Breve historia de la religión egipcia

Francisco López – Junio de 1997

Ya en las épocas más antiguas, en torno al año 3000 a.C. se pueden distinguir la mayoría de los dioses del panteón, por lo que debemos enmarcar la evolución del pensamiento religioso dentro de un ambiente de adaptación del propio pensamiento egipcio, caracterizado, como ya se ha visto en la introducción a la religión egipcia, por el sincretismo y la fusión de diferentes dioses locales en uno solo, que reúne los rasgos de todos ellos. En estas condiciones la evolución religiosa está condicionada por la evolución política del país, aunque en algunos casos veremos que esta relación se produce en sentido contrario, es el propio poder religioso el que condiciona la vida política.

Época predinástica

Partiendo de la época de Nagada hemos de centrar nuestro estudio en las creencias fetichistas. Por ahora no podemos hablar de una religión propiamente formada, es el principio de la organización de creencias en torno a un ambiente totémico. Las creencias de los primeros pueblos que poblaron Egipto no se diferencian, hasta ahora, de las del resto de pueblos de la antigüedad. Tenemos referencias de la existencia de los primeros dioses locales, con representaciones o atributos animales.

El culto a la naturaleza, y en especial a la fuerza fecundadora empieza a tener importancia al aparecer la diosa madre, que en cada localidad tiene una representación. En torno a esta diosa madre se organizan las primeras ideas de la concepción del Mundo y del Universo. La diosa madre es la diosa no sólo de la Tierra sino también del Cielo y sobre todo de los seres vivos. Uadyet, Nejbet, Hathor son diosas relacionadas con la fecundidad, los partos, pero también son diosas celestes y diosas de la tierra. Mut es “la madre” por excelencia mientras Isis representa la fecundidad.

Época tinita

En esta época ya se puede hablar de Horus como dios supremo, pero sobre él se encuentra Ra, dios de Heliópolis, que a partir de la II dinastía se funde en Ra-Horajty. Estamos en una época de religión celeste, que si bien más tarde se abrirá hacia el mundo subterráneo, con la aparición del culto a Osiris, ya no perderá su importancia a lo largo de toda la historia egipcia.

En Menfis es probable que ya en la I dinastía se adorase a su dios local Ptah. También Osiris ha aparecido ya durante la época tinita, aunque su culto no está generalizado, y no pasa de ser un dios local de la vegetación. Apis, Hathor, Jenti-Amentiu, Menhit, Min, Nejbet, Neith o Thot están también presentes en el Panteón egipcio de esta primera etapa, y lo que es más importante, lo están en origen. No hay evidencias de que se haya empezado a producir intercambio de poderes o funciones entre unos y otros y mucho menos las asociaciones que más tarde los caracterizaran. El Panteón existe en su estado original, el politeísmo, un estado que se pondrá en duda en épocas posteriores.

Por otra parte conocemos poco sobre el culto practicado durante este periodo, excepto la existencia de ciertos templos y santuarios de madera en los que se podrían celebrar los festivales y ritos de los dioses locales. No es probable que el clero ejerciese sus funciones de forma profesional, y no tiene independencia económica, por lo que su poder hasta ese momento es bastante limitado. No existe la certeza de que fuese el rey quien mantenía los centros de culto, ni siquiera podemos afirmar que los supervisase. En épocas posteriores los sacerdotes no eran más que delegados del propio rey en sus funciones como representante divino en la Tierra. Lógicamente en estas circunstancias y ante la falta de evidencias se nos plantea una cuestión interesante para el análisis de las creencias religiosas, en torno a la labor sacerdotal y sobre todo en lo referente al poder real en el ámbito religioso.

Reino Antiguo

Comienzan a surgir las grandes ideas de la Creación, que si bien es muy probable que ya existiesen en épocas anteriores, es ahora cuando comienzan a tomar forma de una manera más organizada: en Menfis la teoría de la creación según Ptah, en Heliópolis Ra y la Enéada y por último en Hermópolis la Ogdóada. A pesar de que conocemos la cosmogonía menfita, no tenemos evidencias de que el culto a Ptah estuviese implantado a nivel nacional y los textos de esta época no nos facilitan el trabajo. Por eso algunos especialistas ponen en duda la universalidad de las teorías menfitas, y más bien parece que su culto, al menos en esta época no pasó de la zona de influencia de Menfis. Precisamente es en períodos más tardíos, cuando ya Menfis había perdido la importancia de la que gozó durante esta era, cuando más evidencias tenemos.

