienen los genitales grandes”. Únicamente en su otra obra Problemata, se ciñe a consideraciones más en consonancia con una visión más moderna y realista. Define que hay dos tipos de personas de corta estatura: “aquellas que tienen las piernas de un niño” y las que: “todo es pequeño”. Importante clasificación que nos permite dividir a los enanos en dos tipos: proporcionados y desproporcionados. Aunque no sea muy académica esta separación, desde luego es de utilidad a la hora de enmarcar a los primeros como no acondroplásicos del resto que si lo son con las aceptadas variantes incluidas en el grupo.

La demanda de personas de corta estatura en la época griega debió ser tan acuciante y tan infrecuente su número que no se daba abasto para suplir a las casas poderosas que se podían permitir el lujo de adquirirlos como distintivo elitista, pues cómo tal eran considerados. De modo y manera que, algunos padres viendo en ello una fuente de ingresos no desdeñables. Recurrían al cruel recurso de fabricarlos colocando a un hijo varón en el interior de cajas llamadas gloottokoma en un intento de estorbar el crecimiento del muchacho, que de conseguirlo, sería destinado al raro privilegio de servir en un domicilio aristocrático. Supongo que de las consideraciones vertidas hasta aquí estamos en disposición de advertir que no estamos capacitados para ejercer un juicio moral sobre la interpretación y el trato que nuestros antecesores culturales dieron a este grupo de personas.

Es pues la acondroplasia un fenómeno reconocido desde hace muchos siglos como hemos citado antes. En nuestra época algunos tratados y autores se han interesado por su estudio introduciéndose en el atractivo mundo del arte y de la literatura. En el tratado Congenital Malformations (1971), Warkany cita la presencia de enanos de proporciones y rasgos acondroplásicos en la estatuaria egipcia. En 1986 Kunze y Nippert en su libro Genetics and Malformations in Art, hacen otro tanto incluyendo estatuas del dios Bes, al fabulista griego Esopo tenido por la tradición antigua y pictórica como un ser con deformidades; observemos sino el cuadro al óleo del magistral Velázquez (c. 1645) en el Museo del Prado de Madrid.

El Ka de los enanos acondroplásicos en el Antiguo Egipto y su representación

Fig. 2.

Antes de entrar de lleno sobre la visión que la cultura egipcia tenía del enano en general y en concreto a una de sus variedades la acondroplásica, deberemos introducir al lector en una serie de conceptos que le servirán para sentirse cómodo, huyendo eso sí, en lo que me sea posible, de nomenclaturas incomprensibles y al mismo tiempo adquiriendo otras necesarias para acercarnos a la entidad.

Es la acondroplasia un trastorno hereditario de enanismo casi siempre reconocido en el momento del nacimiento cuando no en época fetal. Es el más frecuente de los enanismos (1/15.000-1/40.000 nacidos vivos); casi siempre provocado por una mutación (de ahí su connotación esporádica) en el receptor 3 del Factor de crecimiento de los fibroblastos (FGR3). Se ha imputado a unos padres mayores y lo padecen igualmente hombres y mujeres. Se traduce por una alteración localizada en los cartílagos de crecimiento de los huesos más próximos al tronco (húmero y fémur) y de los huesos de la cara. Esto confiere unos rasgos difícilmente de olvidar y muy definitorios muy bien distinguibles del resto de los enanismos.

La apariencia de los miembros cortos, musculosos y arqueados articulados en un cuerpo normal que se nos antoja desmesurado; manos especiales; la cabeza característicamente destacada por unas eminencias frontales que avanzan sobre el resto de la fisonomía facial. La nariz descrita por su similitud con una “silla de montar” y una exagerada lordosis (curvatura) lumbar bien acusada que remata en unas nalgas macizas y un vientre prominente preludiando una tendencia a la obesidad cuando superan la infancia. La longitud de la columna es prácticamente normal. El rostro, además de la curiosa nariz que muestra, es sumamente peculiar, baste decir que es como si la frente y la cara pertenecieran a dos sujetos diferentes en mi modesta opinión. La cara está excesivamente disminuida y de perfil rebajado, y abajo la mandíbula parece un breve resumen de los huesos faciales. En definitiva, la brevedad de la estatura se manifiesta en una talla media de ciento treinta y un centímetros para el varón y ciento veintitrés para la mujer. Finalmente, los que sobreviven tienen un desarrollo mental y sexual absolutamente normal una circunstancia en desacuerdo con las afirmaciones del mundo clásico. La esperanza de vida es equivalente al resto de las personas.

