La Esfinge

Historia

José Miguel Parra Ortiz – Febrero de 2001

La Esfinge es ese gran animalote con cuerpo de león y cabeza humana que se puede ver en la meseta de Guiza, junto al templo del valle del faraón Kefrén. Sin embargo, eso no significa que la mandara construir él. Los investigadores no se ponen de acuerdo al respecto y hay algunos que piensan que pudo mandarla construir el rey Keops, que fue quien se enterró en la Gran Pirámide.

La Esfinge

En realidad quién fuera el constructor no importa demasiado (bueno sí importa, pero como por ahora no lo sabemos…), porque la Esfinge cumple perfectamente con su papel fuera el que fuera quien la construyera. ¿Y para qué servía? Pues muy sencillo, la Esfinge era nada más y nada menos que el perro guardián (sí ya sé que es un león) de la necrópolis. Aunque los accesos a las cámaras funerarias de las tumbas estaban protegidos por grandiosas losas de granito y toda la necrópolis rodeada por un alto muro de piedra que la separaba del resto del desierto, el faraón decidió que había que conseguir más seguridad todavía. Esa seguridad de poco le serviría unos centenares de años después, porque todas las pirámides de Guiza resultaron saqueadas.

La Esfinge

El caso es que esa gigantesca estatua era tan bella e impresionante que poco a poco fue convirtiéndose en la mente de los egipcios en una representación de uno de sus dioses principales, Horus el del Horizonte. Dejó de ser un guardián para convertirse en un dios. Tan importante se hizo, que algunos faraones utilizaron el espacio existente entre sus patas delanteras para colocar una estela y un altar.

La Esfinge

La estela nos cuenta una historia curiosa. Resulta que, cuando todavía era sólo uno más de los hijos del faraón, un príncipe estaba de caza en el desierto por los alrededores de la Esfinge, de la que sólo se veía la cabeza, pues el resto estaba enterrado bajo la arena. Cómo era el único sitio donde había una sombra, cansado, el príncipe se tumbó a su lado para echarse una siesta. Mientras estaba dormido, el dios se introdujo en su sueño y le dijo: “Si me liberas de mi prisión te convertirás en el faraón de Egipto”. De modo que, nada más despertarse, el príncipe se apresuró a mandar que un grupo de trabajadores se aprestara a quitar toda la arena que cubría el inmenso cuerpo de la Esfinge, que al poco quedó expuesta por completo a la vista de todos. Una vez liberada lo cierto es que ésta cumplió su promesa, pues el príncipe de la historia se convirtió en el faraón Tutmosis IV y, nada más serlo, consagró una estela que cuenta toda la historia entre las patas del monumento.

La Esfinge

Los siglos continuaron pasando y el monumento seguía llamando la atención de todos cuantos iban a ver las pirámides, aunque no siempre podían verla, puesto que como la Esfinge se encuentra en una especie de hondonada, la arena del desierto se acumula a su alrededor con mucha facilidad, dejando sólo la cabeza visible. Eso no impidió que sufriera daños, y primero los griegos y luego los romanos restauraron el monumento. No todos los gobernantes de Egipto fueron tan cuidadosos con él. Por ejemplo, los soldados de los sultanes árabes utilizaron su nariz para hacer prácticas de puntería con un cañón. De modo que Obélix no tuvo nada que ver en ello.

Hoy día el patio y los alrededores de la Esfinge sólo se pueden visitar con un permiso especial, pero es posible verla desde los laterales y la calzada de acceso de la pirámide de Kefrén y, no cabe duda de que sigue siendo ¡impresionante!

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