Durante la IV Dinastía empieza a tomar importancia el culto a Ra, como dios asociado a la realeza, y se desarrolla la influencia del clero heliopolitano. Estamos en la época de la construcción de las pirámides de Guiza. El rey es un dios y como tal debe recibir culto, pero es también la encarnación terrestre de los dioses del Más Allá, un mundo todavía celeste, una concepción invariable y lo suficientemente arraigada que sobrevivirá a las diferentes culturas que se asentaron en tierra egipcia, incluidas la griega y romana.

A partir de la V Dinastía el faraón es ante todo “Hijo de Ra” y el poder del clero comienza a aumentar; los templos empiezan a recibir gran cantidad de recursos económicos, que ya no se emplean sólo en construcciones reales. Es el apogeo de los templos descubiertos, caracterizados por la presencia de un gran obelisco central. Es en la V Dinastía cuando la religión solar se convierte en lo que conocemos como teoría heliopolitana, que une el antiguo culto al Sol con la Gran Enéada. Por otra parte empieza a destacar el culto osiríaco, aunque vinculado sólo al rey, quien una vez muerto se identifica plenamente con Osiris. El sincretismo de diferentes cosmogonías lleva a la formación de la Gran Enéada en la que se incluyen los dioses de las teorías osiríacas.

La idea del caos se hace firme con el sistema heliopolitano:

‘En el principio existía el caos simbolizado por Nun. El Universo no había sido creado, existía desde antiguo y por la eternidad como una masa inerte. No existía el cielo, ni la tierra, ni los hombres y los dioses aún no habían nacido. No existía la vida ni la muerte. Atum, el espíritu del mundo estaba diluido en este caos. Pero llevaba en sí mismo la fuerza generadora de las cosas y los seres. Tomando conciencia de sí mismo se llamó gritando: Ven a mí, y desdoblándose originó el nacimiento de Ra, personificado por el Sol. Atum y Ra, el espíritu del mundo y su conciencia, son los 2 aspectos de un mismo ser, mundo indivisible que lleva en si la fuerza generadora de su propia sustancia’.

Tras resurgir del caos Atum-Ra crea a Shu (el aire) y Tefnut (la humedad). De la unión de ambos elementos nacen Gueb (tierra) y Nut (cielo), que a su vez dará a luz a Osiris, Isis, Neftis y Seth. Estos nueve dioses formaban la Gran Enéada, y con ellos se había dado lugar a la Creación en su estado primitivo. En torno a ellos surgirán dioses más o menos importantes que ocuparán lugares especiales en el Panteón, pero el sincretismo ya se ha realizado, de modo que las parejas divinas se consolidan.

Durante la VI Dinastía las pirámides se caracterizaran por la inclusión de textos, conocidos como “Textos de las Pirámides”, que ya habían sido incluidos en la pirámide de Unis (último faraón de la V Dinastía).Constituyen el conjunto de escritos religiosos más antiguos hasta ahora descubiertos y nos dan a conocer rituales funerarios, ceremonias religiosas, ofrendas, fórmulas mágicas y en general todo lo que podía proporcionar el bienestar del rey muerto y facilitar su nueva existencia en el Más Allá.

El clero heliopolitano se hace cargo de las donaciones y ofrendas, lo que le permite gozar de una base económica que lo mantiene en el poder. En Abidos se halló un decreto de Neferirkara por el que los servidores locales del templo quedaban exentos de realizar los trabajos obligatorios para el estado. Esto puede darnos una idea del poder e influencia que ejercía el clero en la política de finales del Reino Antiguo. El fin de la VI Dinastía se caracterizó, religiosamente, por un alejamiento de las administraciones locales frente al poder central, que llevó a la concesión, por parte del rey, de algunos privilegios a los templos a cambio de que estos y los nobles locales mantuviesen su lealtad. Directamente se produjeron dos consecuencias inmediatas: por una parte vuelve a resurgir el culto a los dioses locales y por otra los templos se transforman en centros económicos regionales y se convierten en independientes del poder central. Los grandes sacerdotes, casi siempre, son personajes locales. Podían tomar ciertas medidas administrativas, inicialmente reservadas al rey, y eso es lo que hicieron durante la desaparición del poder central en el Primer Periodo Intermedio.