Existen otras variantes (se han descrito más de cien tipos) del trastorno que han sido y siguen siendo elementos de discusión entre los estudiosos más por lo que corresponde a la identificación correcta de cada de una de ellas en el arte egipcio y clásico, que por su importancia clínica dada la escasa frecuencia en la estadística médica. Debemos ceñirnos, y así lo haremos, al terreno estrictamente de la acondroplasia y sus correspondencias en la esfera mundana y divina.

Al igual que en épocas posteriores los enanos debieron despertar una extraordinaria curiosidad. Sería interesante comprobar si la cuestión del ser enano promovió aspectos y actitudes similares de comprensión o rechazo, o aun más, el sabor agridulce del paternalismo o el objeto de la caricatura más abyecta. De lo que sí estamos seguros es que la curiosidad debió ser extraordinaria de lo que se trasluce de las numerosas fuentes que han arribado hasta nuestros días.

Del antiguo Egipto no disponemos de testimonios literarios médicos que nos comenten sobre el enanismo como enfermedad y ya no digamos del aspecto concreto que fundamenta este trabajo. Poco se puede decir de la literatura nacida de la historia o del relato si exceptuamos el archiconocido episodio de la expedición de Herjuf, príncipe de Elefantina, que dirigió una expedición al país del Yam durante el reinado del entonces faraón-niño de la dinastía VI, Pepi II quien ilusionado por el extraordinario encuentro y captura de un enano, ávido por tenerlo ante su presencia, le escribe a Herjuf una misiva a su subordinado:

(…) Dices en esta tu carta que has traído todo tipo de productos grandes y buenos, que Hathor, señora de Imau, ha dado para el Ka de Neferkaré que vive para siempre. Has dicho que (también) en esta tu carta que has traído un pigmeo para las danzas del dios del país de los Habitantes del Horizonte, igual al pigmeo que el canciller del dios Baurdjed trajo (del país) de Punt en tiempos del (rey) Isesi…

Es evidente que no estamos hablando de un trastorno patológico sino más bien de un rasgo intrínsecamente étnico. El texto parece aclarar a la perfección esta situación pues se alude a un miembro de una región, a unos individuos, habitantes de una zona geográfica que aunque raramente se acercaban a merodear por los lindes de la civilización egipcia, de vez en cuando, eran capturados o intercambiados como un presente exótico altamente apreciado por el egipcio y por los pueblos aledaños súbditos de los gobernantes egipcios como cualquier mercancía de lujo. La autora Véronique Dasen en su tesis sobre enanos y malformaciones en la antigüedad, publicada en 1988, matiza y distingue claramente el hecho étnico y diferencial, como elementos constitutivos de un grupo o pueblo de gentes pequeñas como el pueblo pigmeo que los egipcios reflejaban con la acepción “dng“, del resto que refleja un trastorno morboso identificado por el término “nmu“. No obstante, esta claridad terminológica se vuelve en principio penumbra cuando observamos la representación del acondroplásico en el plano artístico.

El Ka de los enanos acondroplásicos en el Antiguo Egipto y su representación

Fig. 3.

Las reglas de representación de la figura humana en el arte egipcio son hartamente conocidas por su rigidez convencional fiel mandato del carácter simbólico de la figura mostrada. Dentro de un formato idealizado, aquélla se muestra siempre joven, elegantemente vestida, esbelta y saludable y presta para la eternidad. Así era por lo menos cuando el representado era miembro de la realeza o del entorno del faraón.

Para el individuo que no pertenecía al alto rango, el campesino, el criado, el pescador, el artesano, quedaba la disminución armónica del tamaño y la forma, a veces la irregularidad del defecto físico indicaba la ausencia de una importancia sociopolítica o religiosa del personaje, además de su servilismo y su sempiterna y frecuente desnudez. Pero sin embargo, siempre desde el punto de vista artístico, ganaba en frescura de movimientos y de poder descriptivo en la función o actividad laboral que realizaba. No nos detendremos por muy conocida en la técnica de proporcionalidad del dibujo artístico egipcio basada en la regla de la cuadrícula.