Reino Medio

Posiblemente la religión del Reino Medio se caracterice por las novedades que supuso. Es durante este período cuando la religión alcanza su momento de mayor equilibrio, si bien es cierto que los datos y evidencias relativos a esta ápoca son mucho más escasos que los que conocemos del Reino Antiguo o el Reino Nuevo.

Montu, un dios asociado directamente con la guerra, se convierte en el dios de la XI Dinastía, como dios guerrero, originario de Armant (Hermonthis). Cuatro fueron los reyes que llevaron el nombre del dios (Mentuhotep) durante esta dinastía. A pesar de que nunca perdió un papel importante dentro del Panteón egipcio, su máximo esplendor fue breve y durante la XII Dinastía, el auge de Amón, señor de Tebas, que ya en el Reino Antiguo aparece mencionado en los textos de las pirámides, lo llevó a un segundo plano. Por otra parte se distingue un intento de conseguir una unidad religiosa nacional: Amón no sustituye a antiguos dioses sino que desde un principio este dios se funde con Ra, como Amón-Ra, asumiendo así toda la teología solar que hasta ese momento había ido creciendo y estabilizándose, de modo que las cosmogonías locales, aunque no llegaron a desaparecer, se quedaron reducidas al mínimo, al menos a nivel estatal.

El culto a Osiris ya ha triunfado y los textos mágicos, antes reservados a la realeza pasan a formar parte del ritual funerario de las clases medias, aquellas que en esta época podían permitirse entierros y cultos funerarios de cierta categoría. Esto dio lugar a lo que hoy conocemos como “Textos de los Sarcófagos”, surgidos durante el I Período Intermedio. Representan una evolución, ahora más organizada, de las creencias expresadas en los Textos de las Pirámides.

Las pirámides vuelven a ser el monumento funerario por excelencia, aunque ya sin alcanzar la grandiosidad de épocas pasadas. Ahora se construyen en ladrillo, más sencillas. Esto permite que las construcciones no se conviertan en una carga para el estado y los trabajadores, como sucedió durante las dinastías del Reino Antiguo. Los cleros, tanto de Tebas como de Menfis, siguen siendo un factor influyente en la economía religiosa, pero sobre todo prima el equilibrio. Los templos no desestabilizan ya el poder central.

Reino Nuevo

El Reino Nuevo se abre con la dinastía XVIII, tras vencer la dominación de los hicsos. Estos, según la tradición egipcia, habían perseguido la religión tradicional, aunque sabemos que algunos reyes adoptaron nombres de dioses egipcios tradicionales, con lo que tampoco podemos constatar este dato. La expulsión de los hicsos surgió de Tebas, por lo que una vez expulsados, su dios Amón adquirió una importancia que hasta entonces no había conocido. Es la época en la que la clase sacerdotal adquiere mayor importancia, se construyen grandes templos, se restauran los que ya existían y el clero consigue un poder del que hasta entonces no había gozado y que nunca volvería a tener. Es la época de los Thutmose, Amenhotep o Ramsés, caracterizada por el imperialismo y el equilibrio en política interior.

Durante este período se crea la figura del Jefe de los Servidores del Dios del Alto y Bajo Egipto, que en un principio correspondía al visir. Esto nos da una idea del poder que sobre la religión ejercía el faraón. Posteriormente este título pasa a manos de los sacerdotes de Amón. Durante la época de Hatshepsut el gran sacerdote Hapuseneb obtuvo primeramente el título religioso y posteriormente el de visir, consiguiendo unir en una misma persona todo el poder religioso y político del país. Esto permitió que todos los bienes de los templos dejasen de estar administrados desde fuera, mientras el gran sacerdote acaparaba gran cantidad de riquezas. A la muerte de Hatshepsut, Thutmose III mantuvo la estrategia, nombrando a Menjeperre-Senab, máximo responsable. Esta política, con el paso del tiempo, llevó a un enfrentamiento directo del clero de Amón con el propio faraón, pues el poder que el clero consiguió fue tal que el poder político se encontraba muy influenciado por estos grandes sacerdotes. El faraón no podía permitir que los sacerdotes no fuesen sus aliados, e incluso los nombramientos religiosos se convertían en un asunto político.

La revolución amarniense

Quizá este aumento de poder por parte de la clase sacerdotal fue lo que llevó a Ajenatón a imponer su revolución. A pesar de que en el Reino Nuevo la religión adquiere una importancia desmesurada, en conjunto con la grandiosidad de la época, tanto económica como política, se produce un hecho que marcará el período de una forma especial. Es la revolución atoniana llevada a cabo por Amenhotep IV (Ajenatón). Atón, el disco solar, era un dios antiguo, que nunca había destacado en el culto egipcio. Amenhotep III había introducido su culto durante su reinado, y su hijo Amenhotep IV provocó la revolución amarniense, el primer intento de monoteísmo del que se tiene noticia en el mundo. En el año 4 de su reinado Ajenatón decide proclamar el culto a Atón como único dios, protector de la monarquía y Egipto en general. En todo el Oriente había aparecido una cierta tendencia hacia el monoteísmo. Se han encontrado textos cananeos, babilonios o asirios que así lo revelan, pero de forma aislada. Fue Ajenatón quien dio los pasos decisivos para crear este nuevo culto, que implicaba, no sólo la adoración única a Atón ,sino también una revolución ideológica basada en el amor por la naturaleza, la universalidad de los dones concedidos a ricos y pobres y el rechazo total de la violencia, junto con la igualdad de los seres humanos.

Durante este periodo Ajenatón abandona Tebas, donde se encontraba el gran templo de Amón y construye una nueva ciudad Ajetatón (“El horizonte de atón”), actual Tell el-Amarna, derriba ciertos templos dedicados a Amón y prohíbe su culto, intentando disminuir la influencia que la clase sacerdotal había conseguido hasta entonces. El rey se rodeó de gran número de partidarios de Atón. Su esposa Nefertiti se convierte en la más grande seguidora del nuevo dios, por encima de su marido. Pero el clero aguanta el temporal y la gente del pueblo se mantiene fiel a sus creencias tradicionales. Eran demasiados años de culto como para que los egipcios abandonasen a sus dioses. Esto salvó al clero de Amón y la revolución no triunfó, de manera que a la muerte del faraón, su revolución desaparece de la misma forma que había surgido.

La época ramésida

Tras la muerte de Ajenatón le sucede en el trono Smenjkara. Muere pronto y le sucede Tutanjamón, que reinstaura totalmente la religión tradicional. La restauración del culto a Amón y a los antiguos dioses conlleva una nueva política. Los faraones, escarmentados por el gran poder que el clero había conseguido en el pasado, deciden no volver a nombrar visir a ningún sacerdote.

En el Bajo Egipto se había producido un florecimiento del culto a Seth, quizás por la tradición hicsa, todavía muy cercana en el tiempo. Durante el reinado de Ramsés II se construye en la capital Pi-Ramsés un templo dedicado a él, y ya su padre Sethy I había llevado el nombre del dios. Se importan ciertos cultos cananeos, como los de Astarté, Anath, Baal y Rashef que se identifican con Hathor, Isis o Neftis. Pero ante todo se desarrolla el culto a Amón, convertido ya en dios estatal. El resto de cultos locales y de dioses “menores” se mantiene intacto. No se producen grandes innovaciones en cuanto al culto, pero es ahora, en la época ramésida cuando el clero adquiere un poder desmesurado, debido a la gran cantidad de apoyo por parte del faraón. Desde comienzos del Reino Nuevo, exceptuando la crisis amarniense, los reyes habían ido aumentando la riqueza de los templos, y este aumento continuó con los ramésidas, llegando a colocar al clero como propietario de una importante parte de la riqueza del país. Hasta tal punto los templos tenían ese poder que durante el final de la época ramésida los grandes sacerdotes de Tebas podían dirigir el destino del país, ante la indiferencia de los últimos soberanos ramésidas. Pero no sólo el Gran Templo de Amón en Karnak, todos los templos se transforman en las bases de la economía del país, utilizando sus ingresos. El título de gran profeta de Amón se volvió hereditario, y desde ese momento se puede hablar de una doble política, la dirigida por el faraón y la establecida por el clero.