Conviene aclarar que en personas de talla normal la distancia convenida por el canon entre la rodilla y la planta de los pies era de diez de ellas sobre un total de dieciocho que determina una longitud ligeramente superior a la anatómica. A lo que se le añade simultáneamente el detalle significativo de proveer a la figura normal de unos glúteos más reducidos tal como expresó en su día Gay Robins (“Natural and Canonical Proportions in Ancient Egyptians”, GM 61, 1983, p. 17-25).

Todos estos detalles confieren un serio inconveniente en el momento de aplicarlos a la representación artística del enano acondroplásico. Porque aquí reside el punto de desencuentro cuando se intenta analizar las representaciones de los individuos de corta estatura y discernirlos del ideal acondroplásico, pues no todos los rasgos físicos se corresponden con el mismo tal como se ha descrito en los párrafos anteriores. Muchas veces observamos en el arte egipcio, la mayoría de las veces, personajes con caras absolutamente normales sobre cuerpos y miembros típicos de estos individuos cuando el rostro es uno de los sellos más característicos. ¿Es factible que los elementos auténticamente distintivos eran la talla pequeña sin consideración de los rasgos de la cara?

¿Se están mostrando otras variantes de la enfermedad? O debemos pensar que existió una regla canónica para describirlos dando más protagonismo a algunos rasgos considerados por ellos más conceptuales, como la brevedad de los miembros sobre un tronco conscientemente más largo que el del propio trastorno natural en sí mismo. O la disminución de los miembros inferiores trazados con intención por el artista a consta de la tibia, cuando es sabido que habitualmente no es ésta sino el fémur el que resulta más corto en la enfermedad. Si era así, tal vez la identidad del rostro era menospreciada por el dibujante para el común de los individuos que padecían la desproporción física, salvo honrosas excepciones a la regla como más tarde se verá. Para intentar salir de este atolladero veo la conveniencia de revisar algunos de los ejemplos más característicos que nos ha provisto la iconografía egipcia, fijándonos únicamente en aquéllos casos que resultan más fácilmente identificables, sin ambigüedad.

Otra cuestión no exenta de relevancia era la que se interrogaba R. Engelbach: si se representaba al Ka en toda su perfección porqué se mantenía la desproporción de formas en estos casos específicos. La única explicación sería que manteniéndose con fidelidad la imagen de la deformidad, al Ka no le resultaría dificultoso hallarla una vez que el cuerpo de la momia se hubiera destruido. De hecho tenemos ejemplos muy similares en los que la excepcionalidad física se mantiene.

Hay docenas de ejemplos que recorren todas las etapas cronológicas desde el predinástico precoz a la época grecorromana. Las más primitivas representaciones de enanos desproporcionados son unas diminutas figuras de marfil estudiadas por G. Steindorff en su Catalogue of de Egyptian Sculpture in the Walters Arts Gallery, (Baltimore, 1947) encontradas en las localidades de Ballas y Nagada en el Alto Egipto. Representan a enanos desnudos de ambos sexos de piernas cortas y combadas, cabeza rapada grande y orejas exageradas; los brazos igualmente cortos intentan sin conseguirlo tocar las caderas. Sin embargo lo más impactante son los pies que están girados hacia dentro en una contorsión contranatural(pies equinovaro). Otras tres figuras de enanas halladas en el depósito de Hierakómpolis ostentan características similares y dos de las cuales visten largas faldas y pelucas de largos cabellos (B. Hornemann, J.E. Quibell).

De los alrededores de las tumbas de los reyes de la primera dinastía en Abidos proceden los retratos más antiguos descubiertos. En nueve estelas de enanos que vivieron en la Corte (Estelas de Leiden y Filadelfia; A. Klasens, Petrie), mantienen una postura forzada que exagera la desproporción somática. En tanto que los adultos de figura normal se representan sedentes, aquéllos permanecen erguidos con los pies separados, nalgas ligeramente abultadas compensando la lordosis lumbar (Rupp).

En otra estela del cementerio del faraón Semerjet se ven dos enanos que debieron padecer acondroplasia como se puede ver por sus cortos húmeros de extremos engrosados y los cambios en la región nasal tal como se ve en un cráneo existente (W.F. Petrie, The Royal tombs of the Firts Dynasty, Londres, 1900).

Sin embargo es en las representaciones de tumbas del Imperio Antiguo donde los hallazgos se hacen más cuantiosos y notables. En los cementerios de Guiza y Saqqara muchas tumbas destacan por representar a enanos distraídos en diferentes tareas como al cuidado de animales, llevando útiles de aseo, o fabricando joyas o labores de sastrería (tumbas de Mereruka, de Mereri). Oficios o tareas delicados en los que la habilidad prima sobre la fuerza física porque hay que añadir que la mano de individuos, mano en tridente, es inapropiada para ejercerla. Pero algún ejemplo parece desdecir esta afirmación en el marinero tal vez un timonel y en la mujer que porta una abultada carga sobre la cabeza, ambos en la tumba de Inti en Deshasha. La totalidad de estas figuras, o al menos la mayoría, conforman el modelo conocido de los cambios faciales correspondientes típicos (frente prominente, nariz en silla de montar, etc.) de la acondroplasia. No obstante, a veces estos últimos están ausentes y se conservan los anteriores característicos de la alteración. Es decir, miembros acortados y un rostro normal tal como sucede en las denominadas formas atenuadas como la Hipocondroplasia.

El Ka de los enanos acondroplásicos en el Antiguo Egipto y su representación

Fig. 4.

Ocasionalmente, a estas afecciones se acompañan deformaciones de la columna, chepas o jorobas, con las que se pretende acentuar aun más su defecto básico pero en un rostro totalmente normal. Siendo así, es dudoso mantenerlos dentro del diagnóstico de la acondroplasia pura (Tumba de Nufer y Anjmahor; A .Badawi, Moussa, Altenmüller). Sin embargo si se pudiesen etiquetar como un Nanismo diastrófico (niño retorcido) que tiene un parecido evidente con la acondroplasia por la cortedad de los miembros, pero en esta alteración la contractura se acentúa en la columna, tórax y en las extremidades a medida que él avanza en edad, hasta que la deformidad torácica acaba axfisiándolo.

El alto funcionario Seneb (51.281; Junker, 1927) del grupo escultórico familiar exhibido en el Museo de El Cairo es el ejemplo más conocido y destacable de todos. Era un personaje importante de la corte del faraón de la dinastía IV (fecha más probable) que ostentaba numerosos cargos de relevancia y responsabilidad. Se muestra sentado al lado de la esposa de tamaño normal. Un extraordinario retrato que globalmente, artísticamente, destaca por su equilibrio y compensación; no hay ningún espacio sin llenar, cada miembro de la familia ocupa el lugar predestinado por el artista; sólo uno de los tres hijos de la pareja no está representado, ¿probablemente porqué rompía con la armonía del conjunto al ser acondroplásico como su padre?

Pero es el mismo Seneb lo que más nos interesa sobretodo desde el punto de vista anatómico. La brevedad de un cuerpo casi, casi infantil, la cabeza bien proporcionada pero que se nos antoja extraña, cómo si no fuera la suya, sobre un cuello prácticamente desaparecido hasta el olvido. Miembros cortos que conmueven al observador. Indudablemente no es una quimera humana. Del estudio de su anatomía no se puede concluir que Seneb fuera realmente un acondroplásico: es un enano de cabeza y rostro normales con miembros desproporcionados. Por tanto, un enano anatómicamente mal proporcionado no acondroplásico. Un disarmónico al fin y al cabo de rostro normal.

Era un hombre bien considerado y el faraón le otorgó la gracia de construir la tumba de Guiza para la muerte y ricas propiedades para la vida. Sin embargo, no sufrió el distanciamiento ni la frialdad de sus congéneres, muy al contrario. Conviene reseñar que a pesar de su aspecto tan poco acorde con el ideal representativo egipcio para los individuos de su clase (pequeño, sin proporcionalidad); el artista mantuvo la idéntica convención artística con que se dibujaba al enano conservando por supuesto la desproporción, pero que en compañía con los subalternos y sirvientes se realza idealmente la figura en honor a su distinción. Sería impensable que el superior tuviera una talla más pequeña que el inferior.