El principio de la decadencia religiosa

Con el fin de la XX Dinastía acaba el Reino Nuevo y comienza la decadencia de la religión egipcia. Entramos en el III Período Intermedio, con grandes problemas en la sucesión de reyes. El poder acumulado en torno a los sacerdotes ya no volverá a tener la importancia de la que gozó durante las tres últimas dinastías. A lo largo de 400 años los soberanos mantienen una política débil compartiendo autoridad con reyes locales. El oráculo se convierte en el dueño y señor de las grandes decisiones y nombramientos. Los reyes de Tanis crean el nuevo cargo de ‘Divina Adoratriz’, sustituyendo al antiguo ‘Primer profeta de Amón’. Esta nueva adoratriz debía permanecer virgen para Amón, y así los reyes aseguraban que no surgiría ninguna nueva Dinastía, en nombre de Amón, capaz de restarles poder.

El culto a Amón empieza a decaer, y se desarrollan el de Neith en Sais y el de Bastet en Bubastis. La magia y la superstición que durante épocas pasadas se habían practicado, adquieren ahora un desarrollo desmedido y este influye notablemente en el decaimiento de la religión tradicional. Estamos en la época de las invasiones etíopes, asirias y persas, con lo que los cultos locales pueden mantenerse, pero no la religión estatal ni el culto centralizado o los dioses estatales. Además se produce un retorno hacia antiguos cultos primitivos y dioses de la categoría de Ra y Ptah son desplazados por Mnevis o Apis. Destacan ciertos personajes divinizados, como Amenhotep o Imhotep. Por otra parte los sacerdotes hacen un intento de clarificación de mitos y de sincretismo. Es la época de ‘La teología menfita’, que supuestamente ya había tenido gran importancia en las primeras dinastías, pero sólo el culto a Osiris e Isis mantiene unidos a todos los egipcios en conceptos religiosos, el resto ha perdido su carácter global y ya sólo son adorados localmente.

Periodo griego

Durante este periodo se produce una expansión de ciertos cultos y dioses fuera de Egipto. Los griegos asimilan los dioses egipcios con los suyos propios. Las zonas de Siria y Nubia ya habían importado ciertos cultos como consecuencia de la expansión política de Egipto, pero es la llegada de Alejandro Magno el acontecimiento que permite la expansión de la religión. Tanto los griegos como los romanos aceptaron los dioses egipcios por lo que la expansión política de ambos imperios llevó los antiguos cultos egipcios fuera de su territorio, fundamentalmente a las zonas mediterráneas por la política de los Ptolomeos. Serapis e Isis son quizá los dos ejemplos más claros de esta expansión. Muchas son las similitudes entre aspectos religiosos egipcios y cristianos, y gran parte de textos cristianos ya se habían escrito hacía muchos años en papiros o estelas. Es la época en la que se construyen la mayoría de los templos que hoy conocemos, Edfú, Dendera, Kom Ombos o Filé, que por otra parte se convierten en centros de vida pública e incluso centros administradores de justicia. Los talleres de producción de papiro o lino son monopolio de los templos, lo que les aseguraba una importante introducción de ingresos. Esto puede darnos una idea de las influencias que los dioses locales crearon en los griegos. Posiblemente durante este período la economía religiosa fue tan próspera o más que en épocas anteriores.

El final de la religión

Durante el Imperio romano Egipto perdió definitivamente su independencia religiosa. El avance del cristianismo, la nueva religión que parecía aportar las soluciones que no habían conseguido los dioses locales marcó el principio del fin. En el siglo IV Teodosio ordenó cerrar todos los templos paganos. Sólo se mantuvo abierto el templo de Isis en File, hasta el año en que Justiniano lo mandó cerrar y encarcelar a todos sus sacerdotes. Este fue el final de más de 3000 años de religión egipcia.

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