En la tumba de otro enano de la misma época descubierto por Hawass en 1990, se encontró una estatua de basalto de su propietario Pernianju en el serdab. El gran valor del hallazgo reside en que junto a la imagen escultórica en las cámaras funerarias adyacentes se encontraron los restos humanos del propietario, que debió fallecer a los cuarenta años, y de dos mujeres de tamaño normal. La comparación de los restos esqueléticos con la imagen de Pernianju corrobora que como Seneb éste era también un enano hipocondroplásico. En opinión del descubridor la proximidad de ambas tumbas permite suponer que ambos tenían vínculos familiares conociendo la apetencia del egipcio de enterrarse al lado de sus familias o que en el Cementerio occidental de Guiza hubiera una demarcación para enanos.

Su titulación El que deleita a su Señor todos los días y el enano del Rey del Gran Palacio hace suponer que ejercía el oficio de alegrar al faraón de modo muy similar a los bufones de las monarquías medievales y a los personajes palaciegos de la España de los Austrias. No obstante Seneb encaja difícilmente en un papel tan superficial porque los cargos son demasiado importantes: Amigo del Rey, Director de los enanos encargados del vestuario, El principal de la silla de manos, Sacerdote funerario de los cultos de Jufu y Dyedefra y de los toros sagrados. Responsabilidades propias de un gran dignatario.

Ambos individuos debieron gozar de una alta estima, debieron ser vástagos de familias encumbradas porque de lo contrario probablemente no hubieran podido contraer nupcias con mujeres de tamaño normal. Las dos mujeres (Senetites y Nihathoranju) ostentaban cargos sacerdotales de gran relevancia (sacerdotisas de Hathor, entre otros). Se ha destacado la importancia de los matrimonios de enanos con mujeres normales como muestra de una aceptación social aparte de la necesidad individual de tener descendencia para la familia de ambos por razones biológicas, hereditarias (J. Ablon).

El nacimiento de un hijo acondroplásico, acontecimiento tan infrecuente en la antigüedad como ahora, seguramente no era un hecho lamentado siempre y cuando la minusvalía no fuera extrema, porque además ignoramos si el egipcio tuviese conciencia de que el defecto fuere una enfermedad.

Tal vez estos individuos pertenecieran a la nobleza desde la cuna, y los tratos nupciales se harían entre iguales buscando la suma del capital más que la conveniencia o no de tener un marido de talla pequeña. Además se deben encontrar otras razones de índole biológica y práctica muy conocidas. La fertilidad de la mujer acondroplásica era normal pero el parto acababa con la muerte de la gestante y del feto motivado por la estrechez de la pelvis, el excesivo tamaño de la cabeza fetal, sobretodo, si para mayor dificultad fuera acondroplásico. Una única posibilidad de vida para la madre y el hijo era: la cesárea. Solución que todavía no estaba a disposición del médico faraónico. Lo adecuado era huir de un parto inviable evitando el cruce con una mujer de esta tipología, y eso sí que sería perfectamente conocido. El esqueleto de otra joven mujer miembro de la comunidad de obreros de Guiza revela que falleció trágicamente durante el parto; los restos del hijo se encontraron “in situ” cuando se descubrió el macabro hallazgo.

El Ka de los enanos acondroplásicos en el Antiguo Egipto y su representación

Fig. 5.

Otro caso similar vemos en la igualmente estatua del mismo museo descubierta por Mariette también de Saqqara, Jnumhotep, Supervisor del ropero y Sacerdote Sem, tiene la misma fisonomía que el anterior y se le puede incorporar en el mismo grupo de enanos no acondroplásicos. Destacando, el detalle muy llamativo del achatamiento de la bóveda craneal que se aprecia sin explicación plausible y convincente en algunas representaciones para los enanos sin encontrar parangón en la medicina moderna.

Desconocemos si este detalle anatómico es una respuesta a la convención artística o a una anomalía asociada a estas malformaciones, aunque por eso parece hacerse más notable el tamaño de la cabeza. Así ocurre de forma ejemplar con la cabeza del enano en tamaño real, Dyedhor (dinastía XXX), en la tapa de su sarcófago encontrado en Saqqara. El danzante, totalmente desnudo, estaba consagrado a las danzas de los toros sagrados Apis y Mnevis en Atribis y Heliópolis en cuyas exequias participó bailando según reza la inscripción del sarcófago. Sin discusión, es una de las representaciones más fieles a tamaño real de rasgos acondroplásicos que existen en el arte egipcio.

Objeto de curiosidad doble por una parte son las figuras de alabastro de las “remeras” que bogan la encantadora embarcación del tesoro de Tutankhamón, y por otra, la desacostumbrada ocasión de ver una mujer acondroplásica representada. También por citar algún ejemplo más los encontramos en la tumba nº 17 en Beni Hasan de la dinastía XI, dos enanos de nombre Seneb y Nemsu están de pie al lado del propietario de la misma.

El Ka de los enanos acondroplásicos en el Antiguo Egipto y su representación

Fig. 6.

Según Véronique Dasen el aplanamiento de la bóveda craneal junto a ligeras modificaciones en los modelos en los tamaños más pequeños y en los materiales tipo pasta vidriada son representaciones típicas del Imperio Medio. Es precisamente en esta época cuando el dios Ptah asume los atributos físicos de un enano, cuando antiguamente, desde siempre, fuera representado como un hombre ataviado con la indumentaria de una momia. Ptah, dios de la ciudad de Menfis, protector de los artesanos, de ahora en adelante será conocido también por esta nueva presencia.

Mucho más tarde adoptará los mismos rasgos que los acondroplásicos y será denominado Pataikos o Pataikoi, nombre que tendrán también las figurillas que se encuentran por doquier. Esta evocación se adjuntará a la anterior originaria del Imperio Nuevo como dios protector de la infancia. Muchos amuletos de la época con que se protegía a los niños nos lo testifican, y cómo creen ciertos autores, (P.A. Vassal, 1956) en virtud de un más o menos acierto en la semejanza con la figura de un feto, Ptah, adquiriría la mixtura entre un viejo y un joven, al fin y al cabo como Horus es también protector de la infancia. No son producto del absurdo que muchas imágenes del dios menfita se manifiesten de la misma guisa como un Horus tal como se ve en los Cippus sobre el lomo de un cocodrilo sujetando animales ponzoñosos. O por el contrario es un anciano de frente arrugada y barbado. Otro dios enano, Bes, muy estimado en el ambiente familiar, muy difícil de clasificar porque aunque tiene rasgos acondroplásicos retiene otros de procedencia muy enigmática, formará con ellos una tríada divina que se mantendrá sólidamente. Sin embargo, Ptah, Harpócrates y Bes, de una forma u otra permanecerán unidos con idénticas tareas de protección en motivos tipo amuletos como guardianes del hogar, de los niños, mujeres, del parto; y sobretodo, contra el veneno de reptiles y arácnidos.

Ambas manifestaciones, infancia y senectud, proveyeron de signifación religiosa y como demiurgo por “curriculum”, el enano Ptah, se incorpora a las ya de por sí cuantiosísimas y variopintas manifestaciones solares. Y especialmente con el dios naciente Jepri, el Scarabeus Sacer, su hipóstasis. De este modo, el dios Ptah porta ocasionalmente un escarabajo sagrado sobre la cabeza y cómo tal se hace alusión en ciertos textos mágicos como demostró El Aguizi. Entre tanto, el insecto sagrado se sustituyó como nos lo enseña un papiro mitológico del Imperio Nuevo por una figura enana contrahecha al lado de la imagen de la cabeza del carnero forma del dios en el mundo subterráneo ambas dentro del disco solar.

Un texto astrológico tardío de finales del siglo segundo d. C., dice: “Esta deidad (…) produce jorobados o hace hombres torcidos por la enfermedad, enanos de nacimiento y monstruosidades parecidas a un escarabajo, personas sin ojos, como animales mudos…
(Papiro Oxirrinco).

Parece plausible que la gente pequeña en general y el acondroplásico muy particularmente, gozó del beneplácito y aceptación del resto de los ciudadanos y de la clase social dominante. Fueron representados a través de todas las épocas sin la chanza y la burla que debieron sufrir en épocas posteriores. En las artes egipcias se muestran sin un ápice de burla ni de caricatura burlesca. Los artesanos o siguieron unas guías propias que probablemente se basaban en aspectos que aunque se suponen poco respetuosos con la realidad de la enfermedad, les debieron parecer suficientes para diferenciarlos del hombre de estatura normal; o describieron fielmente los diferentes caracteres físicos y específicos de los diferentes enanismos. Cuando se les observa con ropa se tiende a faldas largas que intentan ocultar la manifiesta deformidad de sus piernas. Cuando están desnudos nunca se advierte la grosería de sus cuerpos ni el tamaño excesivo de sus atributos sexuales.

El Ka de los enanos acondroplásicos en el Antiguo Egipto y su representación

Fig. 7.

La identificación del rostro debió ser de capital importancia sólo para aquellos personajes que por su peculiar arraigo social merecieron el honor de hacerse identificables para el resto de sus congéneres. Sólo el sastre, el joyero, o los encargados de oficios o artes menores y las gentes comunes, pasaban al plano del anonimato porque eran individuos tenidos por normales, aunque discapacitados para trabajar en otros donde la fuerza física y no tanto la habilidad tenía más protagonismo.

Fueron encumbrados en puestos de honor en las casas de sus amos cuando aun más fueron ellos los que ejercían el dominio sobre su escala social. Sacerdotes, escribas, directores y supervisores, bailarines sagrados, mayordomos, ritualistas. Y hasta las mujeres parece que ejercieron responsabilidades tan importantes como asistir a las labores del parto y a mitigar el dolor del mismo y otros papeles asistenciales. No obstante, y a pesar de lo dicho, también se vieron empleados en el entretenimiento o en algo que de cerca nos recuerda la función de los posteriores bufones. Sin embargo, una cosa es bien cierta: ningún dios como Ptah hubiera aceptado la fisonomía de estos individuos si fuese objeto de un cierto desdén, ni tampoco entrarían aquéllos en el ambiente de la danza sagrada como individuos ligados a la santidad de las liturgias y al ceremonial fúnebre de los santos toros.

El Ka de los enanos acondroplásicos en el Antiguo Egipto y su representación

Fig. 8.

En la época helénica la identificación de Ptah-Pataikos, pequeño, corcovado y patizambo, tuvo enorme transcendencia en la creación del mito de Hefesto “El que brilla de día” como se llegó a conocer. Dios de los herreros también lo fue de los artesanos, orfebres, etc.

Hefesto, el dios herrero era tan enclenque cuando nació que su madre Hera, disgustada, lo arrojó desde la cima del Olimpo para librarse de la vergüenza que le causaba su aspecto lamentable…
(Homero, La Ilíada).

Igualmente tuvieron alguna influencia en los textos sagrados del Libro de los Muertos tal como se lee en el capítulo 164:

“Para decirse: Homenaje a ti, Sejmet-Bastet… (…) León Misterioso es el nombre de uno, hijo del Dúplice Enano…”

“Para decirse encima de un buitre con tres cabezas: (…) Delante y detrás tiene que haber un Enano, (ambos) con la Dúplice pluma con los brazos levantados y con dos cabezas, una de halcón y otra humana”.

No sería un despropósito llegar al cierre de este capítulo concluyendo que con la pérdida de la influencia de la cultura egipcia y el advenimiento de las influencias foráneas en Egipto, los enanos y en su globalidad los discapacitados, entraron en un período de decaimiento en su consideración y protagonismo en las sociedades que les tocó nacer. Únicamente, en fechas más cercanas a las nuestras han ido regresando desde el reino de la oscuridad al paraíso de los dioses griegos, el Monte Olimpo, de donde fueron desterrados en su día como el pobre Hefesto por su madre Hera.

Dedicatoria: Este artículo desearía dedicárselo a un hombre no precisamente pequeño sino muy al contrario de gran talla en todos los aspectos extraordinarios de la vida. Con hombres de esta envergadura las personas que nos dedicamos a impulsar la egiptología desde nuestra modesta participación, encontramos el acicate y el estímulo diario para no desvanecer en el esfuerzo. Jaume Vivó, para ti y para todos los que son como tú eres.

Bibliografía

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